El élder Hugh W. Pinnock (extremo derecho), recientemente sostenido como miembro de la Presidencia del Primer Quorum de los Setenta, aparece de pie, junto al élder Roben L. Backman, élder Jack H. Goaslind y élder William Grant Bangerter, de derecha a izquierda, también miembros de la presidencia de dicho quorum. oñdades Generales en la sesión del sacerdocio. El presidente Ezra Taft Benson saluda a una de las Autoridades Generales.
SESIÓN DEL DOMINGO POR LA MAÑANA 5 de octubre de 1986 LA DOCTRINA FUNDAMENTAL DE LA IGLESIA presidente Gordon B. Hinckley Primer Consejero en la Primera Presidencia "Están unidos afín de llevar a cabo el grandioso y divino plan para la salvación y exaltación de los hijos de Dios." Mis hermanos, he elegido para mi discurso un tema que es muy conocido para todos nosotros. Es el primero de nuestros Artículos de Fe, que expresa la doctrina fundamental de nuestra religión. Es muy significativo el hecho de que, al establecer los elementos principales de nuestra doctrina, el profeta José Smith pusiera éste en primer lugar. "Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo." La preeminencia que se ha dado a esta declaración está de acuerdo con otra declaración que el Profeta hizo: "Conocer con certeza el carácter de Dios es el primer principio del evangelio." (History ofthe Church, 6:305.) Estas declaraciones sumamente importantes y globales están en armonía con las palabras del Señor en su grandiosa oración intercesora: "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado." (Juan 17:3.) El otro día me entregaron un folleto, escrito por un crítico y enemigo de la Iglesia cuyo deseo es minar la fe de los débiles y los indoctos. En él se repiten las mismas falsedades que se han repetido durante un siglo o más, y se pretende establecer lo que creemos nosotros, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Sin ningún deseo de argüir con nuestros camaradas que profesan otras religiones, a muchos de los cuales conozco y tengo en alta estima, en esta ocasión quiero dejar clara mi posición con respecto a éste, el tema teológico más importante de todos. Creo sin ninguna duda ni reserva en Dios, el Eterno Padre. El es mi Padre, el Padre de mi espíritu y progenitor del espíritu de todo ser humano; es el gran Creador, el que gobierna el universo; El dirigió la creación de esta tierra en la que vivimos; el hombre fue creado a Su imagen. El es una persona, es real, es un ser individual, y "tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre" (D. y C. 130:22). En el relato de la creación de la tierra "dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza" (Génesis 1:26). ¿Puede haber una forma de expre- sión más explícita? ¿Acaso disminuye a Dios, como algunos quieren hacernos creer, el haber creado al hombre a su misma imagen? Más bien, debería infundir en el corazón de los seres humanos un mayor aprecio por sí mismos, al saberse hijos de Dios. Las siguientes palabras de Pablo a los corintios se aplican a nosotros tanto como a aquellos a quienes él las dirigió: "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? "Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es." (1 Corintios 3:16-17.) Recuerdo una ocasión, hace más de cincuenta años, en que siendo misionero me encontraba hablando en una reunión al aire libre, en el parque Hyde, en Londres, cuando un agitador me interrumpió para decir: "¿Por qué no se limita a la doctrina de la Biblia, que en Juan (4:24) dice: 'Dios es Espíritu'?" Abrí la Biblia en el pasaje que él había citado y le leí todo el versículo, que dice: "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren." Y agregué: "Por supuesto que Dios es un espíritu, y también lo es usted en la combinación de espíritu y cuerpo qué lo hace un ser humano; y también lo soy yo." Cada uno de nosotros es un ser dual, con una entidad espiritual y otra física. Todos conocemos la realidad de la muerte cuando el cuerpo deja de existir; también sabemos que el espíritu continúa viviendo como entidad individual y que, en algún momento, por el divino plan que se hizo posible gracias al sacrificio del Hijo de Dios, volverán a reunirse el cuerpo y el espíritu. La declaración de Jesús diciendo que Dios es un espíritu no niega que El tiene un cuerpo, así como la declaración de que yo soy un espíritu tampoco niega que tengo un cuerpo. No pretendo comparar mi cuerpo con el del Padre en su refinamiento, su capacidad, su hermosura y su fulgor. El cuerpo de El es eterno; el mío es mortal. Pero el saber esto sólo aumenta la reverencia que siento por El. Lo adoro "en espíritu y en verdad": busco en El mi fortaleza; oro a El para pedirle más sabiduría de la que tengo como ser humano. Trato de amarlo con todo mi corazón, mi fuerza, mi mente y mi alma. Su sabiduría es mayor que la de todos los seres humanos juntos: su
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