Discurso del orador de orden, César Miguel Rondón - Iesa
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Y aquí regreso a mi planteamiento inicial: los dos polos que ni<br />
se conocen ni se reconocen. No sé cuántas Torres <strong>de</strong> David<br />
hay en nuestro país, cuántos escenarios <strong>de</strong> colectivida<strong>de</strong>s<br />
cercadas por la miseria, sin esperanzas ni expectativas <strong>de</strong> una<br />
mejor vida. Pero es necesario que el li<strong>de</strong>razgo emergente <strong><strong>de</strong>l</strong><br />
país, en el que uste<strong>de</strong>s, estimados graduandos, tienen un<br />
espacio importante y protagónico, pueda conocer y reconocer<br />
a fondo, con extrema propiedad y pertinencia, lo que esos<br />
universos suponen y <strong>de</strong>terminan; sin ellos no llegamos.<br />
El segundo caso que quería traer a colación, se basa en una<br />
reciente experiencia personal. Me ocurrió pocos minutos<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong><strong>de</strong>l</strong> Presi<strong>de</strong>nte, el lí<strong>de</strong>r, la encarnación<br />
misma <strong>de</strong> la revolución. Acompañaba a mi hija en un evento<br />
escolar fuera <strong><strong>de</strong>l</strong> colegio. Aunque nunca hubo una noticia más<br />
esperada que esa muerte, al conocerse, sin embargo, <strong>de</strong>jó un<br />
aire espeso marcado por el <strong>de</strong>sconcierto, la incertidumbre, la<br />
confusión. Padres, profesores, alumnos, todos trataban <strong>de</strong><br />
salir rápidamente <strong><strong>de</strong>l</strong> sitio; en momentos <strong>de</strong> cielo tan<br />
tenebroso, cuando se sospecha una tormenta, es mejor buscar<br />
pronto el techo casero. Y sucedió que, en la confusión, una<br />
amiga <strong>de</strong> mi hija quedó al <strong>de</strong>samparo: nada, le damos la cola.<br />
Y, antes <strong>de</strong> abordar el carro, mi hija me advierte en voz baja:<br />
ella es chavista. ¡Vaya una singular paradoja esta que nos<br />
<strong>de</strong>para el <strong>de</strong>stino! Nada. Como cantaba la salsa: la vida te da<br />
sorpresas.<br />
El trayecto no era largo, pero el tráfico era mucho más pesado<br />
que <strong>de</strong> costumbre; los mismos automóviles parecían ser<br />
víctimas <strong><strong>de</strong>l</strong> marasmo colectivo. Mi hija le susurró a su amiga<br />
algo que no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> impactarme: “pue<strong>de</strong>s llorar todo lo que<br />
quieras” –le dijo. Y la joven, incontenible, empezó a llorar a<br />
sus anchas. De nuestra parte un silencio respetuoso mientras<br />
ella se <strong>de</strong>sahogaba. Sufría. Sufría mucho. Había perdido a<br />
alguien muy querido, muy importante en su vida. Y, lo que<br />
más me impresionó, muy cercano. Iba a mi lado y me tocó<br />
consolarla. Tomarle la mano, ofrecerle un pañuelo, eran gestos