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La brujas en Macbeth: ¿hermanas fatídicas o sirvientas del destino

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a veces, calcadas sobre el estereotipo, completas con escoba voladora, acompañadas de<br />

“familiares”, casi nahuales —gatos negros, sapos, cuervos y toda la caterva de cosas<br />

brujeriles/mujeriles? Por eso, una puesta <strong>en</strong> esc<strong>en</strong>a cortará la primera aparición de las<br />

<strong>brujas</strong> (¿por miedo a su autonomía?) para que no parezcan demasiado determinantes<br />

(¿<strong>fatídicas</strong>?), para que no debilit<strong>en</strong> a <strong>Macbeth</strong> convirtiéndolo <strong>en</strong> títere <strong>del</strong> <strong>destino</strong> (¿y no se<br />

convierte finalm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el títere de su propia inercia carnicera?). Otra producción, eliminará<br />

a Hécate, su séquito y sus canciones cursis; aunque irónicam<strong>en</strong>te, semejante escisión está<br />

<strong>en</strong> el orig<strong>en</strong> de la “maldición de <strong>Macbeth</strong>” —ese otro folclor, el de la historia teatral de las<br />

repres<strong>en</strong>taciones de la “Obra escocesa” (the Scottish play), para evadir nombrar al<br />

“maldito” innombrable. Así, las “racionales” producciones <strong>del</strong> siglo XX han querido cerrar<br />

la puerta a la superstición, a la firme cre<strong>en</strong>cia isabelina y jacobiana <strong>en</strong> la brujería, y ¿para<br />

qué?, ¡para abrir la puerta trasera de la superstición teatral!<br />

Lo cierto es que una lectura que lidie con la realidad absolutam<strong>en</strong>te autónoma de las<br />

<strong>brujas</strong> y que las mire más allá <strong>del</strong> folclor, nos abrirá av<strong>en</strong>idas de significación fascinantes<br />

no sólo <strong>en</strong> el muy real problema de las fronteras porosas <strong>en</strong>tre el libre albedrío y la<br />

predestinación, sino <strong>en</strong> el juego dinámico de poder y sumisión cuyas fronteras no son<br />

m<strong>en</strong>os porosas; relaciones de poder <strong>en</strong> insidiosa reversibilidad, que conviert<strong>en</strong> a las <strong>brujas</strong><br />

<strong>en</strong> seres sumam<strong>en</strong>te peligrosos; que nos permit<strong>en</strong> leer <strong>Macbeth</strong> —<strong>en</strong>tre otras posibilidades,<br />

claro está— como una evolución (¿involución?) de la brujería doméstica a la brujería<br />

política, pasando por la t<strong>en</strong>ebrosa, aunque no por ello m<strong>en</strong>os política, brujería<br />

nigromántica. Es cierto, las <strong>brujas</strong> ti<strong>en</strong><strong>en</strong> algo de cu<strong>en</strong>to de hadas, pero a condición de que<br />

se lea esa dim<strong>en</strong>sión <strong>en</strong> palimpsesto, bajo el texto más siniestro de la necromancia.<br />

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