Candados en el viento - Publicatuslibros.com

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Candaddos en el vviento Echandoo la vista atrás, en el rrecuerdo, sse desfigura an las farolaas que alummbraban la as huellas del pasaddo, parecían soportes en una anggosta calle salpicada s dee rumores y deseos. Se percibía en las noches dee verano, eel calor pren ndido en eel asfalto, uun asfalto de d ciudad envenenaada por reencores renovados a cada pisa ada. Era la luz artifiicial, la cu umbre de artificiosaas miradas. Luces coonfundidas een la nochee con el brillo de la luna, que impeertérrita se movía al co ompás de la vida quue me acoggía. Eran nocches en lass que deammbulaban los deseos libres de lass fatigas dee la respons sabilidad. Noches ddominadas por los acttos que nunca morían n sin antes haber dejaado una hue ella en el corazón. Las nochhes se mezclaban con los días cuuando el pa asar del tiemmpo se llenaba de los instantes que pareecían huir ddel mañanaa. Las silueetas rozaba an las sombbras cuanddo el camin nar ajeno, siempre parecía cannsado junto a mis huellas; unas huellas que ddejaban un halo de seguridad y despropóósito a la vidda. Eran las sombras de las miraddas borrasccosas de olv vido, que al confundirsse en la soledad del pensamieento, siemppre pasabann de largo por la estac ción del sileencio. Los iinstantes pr retendían perdersee en la anggosta callee sembradaa de silenc cios pasajeeros. En elllas camina aban mis ilusiones sin nombrre sostenidaas por unoss pies, que e aún no coonocían cannsancio de caminos recorridoos, miedos ggolpeando lla inocenciaa, ni sentim mientos quebbrantados dde indiferen ncia. Y de pronto suu mirada. Escuchamos a la vvez el ruidoo del silencio. Sus ojo os deseaban encontrarme más allá a de mi propia mmirada, se qquedó atraapado en eel cuerpo que q aún noo sabía serr mujer, mi ientras la inocenciaa intentaba despedirsee de los últimmos pasos que q él, enceerró entre ssus manos. Dibujaban sus labios una sonriisa que siemmpre era an nunciada poor sus ojos. Nació un horizonte marcado por una línnea discontinua… El primerr domingo juunto a su soonrisa, estaaba la luna escondida e aal calor del sol. Se asommaban mis ilusiones al balcón. Flootaba en el aire una mmúsica enreedada de primavera, mis manoos bailabann al compáss de mi corrazón. Abajo o, en la aceera, aparecció su camis sa blanca junto a suus ojos y suu sonrisa, y entre brillos de mañan na me dijeroon: «Baja. VVen». Empezarron a pasar, los minutoos que entree los dos se e tejían con miradas furtivas. Quería eesconderse el sol, miientras las manos bu uscaban el roce de ootra piel. Kilómetros K recorridoos, en un iintento de alejarse de censuras s de mayoores que vivían olvida ando sus primeras emocioness. Los kilómetros saccudían la prisa p por lleegar a un rincón, que e en una soledad compartidaa de miradaas y cariciaas, éstas dejaran su hhuella en laa impaciencia de la memoria. Mi cuerpo de niña ddecía no. El miedo se quedaba at trapado enttre el deseoo, y sus ma anos eran una brisaa que empeezaba a atarrse a un reccuerdo inolv vidable que ya nacía. Aquel veerano con un calor quee apenas reecuerdo, se e dejaba atrrapar entre besos esco ondidos y caricias ccalladas. Candadoss en el vientoo Ana Belio 5
Nuestro primer rinccón se hallaaba al finaal de una escalera e dee caracol. UUna amplia a ventana regalaba a mis ojos un paisaje que aún peerdura en mis m sueños. Sus labioos en mi espalda, el paaisaje se voolvía un esp pejismo, se encontraron nuestros labios. El primer beeso tan inteenso, tan deesconocido, tan desead do; el miedoo dijo no. Se quedóó el deseo atado en suus ojos, vollvió la nitide ez del paisaaje mostranndo su fuerz za ante la mirada perdida de uun adiós, quue comenzaaba a queda arse enredaado en la esscalera de caracol. c Una tardee adiviné enn sus ojos eel adiós. Suus palabras fluyeron moldeándosee en otro cu uerpo que sin miedoo ocupó su deseo. Sus lágriimas hablaban de todo lo que noo me pudo dar, su miirada decíaa: «no te olv vidaré, te esperaréé, pero mienntras tanto nnecesito vivvir». La soledaad me acommpañó en uun atardeceer en el que e me eran ajenos los sonidos. Andaba su adiós a mmi lado. El tacto dde su pelo, su sonrisaa en la mirada, sus ma anos impaciientes, las mieles de su s boca... todo se qquedó descaansando enn el horizonte intermite ente; en nueestro horizonte. Volvió unn nuevo verano. Renaació el cúmulo de sent timientos que habían dormido y crecido a pesar de la ausenciaa. Planes en la estacióón estival, una llamadaa y de pronto o otra vez ssu voz. Entre ilussiones escoondidas en las palabrras, emoció ón en la vooz y el deseeo escondid do en un futuro encuentro, enn el corazónn solo quedóó grabado: «Iré, nos enncontraremmos». El mar sse descubrrió en mi ppresencia. Por las no oches se hhabían rotoo los canda ados que sujetabann el viento. Él aparecció con su sonrisa ref flejada en ssus ojos, mmientras el mar nos amaba a los dos. Los amaaneceres erran serpienntes que noos enredaba an con los sentimienttos reposan ndo entre sábanas desconociddas. Un domingo nos eescapamos recorriendoo kilómetro os de emocciones. Noss acogió una u playa desierta, que esperaaba nuestroos cuerpos para dejar nuestras hhuellas envuueltas entre e besos y caricias, que nunca han muertoo en el recuerdo. Allí en aqquella playaa sentí al cieelo cómplice del deseo o, a las olass testigos deel tiempo que queda grabado en la piel, aal sol marcaando cada ccentímetro de d emociónn. Se asommó la luna y nos recorddó que habrría un nuev vo amaneceer. Un amannecer que resbalaba r en una despedida. Un adióss volvió a nacer. Se mmarchó de nnuevo con su s sonrisa. Se llevó todas las car ricias que todavía hhoy, fermentan en su ppiel. Se paró lla brisa. Emmpezaron a morir las ollas en la ori illa de sus bbesos. Se cerrarron los canddados en el viento quee acarició nu uestra histooria de amor. Y él, mi pprimer amorr, nunca muuere en el reecuerdo. Candadoss en el vientoo Ana Belio 6
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