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Whateley le instruía y catequizaba en medio<br />
<strong>de</strong>l silencio reinante <strong>de</strong> muchas largas e interminables<br />
tar<strong>de</strong>s. Para entonces ya habían concluido<br />
las obras <strong>de</strong> la casa, y quienes tuvieron<br />
ocasión <strong>de</strong> verlas se preguntaban por qué habría<br />
transformado el viejo Whateley una <strong>de</strong> las<br />
ventanas <strong>de</strong>l piso superior en una maciza puerta<br />
entablada. Se trataba <strong>de</strong> la última ventana<br />
abuhardillada en la fachada posterior orientada<br />
a poniente, pegada a la la<strong>de</strong>ra montañosa, y<br />
nadie se hacía la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> por qué habría<br />
construido una sólida rampa <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra para<br />
subir hasta ella. Para cuando las obras estaban<br />
a punto <strong>de</strong> concluir la gente advirtió que el viejo<br />
cobertizo <strong>de</strong> los aperos, herméticamente cerrado<br />
y con las ventanas cubiertas por tablones<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el nacimiento <strong>de</strong> Wilbur, volvió a quedar<br />
abandonado. La puerta estaba siempre abierta<br />
<strong>de</strong> par en par, y cuando Earl Sawyer un día se<br />
a<strong>de</strong>ntró en su interior, con ocasión <strong>de</strong> una visita<br />
al viejo Whateley relacionada con la venta <strong>de</strong><br />
ganado, se extrañó enormemente <strong>de</strong>l apestoso