Discurso del orador de orden, César Miguel Rondón - Iesa
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SEÑORES COMPAÑEROS DE PRESIDIUM...<br />
DISTINGUIDOS INVITADOS ESPECIALES…<br />
SEÑORES PROFESORES…<br />
SEÑORES GRADUANDOS Y SUS FAMILIARES…<br />
SEÑORAS Y SEÑORES…<br />
No <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> resultarme paradójico estar esta tar<strong>de</strong> aquí, yo<br />
comunicador, hablándole a uste<strong>de</strong>s, los especialistas. Y digo<br />
paradójico porque, durante las últimas décadas, la costumbre<br />
ha sido exactamente al revés: yo, comunicador, escuchando<br />
las respuestas que a mis preguntas daban uste<strong>de</strong>s, los<br />
especialistas. Es una práctica habitual, entre los <strong>de</strong> mi oficio,<br />
consultar las opiniones <strong>de</strong> los profesores y egresados <strong>de</strong> este<br />
prestigioso instituto. Suelen llenarnos <strong>de</strong> cifras, estadísticas,<br />
argumentos que contribuyen a una radiografía bastante<br />
certera <strong>de</strong> la realidad nacional. Pero esa realidad, a pesar <strong>de</strong><br />
esas mismas cifras y argumentos, se nos hace cada vez más<br />
elusiva, jabonosa y distorsionada.<br />
¿Qué ocurre?<br />
Ocurre que hay intereses fuertes y po<strong>de</strong>rosos que atentan<br />
contra lo diáfano, que para nada están inclinados a la difusión<br />
y comprensión <strong>de</strong> esa realidad tal y como ella es medida y<br />
analizada por la ciencia y la aca<strong>de</strong>mia. Intereses que apuestan<br />
a lo opaco porque gracias a esa opacidad reinan y controlan.<br />
No hay, entonces, una realidad; hay dos, hay cuatro, hay<br />
tantas realida<strong>de</strong>s como a la confusión le convenga.<br />
En los casi cinco lustros que llevo realizando mi programa<br />
radial, he consultado la opinión <strong>de</strong> expertos <strong>de</strong> las más<br />
diversas disciplinas académicas, para tratar <strong>de</strong> abordar, <strong>de</strong><br />
una manera amplia, sensata, seria y comprensible, lo que nos
ocurre como pueblo, como país, como nación. Así,<br />
tradicionalmente, he entrevistado a sociólogos, políticos,<br />
empresarios, médicos, ingenieros, economistas, dirigentes<br />
sindicales, sicólogos, artistas, músicos, historiadores, en fin…<br />
Sin embargo, gracias a esa confusión y opacidad <strong>de</strong> estos<br />
últimos tiempos, esa larga lista <strong>de</strong> disciplinas y profesiones se<br />
ha ampliado a otras menos rigurosas y ortodoxas. No sólo he<br />
tenido que invitar con frecuencia a antropólogos, sacerdotes y<br />
teólogos, sino también a expertos en religiones primitivas, en<br />
brujería, santería y espiritismo, y, cada vez con más<br />
frecuencia, me es necesario tener en el estudio a un siquiatra<br />
para que me ayu<strong>de</strong> a enten<strong>de</strong>r lo que nos está pasando.<br />
Repito la pregunta: ¿qué ocurre?<br />
Ocurre que estamos en revolución. Y las revoluciones, por<br />
<strong>de</strong>finición, están obligadas a reinventar el mundo so pena <strong>de</strong><br />
negarse y <strong>de</strong>svirtuarse. Y es esta la diferencia medular con,<br />
digamos, un mal gobierno. Malos gobiernos hemos tenido, y<br />
seguramente seguiremos teniendo. Algunos mejores, otros<br />
peores. Pero siempre cambiables, siempre renovables. Ese fue<br />
uno <strong>de</strong> los logros más importantes <strong>de</strong> nuestros años <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>mocracia: la alternabilidad en el po<strong>de</strong>r, saber que los<br />
gobiernos eran finitos, que cada cinco años podíamos salir <strong>de</strong><br />
ellos, sin sobresaltos ni madrugonazos. Una revolución, por el<br />
contrario, es única, irrepetible e irremplazable. Ha <strong>de</strong> ser,<br />
imperativamente, infinita. Y es este condicionante tan terrible<br />
el que, entre otros, impone ese manto <strong>de</strong> oscuridad y<br />
confusión sobre nuestra realidad.<br />
Esta revolución ha reinventado nuestra historia, nuestra<br />
relación con la economía y con el mundo, y, tanto o más grave<br />
aún, ha pretendido reinventar la misma manera en que nos<br />
relacionamos entre nosotros los venezolanos. Para la<br />
revolución, la Venezuela <strong>de</strong> la llamada Quinta República es<br />
una Venezuela parida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> otro mol<strong>de</strong>, como una suerte <strong>de</strong>
mo<strong><strong>de</strong>l</strong>o superior, que, por supuesto, ha <strong>de</strong> negar, <strong>de</strong>spreciar y<br />
borrar todo lo que estuvo antes <strong>de</strong> ella.<br />
Y en ese borrar y <strong>de</strong>spreciar, las cifras juegan un papel muy<br />
importante. De allí que pasen a ser tan cuestionables, tan<br />
dudosas, y, sobre todo, tan peligrosas. El Instituto Nacional <strong>de</strong><br />
Estadística, por ejemplo, se ve obligado librar una batalla<br />
importante a favor <strong>de</strong> la revolución, ante el ataque frío y feroz<br />
proveniente <strong><strong>de</strong>l</strong> sector académico. ¿Cuántos <strong>de</strong>sempleados<br />
tiene realmente nuestro país? ¿Cuántos y cuán pobres somos?<br />
¿De verdad pasamos hambre? ¿De verdad nuestra salud<br />
pública es tan <strong>de</strong>ficiente? ¿Es cierto que la <strong>de</strong>serción escolar<br />
es cada vez más alta y prematura? ¿Que nuestra educación es<br />
una vergüenza en el escenario continental? La lista pue<strong>de</strong> ser<br />
tan interminable como las angustias. Las respuestas pue<strong>de</strong>n<br />
ser tan enrevesadas y <strong>de</strong>sfachatadas como lo exijan la<br />
urgencia política y la necesidad <strong>de</strong> permanecer en el po<strong>de</strong>r.<br />
Les pongo un ejemplo más sencillo pero no menos dramático<br />
y cruel: las cifras <strong>de</strong> la violencia cotidiana. Fue costumbre que<br />
el Cuerpo Técnico <strong>de</strong> Policía Judicial –la antigua PTJ- brindara<br />
todos los lunes cifras oficiales sobre el número <strong>de</strong> muertos<br />
durante el fin <strong>de</strong> semana y los días previos. En esta suerte <strong>de</strong><br />
parte, se incluían las víctimas por acci<strong>de</strong>ntes y, claro está, las<br />
<strong>de</strong> la violencia a secas. Ocurrió que estas últimas empezaron a<br />
subir dramáticamente. La violencia, como las pestes bíblicas,<br />
se fue extendiendo, invadiendo calles y callejones sin<br />
discriminación alguna. Cada vez más muertos, cada vez más<br />
homicidios, asesinatos. La solución, entonces, eliminar los<br />
partes <strong>de</strong> los lunes y sus cifras. Se eliminaron las cifras<br />
oficiales lo que, evi<strong>de</strong>ntemente, no eliminó la violencia y sus<br />
víctimas. Los periodistas <strong>de</strong> sucesos, así, se vieron obligados a<br />
buscar otros instrumentos para medir las secuelas <strong>de</strong> tanta<br />
barbarie y <strong>de</strong>senfreno. La solución más sencilla y a mano<br />
resultó contar ellos mismos los muertos. De esta manera<br />
terminaron apostándose diariamente, no sólo los lunes, a las<br />
puertas <strong>de</strong> la morgue <strong>de</strong> Caracas. Los resultados fueron
escalofriantes y con un agravante terrible: se limitaban a la<br />
ciudad capital, lo que <strong>de</strong>jaba por fuera nada menos que al<br />
resto <strong><strong>de</strong>l</strong> país. El Gobierno, sin embargo, las <strong>de</strong>scartó (y las<br />
sigue <strong>de</strong>scartando) no por éste u otros <strong>de</strong>talles puntuales, sino<br />
por uno meramente formal y burocrático: no son cifras<br />
oficiales.<br />
Hago estas referencias porque quiero ilustrar el punto<br />
medular: medir, asir, atrapar la realidad en tiempos <strong>de</strong><br />
revolución es una tarea engorrosa y complicada, y ello porque,<br />
a pesar <strong>de</strong> que todos somos venezolanos y vivimos en el<br />
mismo tiempo y en el mismo territorio, no pareciera que, por<br />
instrucciones, directrices, <strong>de</strong>cretos y dogmas i<strong>de</strong>ológicos <strong><strong>de</strong>l</strong><br />
gobierno revolucionario, pertenecemos y/o procuramos el<br />
mismo país. Esto, pues, crea un abismo <strong>de</strong> vértigo entre 28<br />
millones <strong>de</strong> ciudadanos que portan la misma cédula <strong>de</strong><br />
i<strong>de</strong>ntidad.<br />
Casi cinco lustros en este trance, jalando una cuerda que<br />
nunca antes habíamos conocido, ha <strong>de</strong>jado un país<br />
traumatizado, resentido en sus cimientos, fracturado en sus<br />
creencias y principios fundamentales, y, sobre todo, herido en<br />
su espíritu nacional. Hoy no hay un venezolano, hay dos o tres<br />
tipos <strong>de</strong> venezolano y, lo peor, perversa y diabólicamente<br />
enfrentados entre sí. Por ello, ya no es infrecuente que leamos<br />
sesudos ensayos y análisis, o meras voces <strong>de</strong> la calle, que<br />
hablen <strong>de</strong> la eventualidad, cada vez cercana, <strong>de</strong> un estallido<br />
social o <strong>de</strong> una imperdonable guerra fratricida.<br />
Los que nos oponemos a semejantes escenarios, siempre<br />
levantamos como <strong>de</strong>fensa el escudo <strong>de</strong> la razón. Mas la<br />
revolución, que ha servido <strong>de</strong> caldo <strong>de</strong> cultivo para que<br />
germinasen todas estas situaciones, impensables por<br />
imposibles hasta no hace mucho, se justifica y fundamenta en<br />
exactamente lo contrario: el imperio <strong>de</strong> la sinrazón y la<br />
emoción, la empatía mística y fanática con un lí<strong>de</strong>r, un<br />
caudillo, la sed <strong>de</strong> venganza (¿histórica? ¿social? ¿política?)
frente a unos supuestos usurpadores y traidores que están en<br />
la otra acera. Muchos insisten en que la revolución<br />
simplemente liberó unos fantasmas que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace mucho<br />
estaban allí. No sólo eso: que la revolución sirve como dique<br />
<strong>de</strong> contención para que esos mismos fantasmas no lleguen a<br />
sus extremos; en otras palabras: para que la sangre no llegue<br />
al río. Mo<strong>de</strong>stamente, percibo que estas i<strong>de</strong>as contienen un<br />
chantaje inaceptable. Intuyo que hay una simpleza <strong>de</strong>masiado<br />
tramposa en el análisis. Nuestro país es algo bastante más<br />
<strong>de</strong>nso y complejo. Y merece respeto. Respeto académico y<br />
respeto político.<br />
Pero, ¡cómo negarlo! Somos un país polarizado. Y los polos no<br />
se conocen ni se reconocen. Detengámonos un momento para<br />
precisar la diferencia que nos implican a los venezolanos<br />
estos dos verbos.<br />
Según el Diccionario <strong>de</strong> la Real Aca<strong>de</strong>mia Española <strong>de</strong> la<br />
Lengua, Reconocer es:<br />
Examinar con cuidado algo o a alguien para enterarse <strong>de</strong> su<br />
i<strong>de</strong>ntidad, naturaleza y circunstancias.<br />
La palabra “i<strong>de</strong>ntidad” me titila <strong>de</strong> manera particular. Los<br />
polos en los que está dividido el pueblo venezolano no<br />
examinan -ni con cuidado ni <strong>de</strong>scuidadamente- al que está<br />
enfrente. Hay una “i<strong>de</strong>ntidad” que no aceptan; mucho menos<br />
su naturaleza y su circunstancia. En otras palabras, no<br />
reconocen al otro.<br />
Busco el verbo “Conocer”. Dice el DRAE:<br />
Averiguar por el ejercicio <strong>de</strong> las faculta<strong>de</strong>s intelectuales la<br />
naturaleza, cualida<strong>de</strong>s y relaciones <strong>de</strong> las cosas. Enten<strong>de</strong>r, advertir,<br />
saber, echar <strong>de</strong> ver. Y en una segunda acepción: Percibir el objeto<br />
como distinto <strong>de</strong> todo lo que no es él.
Dado el contexto en que estoy manejando estas <strong>de</strong>finiciones<br />
<strong><strong>de</strong>l</strong> diccionario oficial <strong>de</strong> nuestra lengua, creo que no tiene<br />
mayor sentido <strong>de</strong>tenerme en lo que está <strong>de</strong> bulto: si no había<br />
intención <strong>de</strong> reconocer, mucho menos la hay <strong>de</strong> conocer al<br />
contrario, al que está enfrente, “al que es distinto <strong>de</strong> todo lo<br />
que no soy yo”.<br />
Esto nos lleva a una situación singular, absurda: si el otro no<br />
existe sólo existo yo, pero ese otro “inexistente” se manifiesta,<br />
hace ruido, me produce cierta picazón, me molesta, me<br />
fastidia. Por lo tanto, mi única opción es eliminarlo, bañarlo<br />
con un aerosol antiestorbos que me alivie la existencia. Y es<br />
aquí don<strong>de</strong> la realidad, la que ninguno <strong>de</strong> los dos reconoce ni<br />
acepta, se les viene encima como un muro lapidario y<br />
gigantesco: no sólo los dos existen, sino que,<br />
<strong>de</strong>sgraciadamente para ellos, no son los únicos. Venezuela es<br />
más, muchísimo más, que este disparate y este chantaje.<br />
El twitter, esa red social tan en boga y tan popular en estos<br />
tiempos, no tiene ningún valor estadístico, lo sabemos, pero<br />
bien nos pue<strong>de</strong> servir como una referencia circunstancial a<br />
efectos <strong>de</strong> estas palabras. La plataforma en cuestión tiene un<br />
indudable efecto catártico: allí entra la gente a gritar, a<br />
<strong>de</strong>sahogarse, a insultar y a mal<strong>de</strong>cir a todos aquellos que -<br />
disculpen- me jo<strong>de</strong>n la vida. Un opositor escribe algo, y <strong>de</strong><br />
inmediato viene una andanada <strong>de</strong> ofensas chavistas que, sin<br />
<strong>de</strong>tenerse a analizar lo dicho por el contrario, sus razones, sus<br />
pareceres, le <strong>de</strong>spachan <strong>de</strong> este mundo hasta con muy<br />
explícitas, en no pocos casos, amenazas <strong>de</strong> muerte. Y la<br />
inversa también funciona, y, <strong>de</strong>sgraciadamente, no en menor<br />
medida. En esta cruel simpleza, en este escenario tan primario<br />
y maniqueo, el chavista realmente piensa que todos los<br />
opositores son unos oligarcas millonarios, apátridas vendidos<br />
a la CIA, miserables <strong>de</strong>scendientes <strong>de</strong> los “asesinos” <strong>de</strong><br />
Bolívar, enemigos a ultranza <strong>de</strong> todo lo que suene a cerro, a<br />
rancho, a pobre. Y, con la misma, los opositores ven en todo<br />
simpatizante o militante <strong><strong>de</strong>l</strong> chavismo, a un vendido a la
dictadura cubana, un comunista <strong>de</strong>cimonónico que va a<br />
exterminar todas las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la economía mo<strong>de</strong>rna<br />
como la conocemos en este nuevo siglo, un corrupto ladrón<br />
enriquecido a costa <strong><strong>de</strong>l</strong> erario público, o un fanático peligroso<br />
y armado, malandro irre<strong>de</strong>nto, que saldrá a las calles a pasar a<br />
cuchillo a todo aquél mo<strong>de</strong>sto clase media que a él se le antoje<br />
rico o millonario. Como compren<strong>de</strong>rán, en semejante<br />
esquizofrenia nadie pue<strong>de</strong> vivir. Y esa, lamentablemente, ha<br />
sido nuestra vida durante ya <strong>de</strong>masiados largos años.<br />
Regreso, entonces, al punto inicial <strong>de</strong> estas reflexiones: en<br />
semejantes circunstancias es complicado dar con la verdad. Es<br />
<strong>de</strong>masiado difícil hacer foco; es <strong>de</strong>masiado fácil errar el tiro.<br />
Levantamos, así, <strong>de</strong> lado y lado, edificios <strong>de</strong> mentiras,<br />
peligrosos espejismos que nos merman el juicio y la sensatez.<br />
La salida a semejante entuerto, evi<strong>de</strong>ntemente, no la tengo;<br />
apenas soy dueño <strong>de</strong> mis angustias y <strong>de</strong> mis dudas. Ellas, sin<br />
embargo -aunque como reza el refrán “nadie apren<strong>de</strong> en<br />
cabeza ajena”-, las expongo ante uste<strong>de</strong>s que algún valor<br />
referencial quizás puedan tener. Les propongo <strong>de</strong>tenernos en<br />
dos casos.<br />
El primero. Mucho hemos oído que <strong>de</strong> este gobierno no se sale<br />
por los votos, que la revolución no abandonará el po<strong>de</strong>r por<br />
las buenas. Quienes apoyan estas i<strong>de</strong>as alientan quimeras,<br />
imposibles, inútiles, y, sobre todo, con<strong>de</strong>nables golpes <strong>de</strong><br />
estado (¡como si ya no tuviéramos suficiente con quince años<br />
<strong>de</strong> gobierno militar y militarista!); una apuesta absurda por<br />
una salida cruenta y sangrienta cuyo control y final nadie<br />
garantiza. Para estos venezolanos, la oposición se equivoca y<br />
pier<strong>de</strong> el tiempo con su apuesta <strong>de</strong>mocrática. Descarto <strong>de</strong><br />
plano esta opción; pero algo <strong>de</strong> razón no les falta a estos<br />
compatriotas. Veamos.<br />
La revolución, que se asume socialista, izando sin empacho las<br />
ban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> la revolución cubana, critica duramente las<br />
instituciones <strong><strong>de</strong>l</strong> Estado que la precedió, <strong>de</strong>scalificándolas por
“burguesas”. Estas instituciones no tienen porqué ser<br />
respetadas; es más: mientras más se les irrespete y quebrante,<br />
mejor. Así, los po<strong>de</strong>res legislativo y judicial, por ejemplo,<br />
pasan a estar al servicio <strong>de</strong> la revolución, y no <strong>de</strong> la<br />
Constitución y las leyes, como sería lo correcto. La justicia<br />
como la hemos conocido históricamente, ahora “burguesa”, no<br />
tiene mayor sentido ante la justicia “revolucionaria”.<br />
Semejante <strong>de</strong>spropósito abre las puertas para que el país todo<br />
sea cubierto por un inmenso e inaceptable manto <strong>de</strong><br />
impunidad. Comenzando su primer gobierno, el lí<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la<br />
revolución llegó a justificar, en un remedo mal digerido <strong>de</strong><br />
Víctor Hugo, que por hambre era justificable robar pan.<br />
Tiempo <strong>de</strong>spués, con o sin razón, se asumiría como artífice<br />
i<strong>de</strong>ológico <strong>de</strong> los <strong>de</strong>smanes <strong>de</strong> febrero <strong><strong>de</strong>l</strong> 89, con lo que, a las<br />
claras, haría <strong><strong>de</strong>l</strong> caos y la anomia social sus ban<strong>de</strong>ras. Una<br />
población pobre, mayoritaria, estaba sumida en la miseria y la<br />
<strong>de</strong>sgracia porque una población rica, minoritaria, les había<br />
robado y con<strong>de</strong>nado. La primera tendría <strong>de</strong>recho a la<br />
venganza, la segunda a nada.<br />
La <strong>de</strong>magogia y el espíritu panfletario que encierran estas<br />
i<strong>de</strong>as es protuberante y nauseabundo. Cinco lustros <strong>de</strong>spués<br />
hay más pobres, cuantitativamente hablando, y en condiciones<br />
mucho más graves y lamentables. Todo el discurso<br />
revolucionario terminó reducido, en la práctica diaria, a una<br />
relación cómplice y encubridora con el <strong><strong>de</strong>l</strong>ito. La impunidad,<br />
como <strong>de</strong>cía, es la única marca visible que, en estos asuntos,<br />
exhibe la revolución; <strong>de</strong> allí el salvaje <strong>de</strong>sbordamiento <strong>de</strong> la<br />
violencia y la <strong><strong>de</strong>l</strong>incuencia.<br />
Meses atrás, el <strong>de</strong>stacado periodista norteamericano Jon Lee<br />
An<strong>de</strong>rson, quien <strong>de</strong> manera acuciosa y constante ha estado<br />
sobre la pista <strong>de</strong> nuestro proceso revolucionario, publicó un<br />
reportaje, en la revista The New Yorker, sobre la llamada<br />
Torre <strong>de</strong> David. Dicho reportaje pone en evi<strong>de</strong>ncia algunas <strong>de</strong><br />
las consi<strong>de</strong>raciones que he planteado previamente. Y <strong>de</strong>ja al<br />
<strong>de</strong>scubierto, <strong>de</strong>spiadada y vergonzosamente, la íntima y muy
estrecha relación entre el <strong><strong>de</strong>l</strong>ito y conspicuos representantes<br />
<strong><strong>de</strong>l</strong> régimen. La Torre <strong>de</strong> David es un inframundo (a pesar <strong>de</strong><br />
la paradoja <strong>de</strong> empinarse hacia las alturas) don<strong>de</strong> la ilegalidad<br />
campea a sus anchas gracias al oxígeno cómplice que le brinda<br />
la revolución. Un prominente hombre <strong><strong>de</strong>l</strong> régimen, por<br />
ejemplo, se ufana en el reportaje <strong>de</strong> que uno <strong>de</strong> sus<br />
espal<strong>de</strong>ros, muy joven por cierto, ya tiene en su haber más <strong>de</strong><br />
sesenta muertos. Y el revolucionario –dice el periodista- sonríe<br />
con orgullo. Otro individuo, cuyo oficio confeso es ser lí<strong>de</strong>r e<br />
instigador <strong>de</strong> invasiones, comenta con satisfacción que ahora<br />
también se <strong>de</strong>sempeña como asesor <strong>de</strong> la Ministra <strong>de</strong> Asuntos<br />
Penitenciarios. En fin…<br />
Casos como estos, mas los <strong>de</strong> los colectivos armados por y<br />
para la revolución, llevan agua al molino <strong>de</strong> los que<br />
argumentan que, por las buenas, este régimen no saldrá<br />
jamás. No es mi intención, en este momento, ahondar en este<br />
punto. Sólo insisto en que es imposible superar los vicios que<br />
pa<strong>de</strong>cemos como sociedad volviéndonos más viciosos; el<br />
infierno dictatorial no se pue<strong>de</strong> enfrentar con más dictadura.<br />
Todo lo contrario. Democracia y más <strong>de</strong>mocracia es la única<br />
salida válida y sensata.<br />
Pero traje a colación toda esta reflexión sobre la violencia y el<br />
submundo que supone la colectividad <strong>de</strong> la Torre <strong>de</strong> David,<br />
porque, tras leer el reportaje <strong>de</strong> An<strong>de</strong>rson, algo que no está<br />
explícito en el mismo me empezó a retumbar en la cabeza. En<br />
ese mundo la oposición, y todo lo que ella supone en esa<br />
sumatoria <strong>de</strong> valores <strong>de</strong>mocráticos y rescate <strong>de</strong> la justicia y la<br />
legalidad, no tiene cabida. No porque le hayan negado la<br />
entrada, sino porque su mensaje, su discurso y propuestas,<br />
allí no son necesarios. Ese es un universo que se mueve a otra<br />
velocidad y con otro <strong>de</strong>stino, y mientras los que aspiran a<br />
gobernar, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la acera opositora, no <strong>de</strong>n con las<br />
coor<strong>de</strong>nadas <strong>de</strong> ese otro pedazo <strong>de</strong> nosotros, estaremos<br />
perdidos.
Y aquí regreso a mi planteamiento inicial: los dos polos que ni<br />
se conocen ni se reconocen. No sé cuántas Torres <strong>de</strong> David<br />
hay en nuestro país, cuántos escenarios <strong>de</strong> colectivida<strong>de</strong>s<br />
cercadas por la miseria, sin esperanzas ni expectativas <strong>de</strong> una<br />
mejor vida. Pero es necesario que el li<strong>de</strong>razgo emergente <strong><strong>de</strong>l</strong><br />
país, en el que uste<strong>de</strong>s, estimados graduandos, tienen un<br />
espacio importante y protagónico, pueda conocer y reconocer<br />
a fondo, con extrema propiedad y pertinencia, lo que esos<br />
universos suponen y <strong>de</strong>terminan; sin ellos no llegamos.<br />
El segundo caso que quería traer a colación, se basa en una<br />
reciente experiencia personal. Me ocurrió pocos minutos<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong><strong>de</strong>l</strong> Presi<strong>de</strong>nte, el lí<strong>de</strong>r, la encarnación<br />
misma <strong>de</strong> la revolución. Acompañaba a mi hija en un evento<br />
escolar fuera <strong><strong>de</strong>l</strong> colegio. Aunque nunca hubo una noticia más<br />
esperada que esa muerte, al conocerse, sin embargo, <strong>de</strong>jó un<br />
aire espeso marcado por el <strong>de</strong>sconcierto, la incertidumbre, la<br />
confusión. Padres, profesores, alumnos, todos trataban <strong>de</strong><br />
salir rápidamente <strong><strong>de</strong>l</strong> sitio; en momentos <strong>de</strong> cielo tan<br />
tenebroso, cuando se sospecha una tormenta, es mejor buscar<br />
pronto el techo casero. Y sucedió que, en la confusión, una<br />
amiga <strong>de</strong> mi hija quedó al <strong>de</strong>samparo: nada, le damos la cola.<br />
Y, antes <strong>de</strong> abordar el carro, mi hija me advierte en voz baja:<br />
ella es chavista. ¡Vaya una singular paradoja esta que nos<br />
<strong>de</strong>para el <strong>de</strong>stino! Nada. Como cantaba la salsa: la vida te da<br />
sorpresas.<br />
El trayecto no era largo, pero el tráfico era mucho más pesado<br />
que <strong>de</strong> costumbre; los mismos automóviles parecían ser<br />
víctimas <strong><strong>de</strong>l</strong> marasmo colectivo. Mi hija le susurró a su amiga<br />
algo que no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> impactarme: “pue<strong>de</strong>s llorar todo lo que<br />
quieras” –le dijo. Y la joven, incontenible, empezó a llorar a<br />
sus anchas. De nuestra parte un silencio respetuoso mientras<br />
ella se <strong>de</strong>sahogaba. Sufría. Sufría mucho. Había perdido a<br />
alguien muy querido, muy importante en su vida. Y, lo que<br />
más me impresionó, muy cercano. Iba a mi lado y me tocó<br />
consolarla. Tomarle la mano, ofrecerle un pañuelo, eran gestos
inútiles cuando uno no es parte real y empapada <strong><strong>de</strong>l</strong> dolor. Era<br />
una muchacha <strong><strong>de</strong>l</strong> último año <strong><strong>de</strong>l</strong> bachillerato, con edad <strong>de</strong><br />
votar, y, <strong>de</strong> hecho, ya había votado; obvio, por su lí<strong>de</strong>r ahora<br />
muerto. Ese lí<strong>de</strong>r no sólo no era el mío, sino que yo lo había<br />
cuestionado y combatido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su primerísima aparición<br />
pública en aquella cruenta madrugada <strong>de</strong> febrero <strong><strong>de</strong>l</strong> 92, que,<br />
con no poco susto y <strong>de</strong>sconcierto, me tocó cubrir por la radio.<br />
Pero ella lloraba y su dolor me dolía. Quizás porque era amiga<br />
<strong>de</strong> mi hija. Quizás porque en su lugar ha podido estar mi hija.<br />
Entendí, entonces, que había un país que me exigía algo más.<br />
Y esa exigencia se me hizo mucho más clara y apabullante<br />
cuando, horas <strong>de</strong>spués, pu<strong>de</strong> ver el mismo dolor en<br />
multitu<strong>de</strong>s incansables que, tras largas horas <strong>de</strong> espera,<br />
<strong>de</strong>sfilaban solemnes y llorosas ante el féretro <strong><strong>de</strong>l</strong> caudillo.<br />
Nuestro país -allí está la soberbia bofetada- no es sencillo –<br />
como tantos, como todos-, no es el estúpido y elemental<br />
blanco y negro que, por igual, han tratado <strong>de</strong> dibujar, en<br />
abierto e imperdonable chantaje, los li<strong>de</strong>razgos <strong>de</strong> uno y otro<br />
polo. La re<strong>de</strong>nción, el rescate que tanto ansiamos y<br />
necesitamos, <strong>de</strong> lado y lado, pasa por superar esa lamentable<br />
simpleza. Es, pues, necesario, imperativo, conocernos y<br />
reconocernos a plenitud; sólo <strong>de</strong> este ejercicio, <strong>de</strong> este<br />
esfuerzo mancomunado, podremos empezar a ten<strong>de</strong>rnos<br />
manos, brazos y puentes. Sólo así, poco a poco y con mucho<br />
barro, la unión, que es imprescindible e irrenunciable, podrá<br />
darse entre nosotros.<br />
Esta tar<strong>de</strong> me he sentido muy honrado en po<strong>de</strong>r dirigirme a<br />
uste<strong>de</strong>s en una ocasión tan solemne y trascen<strong>de</strong>ntal en sus<br />
vidas. Entiendo que un discurso para semejante ocasión estila<br />
ser optimista, risueño y alentador. Espero no haberlos<br />
<strong>de</strong>fraudado. Pero, aunque no lo haya parecido, esta es mi<br />
singular manera <strong>de</strong> convocar el optimismo y la esperanza. Y<br />
les digo por qué: no creo que el optimista sea –como suele<br />
<strong>de</strong>cirse en estos ámbitos- un pesimista mal informado. Para
mí es al revés: soy optimista porque soy un pesimista muy<br />
bien informado.<br />
No es el momento para darnos cabezazos por pavosas leyes<br />
<strong>de</strong> Murphy. Soy un agnóstico militante y <strong>de</strong>scarto la<br />
posibilidad <strong>de</strong> que Dios nos tenga rabia. No apuesto a la<br />
lotería y jamás he sellado un cuadro <strong>de</strong> 5y6, por lo tanto,<br />
<strong>de</strong>scarto la posibilidad <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r. Sigo convencido <strong>de</strong> que el<br />
sol sale por Petare y <strong>de</strong> que Catia, golosa, se lo traga unas<br />
cuantas horas <strong>de</strong>spués. Creo que un niño, no importa cuan<br />
humil<strong>de</strong> sea su origen, si está bien alimentado, con buena<br />
salud y mejor educación, sólo tiene como límite la galaxia. No<br />
creo que haya pueblos tristes y con<strong>de</strong>nados. Y mucho menos<br />
creo que el nuestro sea uno <strong>de</strong> ellos. No creo, pues, ni en<br />
trampas ni en sorpresas <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>de</strong>stino. Creo, simplemente, en<br />
nosotros los venezolanos, con todo lo <strong>de</strong>sorientados,<br />
cansados y confundidos que ahora podamos estar.<br />
Esta hermosa tar<strong>de</strong> he querido hacerles partícipes <strong>de</strong> una <strong>de</strong><br />
mis más recurrentes angustias: la dificultad para asir, medir y<br />
conocer, con propiedad y verdad, nuestra dura y empañada<br />
realidad nacional. Me doy por satisfecho si algo <strong>de</strong> esta<br />
reflexión queda en algún rincón <strong>de</strong> sus computadoras. Salen<br />
uste<strong>de</strong>s hoy con las mejores herramientas, egresados <strong>de</strong> las<br />
importantes y prestigiosas maestrías <strong><strong>de</strong>l</strong> IESA, con todos los<br />
rudimentos para que la realidad sea siempre manejable y<br />
superable.<br />
Me voy tranquilo y esperanzado porque esta reunión <strong>de</strong> hoy<br />
no la hemos tenido en el Aeropuerto <strong>de</strong> Maiquetía, <strong><strong>de</strong>l</strong> otro<br />
lado <strong>de</strong> la inmigración, ya con los pasaportes sellados para<br />
partir. Me voy contento y feliz porque seguimos en Venezuela.<br />
Y, sobre todo, porque uste<strong>de</strong>s son venezolanos.<br />
Muchísimas gracias.<br />
<strong>César</strong> <strong>Miguel</strong> <strong>Rondón</strong>