Discurso del orador de orden, César Miguel Rondón - Iesa
Discurso del orador de orden, César Miguel Rondón - Iesa
Discurso del orador de orden, César Miguel Rondón - Iesa
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
“burguesas”. Estas instituciones no tienen porqué ser<br />
respetadas; es más: mientras más se les irrespete y quebrante,<br />
mejor. Así, los po<strong>de</strong>res legislativo y judicial, por ejemplo,<br />
pasan a estar al servicio <strong>de</strong> la revolución, y no <strong>de</strong> la<br />
Constitución y las leyes, como sería lo correcto. La justicia<br />
como la hemos conocido históricamente, ahora “burguesa”, no<br />
tiene mayor sentido ante la justicia “revolucionaria”.<br />
Semejante <strong>de</strong>spropósito abre las puertas para que el país todo<br />
sea cubierto por un inmenso e inaceptable manto <strong>de</strong><br />
impunidad. Comenzando su primer gobierno, el lí<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la<br />
revolución llegó a justificar, en un remedo mal digerido <strong>de</strong><br />
Víctor Hugo, que por hambre era justificable robar pan.<br />
Tiempo <strong>de</strong>spués, con o sin razón, se asumiría como artífice<br />
i<strong>de</strong>ológico <strong>de</strong> los <strong>de</strong>smanes <strong>de</strong> febrero <strong><strong>de</strong>l</strong> 89, con lo que, a las<br />
claras, haría <strong><strong>de</strong>l</strong> caos y la anomia social sus ban<strong>de</strong>ras. Una<br />
población pobre, mayoritaria, estaba sumida en la miseria y la<br />
<strong>de</strong>sgracia porque una población rica, minoritaria, les había<br />
robado y con<strong>de</strong>nado. La primera tendría <strong>de</strong>recho a la<br />
venganza, la segunda a nada.<br />
La <strong>de</strong>magogia y el espíritu panfletario que encierran estas<br />
i<strong>de</strong>as es protuberante y nauseabundo. Cinco lustros <strong>de</strong>spués<br />
hay más pobres, cuantitativamente hablando, y en condiciones<br />
mucho más graves y lamentables. Todo el discurso<br />
revolucionario terminó reducido, en la práctica diaria, a una<br />
relación cómplice y encubridora con el <strong><strong>de</strong>l</strong>ito. La impunidad,<br />
como <strong>de</strong>cía, es la única marca visible que, en estos asuntos,<br />
exhibe la revolución; <strong>de</strong> allí el salvaje <strong>de</strong>sbordamiento <strong>de</strong> la<br />
violencia y la <strong><strong>de</strong>l</strong>incuencia.<br />
Meses atrás, el <strong>de</strong>stacado periodista norteamericano Jon Lee<br />
An<strong>de</strong>rson, quien <strong>de</strong> manera acuciosa y constante ha estado<br />
sobre la pista <strong>de</strong> nuestro proceso revolucionario, publicó un<br />
reportaje, en la revista The New Yorker, sobre la llamada<br />
Torre <strong>de</strong> David. Dicho reportaje pone en evi<strong>de</strong>ncia algunas <strong>de</strong><br />
las consi<strong>de</strong>raciones que he planteado previamente. Y <strong>de</strong>ja al<br />
<strong>de</strong>scubierto, <strong>de</strong>spiadada y vergonzosamente, la íntima y muy