La brujas en Macbeth: ¿hermanas fatídicas o sirvientas del destino
La brujas en Macbeth: ¿hermanas fatídicas o sirvientas del destino
La brujas en Macbeth: ¿hermanas fatídicas o sirvientas del destino
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Lo que muestra la polisemia de este término es el anverso y el reverso <strong>del</strong> poder:<br />
control y subordinación; uno cree que las <strong>brujas</strong> controlan, y luego resultan estar<br />
controladas por poderes superiores a ellas. Incluso Hécate, con toda su parafernalia, no es,<br />
ella misma, sino otro “instrum<strong>en</strong>to de la oscuridad” —los juegos de poder <strong>en</strong> incesante<br />
reversibilidad, fugados <strong>en</strong> infinitos relevos, cuyo dev<strong>en</strong>ir incierto sólo puede crear<br />
espejismos.<br />
Es por ello que la trampa que le ti<strong>en</strong>de Hécate es exactam<strong>en</strong>te la misma que le<br />
t<strong>en</strong>dieron las <strong>brujas</strong> al principio, pero más eficaz: unas profecías literalm<strong>en</strong>te hechizas. <strong>La</strong><br />
suma sacerdotisa de los artilugios afirma que lo que habrá de conjurar son “espíritus<br />
artificiales” (artificial sprites), puro espectáculo, lo cual activa el s<strong>en</strong>tido original de<br />
hechizo: el desprecio de lo “hecho”; tras la pirotecnia semántica de su fachada de<br />
<strong>en</strong>cantami<strong>en</strong>to, no hay más que el artificio, lo “hechizo” que se hace pasar por EL hechizo.<br />
En estos vaiv<strong>en</strong>es de la ambigüedad, Hécate jugará también con la polisemia de la palabra<br />
security: no sólo <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>tido de “certidumbre”, sino <strong>en</strong> el de “garantía”, “fianza”,<br />
“pr<strong>en</strong>da”, “pacto”. En todos s<strong>en</strong>tidos security es, como dice Hécate, el mayor <strong>en</strong>emigo de<br />
los mortales: la búsqueda ciega de la seguridad lo lleva a dar <strong>en</strong> pr<strong>en</strong>da cualquier cosa,<br />
incluso el alma. Esto, ciertam<strong>en</strong>te, es lo que ha ocurrido con <strong>Macbeth</strong>: atrapado no sólo <strong>en</strong><br />
un vado de sangre, sino <strong>en</strong> el espejismo de que un crim<strong>en</strong> más le dará la seguridad<br />
anhelada, de que un crim<strong>en</strong> más habrá de asegurarle el poder. Pero el poder es inasible <strong>en</strong><br />
sus inciertos juegos de reversibilidad. En <strong>Macbeth</strong> es evid<strong>en</strong>te, incluso patética, la<br />
disparidad: precisam<strong>en</strong>te cuando él cree —o quisiera creer— que ti<strong>en</strong>e el poder, que él es el<br />
amo indiscutible, <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong> el punto de mayor debilidad. Títere<br />
accionado por la inercia carnicera <strong>del</strong> mal que él mismo ha creado, <strong>Macbeth</strong> cree que, por<br />
lo m<strong>en</strong>os, aún puede mangonear a su sirvi<strong>en</strong>te Seyton/Satanás y a su espejo, el cara de nata;<br />
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