0 Vida de Blanco White 2008-03-12.qxp - Seminario de Pilas

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ANTONIO RAFAEL RÍOS SANTOS
ción de aquella Sevilla. En su catedral, aún hoy la de mayor área
del mundo, prestaban servicio 239, escribirá el viajero inglés
Towsend en 1787; algún dato suyo, como que en la Catedral sevillana
se decían cada día «500 misas» parece exagerado; no era así el
de 82 altares en ella: un manuscrito de hacia 1792 indica 69; conté
más de 60 el año 2000, en una ojeada no exhaustiva, y ya aplicadas
reformas del Vaticano II.
Más curiosidades del mundo infantil de Blanco: ese manuscrito
reseña en Sevilla más de 1.300 altares, 300 campanas y 950 lámparas.
Otro, pone 292 servidores para los oficios catedralicios de
Semana Santa; contando los que montaban el gigantesco Monumento
del Jueves Santo. Anota el peso del cirio pascual. 80 arrobas
(algo más de 920 kilos): es creíble para quienes los hemos visto
enormes allí; o que hacían falta 1.360 varas de lienzo de dos varas
de ancho (casi 200 m 2 ) para cubrir, en Tiempo de Pasión, por la
liturgia de entonces, el retablo central; el mayor del mundo: cito
eso pues la Catedral es escena clave para aquel Blanco.
Los clérigos influían mucho en aquella Sevilla. Expulsados los
jesuitas, su prestigio en las clases superiores se cubrió, en lo espiritual,
por los filipenses, y en lo docente, por discípulos de la Compañía.
Sólo cuatro años antes de nacer Blanco, Olavide usó la ex
Casa Profesa de ésta para separar la Universidad de su cuna, el
Colegio Mayor de Santa María de Jesús; mas el proceso inquisitorial
de ese personaje (1776-78) arruinó su reforma ilustrada.
Dominaban el ‘alto clero’, con pingües ingresos; y una clase
‘noble’ que sólo veía decoroso vivir de rentas o de cargo oficial:
hasta simples hidalgos (salvo los de origen extranjero, como los
Blanco), despreciaban el comercio y la industria. En el clero había
enorme contraste entre los recursos de una mitra aún rica, o las 68
principales prebendas*, y los míseros recursos de cientos de sacerdotes.
Entre éstos, los más de los, en rigor, ‘curas’ (los de cura animarum),
solían vivir en estrechez frente a los de un buen beneficio
simple (‘sinecura’). Las grandes rentas arzobispales crearon anomalías
no lejanas como la de un Infante Cardenal Arzobispo niño,