DRÁCULA BRAM STOKER - Portal Académico del CCH
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Drácula Bram Stoker<br />
color de rosa, verdes, violetas, y de todos los matices dorados; había aquí y allá masas no muy grandes,<br />
pero notoriamente de un negro absoluto, en todas clases de figuras; algunas sólo <strong>del</strong>ineadas y otras<br />
como colosales siluetas. La vista de aquel paisaje no fue desaprovechada por los pintores, y no cabe<br />
ninguna duda de que algunos esbozos <strong>del</strong> "Preludio a una Gran Tormenta" adornaran las paredes de R.<br />
A. y R. I. el próximo mayo. Más de un capitán decidió en aquellos momentos y en aquel lugar que su<br />
"guijarro" o su "mula" (como llaman a las diferentes clases de botes) permanecería en el puerto hasta que<br />
hubiera pasado la tormenta. Por la noche el viento amainó por completo, y a la medianoche había una<br />
calma chicha, un bochornoso calor, y esa intensidad prevaleciente que, al acercarse el trueno, afecta a<br />
las personas de naturaleza muy sensible. Sólo había muy pocas luces en el mar, pues hasta los vapores<br />
costeños, que suelen navegar muy cerca de la orilla, se mantuvieron mar adentro, y sólo podían verse<br />
muy contados barcos de pesca. La única vela sobresaliente era una goleta forastera que tenía<br />
desplegado todo su velamen, y que parecía dirigirse hacia el oeste.<br />
La testarudez o ignorancia de su tripulación fue un tema exhaustivamente comentado mientras<br />
permaneció a la vista, y se hicieron esfuerzos por enviarle señales para que arriaran velas, en vista <strong>del</strong><br />
peligro. Antes de que cerrara la noche, se le vio con sus velas ondear ociosamente mientras navegaba<br />
con gran tranquilidad sobre las encrespadas olas <strong>del</strong> mar.<br />
"Tan ociosamente como un barco pintado sobre un océano pintado."<br />
Poco antes de las diez de la noche la quietud <strong>del</strong> viento se hizo bastante opresiva, y el silencio<br />
era tan marcado que el balido de una oveja tierra adentro o el ladrido de un perro en el pueblo, se<br />
escuchaban distintamente; y la banda que tocaba en el muelle, que tocaba una vivaracha marcha<br />
francesa, era una disonancia en la gran armonía <strong>del</strong> silencio de la naturaleza. Un poco después de<br />
medianoche llegó un extraño sonido desde el mar, y muy en lo alto comenzó a producirse un retumbo<br />
extraño, tenue, hueco.<br />
Entonces, sin previo aviso, irrumpió la tempestad. Con una rapidez que, en aquellos momentos,<br />
parecía increíble, y que aún después es inconcebible; todo el aspecto de la naturaleza se volvió de<br />
inmediato convulso. Las olas se elevaron creciendo con furia, cada una sobrepasando a su compañera,<br />
hasta que en muy pocos minut os el vidrioso mar de no hacía mucho tiempo estaba rugiendo y devorando<br />
como un monstruo. Olas de crestas blancas golpearon salvajemente la arena de las playas y se lanzaron<br />
contra los pronunciados acantilados; otras se quebraron sobre los muelles, y barrieron con su espuma las<br />
linternas de los faros que se levantaban en cada uno de los extremos de los muelles en el puerto de<br />
Whitby. El viento rugía como un trueno, y soplaba con tal fuerza que les era difícil incluso a hombres<br />
fuertes mantenerse en pie, o sujetarse con un desesperado abrazo de los puntales de acero. Fue<br />
necesario hacer que la masa de curiosos desalojara por completo los muelles, o de otra manera las<br />
desgracias de la noche habrían aumentado considerablemente. Por si fueran pocas las dificultades y los<br />
peligros que se cernían sobre el poblado, unas masas de niebla marina comenzaron a invadir la tierra,<br />
nubes blancas y húmedas que avanzaron de manera fantasmal, tan húmedas, vaporosas y frías que se<br />
necesitaba sólo un pequeño esfuerzo de la imagi nación para pensar que los espíritus de aquellos<br />
perdidos en el mar estaban tocando a sus cofrades vivientes con las viscosas manos de la muerte, y más<br />
de una persona sintió temblores y escalofríos al tiempo que las espirales de niebla marina subían tierra<br />
adentro. Por unos instantes la niebla se aclaraba y se podía ver el mar a alguna distancia, a la luz de los<br />
relámpagos, que ahora se sucedían frecuentemente seguidos por repentinos estrépitos de truenos, tan<br />
horrísonos que todo el cielo encima de uno parecía temblar bajo el golpe de la tormenta.<br />
Algunas de las escenas que acontecieron fueron de una grandiosidad inconmensurable y de un<br />
interés absorbente. El mar, levantándose tan alto como las montañas, lanzaba al cielo grandes masas de<br />
espuma blanca, que la tempestad parecía coger y desperdigar por todo el espacio; aquí y allí un bote<br />
pescador, con las velas rasgadas, navegando desesperadamente en busca de refugio ante el peligro; de<br />
vez en cuando las blancas alas de una ave marina ondeada por la tormenta. En la cúspide de East Cliff el<br />
nuevo reflector estaba preparado para entrar en acción, pero todavía no había sido probado; los<br />
trabajadores encargados de él lo pusieron en posición, y en las pausas de la niebla que se nos venía<br />
encima barrieron con él la superficie <strong>del</strong> mar. Una o dos veces prestó el más eficiente de los servicios,<br />
como cuando un barco de pesca, con la borda bajo el agua, se precipitó hacia el puerto, esquivando,<br />
gracias a la guía de la luz protectora, el peligro de chocar contra los muelles . Cada vez que un bote<br />
lograba llegar a salvo al puerto había un grito de júbilo de la muchedumbre congregada en la orilla; un<br />
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