LA INVASIÓN YANQUI Y LOS NIÑOS HÉROES
LA INVASIÓN YANQUI Y LOS NIÑOS HÉROES
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<strong>LA</strong> <strong>INVASIÓN</strong> <strong>YANQUI</strong><br />
Y <strong>LOS</strong> <strong>NIÑOS</strong> <strong>HÉROES</strong><br />
Una de las páginas más heroicas, aunque trágica, de la<br />
Historia de México, es la que escribieron con su sangre los Niños<br />
Héroes de Chapultepec. Es inconcebible que en algunas escuelas, de<br />
todos los niveles, algunos profesores, se atrevan a negar la existencia<br />
de aquellos mártires de la Patria, que cayeron abatidos por las balas del<br />
invasor yanqui, dejando un enorme vacío, tanto en la historia de nuestra<br />
patria, como en la mente y el alma inocente de sus alumnos.<br />
Por otra parte, un gran escándalo han desatado unos dizque<br />
artistas, que se han atrevido a profanar la memoria de estos grandes<br />
héroes, en aras de sus prácticas estériles, supuestamente artísticas.<br />
Son dignos de recibir el apoyo del payaso de la tele, que vive y lucra del<br />
escándalo, sin mantener su dignidad ni su palabra.<br />
Es comprensible que el actual imperio mundial, los EEUU,
con su presidente a la cabeza, festejen la Batalla de Puebla, el 5 de<br />
Mayo, cuando los mexicanos lucharon y derrotaron a los<br />
intervencionistas franceses, pero ocultan la injusta, ilegal y bárbara<br />
invasión que hicieran a México ellos, los yanquis, en su afán<br />
imperialista y expansionista, por la cual despojaron a México de la mitad<br />
de su territorio.<br />
Lo que es incomprensible, pues, es que algunos individuos<br />
mexicanos actúen de acuerdo a las consignas de este moderno imperio<br />
y oculten, minimicen o hasta nieguen la epopeya de los Niños Héroes<br />
de Chapultepec. Sea, pues, este ensayo, un homenaje a la memoria de<br />
tan grandes héroes.<br />
Además, entre los personajes de la historia oficial, pocos<br />
son los que merecen el honor de ser llamados héroes, y que sus<br />
nombres sean escritos con letras de oro en los recintos oficiales. Entre<br />
ese escaso y selecto grupo de mexicanos merecen un lugar destacado<br />
Los Niños Héroes de Chapultepec.<br />
Entre 1846 y 1848, el gobierno y el ejército gringos<br />
invadieron injustamente a México y lo despojaron de más de la mitad de<br />
su territorio. Los mexicanos defendieron de manera heroica y libraron<br />
muchas batallas contra el invasor, tanto en el norte del país, como en<br />
sus costas, principalmente en Veracruz, y finalmente en la capital de la<br />
República.
Entre estas batallas, nos ocupa la de Chapultepec.<br />
Chapultepec sobresale ante la planicie del Valle de México,<br />
y por la naturaleza de su topografía, era un punto que tenía su<br />
importancia en la organización general de la defensa de la ciudad. Una<br />
tradición militar consideraba a Chapultepec como la llave de la ciudad.<br />
Y era cierto que venía a ser, a su modo, y con la menguada técnica de<br />
que se disponía, un baluarte que era necesario forzar para que el cerco<br />
en torno de la ciudad quedase estrechado.<br />
No era una fortaleza inexpugnable. Tampoco un punto<br />
insignificante que los invasores yanquis desdeñasen antes de entrar en<br />
la Capital. El ejército defensor levantó varias fortificaciones, parapetos<br />
alrededor del alcázar, que disponía de dos obuses de montaña y de<br />
ocho cañones de variado calibre.<br />
El Gral. Nicolás Bravo era el comandante del lugar, teniendo<br />
por segundo al Gral. Mariano Monterde, que fungía como director del<br />
Colegio Militar. La tropa disponible, entre soldados regulares y cadetes,<br />
era de ochocientos treinta y dos hombres, según parte rendida al final<br />
por el propio Gral. Bravo, distribuidos al pie del cerro, en las<br />
inmediaciones del bosque y en los distintos puntos de la eminencia.<br />
Desde el amanecer del día 12 de septiembre de 1847,<br />
comenzó el cañoneo yanqui. Cumplía su misión el fuego de la artillería
gringa, no sólo causando estragos, sino provocando también la<br />
respuesta mexicana, que a su vez se constituía en objetivo.<br />
Desgraciadamente, la concentración de soldados en la parte<br />
superior del cerro y en el edificio, dio por resultado que muchos<br />
perecieran sin haber tenido la oportunidad de combatir. La artillería de<br />
Chapultepec contestó el fuego con mucha precisión y acierto. Los<br />
ingenieros trabajaban incansablemente en reparar los estragos de los<br />
proyectiles enemigos. El jefe de la sección de ingenieros era Don Juan<br />
Cano y el comandante de artillería Don Manuel Gamboa.<br />
El bombardeo fue terrible. Comenzó poco después de las<br />
cinco de la mañana y no cesó hasta las siete de la tarde.<br />
Amaneció el nefasto día 13 de septiembre. Desde que<br />
apareció la primera luz, el bombardeo comenzó con más vigor que el<br />
día anterior, pues las baterías enemigas se habían reforzado con<br />
algunos cañones más. Poco después de que principió el cañoneo, se<br />
escucharon los ruidosos “hurras” de las fuerzas invasoras, y las<br />
columnas de ataque comenzaron a moverse con el mayor orden,<br />
siguiendo las directrices de sus jefes.<br />
Durante la noche anterior, el General Santa Anna, que había
venido con un fuerte número de tropas, estableció 1,500 hombres<br />
dentro del bosque guarneciendo la gran barda que va hacia el camino<br />
de Tacubaya; con 500 hombres, un hornabeque que se había<br />
construido en el puente de Chapultepec; puso una columna de 400<br />
hombres fuera del bosque al costado izquierdo de Chapultepec, dando<br />
su frente en la dirección de Casa Mata, y apoyando la cabeza en un<br />
fuerte parapeto que con anticipación se había construido.<br />
El resto de las tropas desplegadas en batalla con la derecha<br />
frente a la puerta de Chapultepec y el frente hacia el sudeste, se<br />
extendía hacia la garita de Belén paralelamente al acueducto. Pero ni a<br />
lo que impropiamente llamaban los americanos castillo, ni a las obras<br />
accesorias de defensa, mandó un solo soldado de refuerzo.<br />
Las tropas americanas procedentes de Molino del Rey,<br />
conducidas personalmente por el General Pillow y cubiertas por un<br />
batallón de cazadores desplegados en tiradores, penetraron en el<br />
bosque y atacaron desde luego por el lugar menos protegido, y que sólo<br />
era defendido por 80 hombres. Al mismo tiempo la brigada Cadwalader<br />
avanzaba por fuera del bosque en la dirección de la calzada de la<br />
Verónica. La resistencia fue tenaz, mas después de un cuarto de hora<br />
de combate, los soldados mexicanos se vieron obligados a retroceder, y<br />
lejos de replegarse hacia la cúspide del cerro como se les había<br />
prevenido, se dispersaron por todo el bosque, aunque sin dejar de<br />
hacer fuego sobre sus contrarios.
La cortadura fue tomada a costa de algunos hombres, y los<br />
americanos prosiguieron su ataque dirigiéndose al pie del cerro; a<br />
media falda de este se encontraba alguna tropa mexicana, que con<br />
mayor bizarría y denuedo trabó combate. La fuerza que guarnecía la<br />
obra levantada en el ángulo de las dos rampas, lo rompió igualmente,<br />
con tan buen éxito, que las columnas de ataque se vieron obligadas a<br />
detenerse, desplegaron y rompieron un fuego mortífero, pero sin lograr<br />
que retrocedieran los defensores. El campo se cubrió de cadáveres;<br />
hombres heridos caían por todas partes, y el mismo General Pillow<br />
recibió dos balas que lo pusieron instantáneamente fuera de combate.<br />
El General Pillow, aunque herido gravemente, se hacía<br />
conducir en hombros a la cabeza de sus tropas, haciendo<br />
desesperados esfuerzos para impulsarlas nuevamente al ataque. No<br />
pudiendo conseguirlo y comprendiendo lo crítico de su situación,<br />
despidió a todos sus ayudantes, uno tras otro, hacia el cuartel general<br />
en solicitud de refuerzos, porque habiendo hecho entrar en línea todas<br />
sus tropas, carecía de la reserva necesaria para dar un nuevo impulso<br />
al combate.<br />
Pocos instantes después penetraron en el bosque las<br />
columnas pertenecientes a la división Quitman, y marchando a paso<br />
veloz comenzaron a entrar en línea a la derecha de las fuerzas ya<br />
empeñadas, extendiéndose hacia el interior del bosque por todo el<br />
camino de cintura que rodea el cerro. Una parte de ella rompió<br />
inmediatamente sus fuegos sobre los soldados mexicanos que<br />
defendían la barda del sur, los que viéndose atacados por la espalda,<br />
perdieron la moral y comenzaron a desbandarse a pesar de los<br />
esfuerzos de sus valientes jefes y oficiales.
Con tan poderosos refuerzos, el ataque yanqui cobró nuevo<br />
vigor, y los invasores prosiguieron su marcha ascensional hacia la<br />
cúspide del cerro, arrollando cuantos obstáculos se les ponían, y no sin<br />
dejar marcado su camino con numerosos muertos y heridos.<br />
Los restos de la pequeña guarnición que cubría la obra del<br />
ángulo de las rampas, se replegaban poco a poco y sin dejar de batirse,<br />
hacia la cumbre del cerro, a la altura y en el mismo orden que lo hacían<br />
las que ocupaban la falda occidental de la posición.<br />
Al notar el General Santa Anna la multitud de dispersos que<br />
se agrupaban hacia la puerta del bosque, y al escuchar que el<br />
nutridísimo fuego de fusilería se iba acercando a la cima del cerro, se le<br />
ocurrió mandar un batallón de menos de 400 plazas en auxilio de las<br />
fuerzas nacionales que con tanta desventaja se estaban batiendo. Se<br />
lanza, pues, en columna, a paso veloz, con el arma embrazada al<br />
heroico batallón de San Blas con su bravo jefe a la cabeza, el Coronel<br />
Santiago Felipe Xicoténcatl; sube a la primera rampa en medio de una<br />
espesa lluvia de proyectiles; llega a la glorieta del ángulo y,<br />
repentinamente se encuentra a medio tiro de pistola de las tropas<br />
enemigas que en el acto rompen un fuego mortífero; al mismo tiempo<br />
es recibido de igual manera por otras fuerzas que quedaban al flanco<br />
izquierdo de su columna.<br />
El bravo batallón no se desconcierta por eso, despliega en<br />
batalla a su frente sus dos primeras compañías, las restantes forman en<br />
batalla a la izquierda y todos rompen el fuego. Aquella heroica tropa no<br />
llegaba en el momento de la victoria, sino en el del sacrificio por la<br />
patria. En pocos minutos fue destruida, y su intrépido coronel cayó en
medio de los cadáveres de sus soldados, envuelto en los sangrientos<br />
paños de su bandera.<br />
Desde ese momento los invasores no encontraron obstáculo<br />
alguno. La división Pillow por el oeste del cerro, y las tropas de Quitman<br />
por el sur, prosiguieron su marcha hasta la cumbre, y cuando entre el<br />
humo y el polvo del combate comenzaron a ser vistos por los heroicos<br />
alumnos del Colegio Militar, rompieron estos también su fuego,<br />
vitoriando a la Patria y vitoriando a su Colegio, y sin que en uno solo se<br />
notara la más mínima muestra de vacilación, sino por el contrario, el<br />
arrojo y la decisión de los más aguerridos veteranos.<br />
Aquellos rostros juveniles, en los que pocos minutos antes<br />
se veía todavía la atrayente y simpática sonrisa de la juventud, se<br />
habían transformado, y con la mirada torva, las facciones<br />
descompuestas por la ira y los labios ennegrecidos por la pólvora de<br />
sus cartuchos, descargaban sus armas sobre los más espesos grupos<br />
de sus adversarios. No pareciéndoles suficiente el daño que su certero<br />
fuego producía en las filas contrarias, armaban la bayoneta dirigiendo<br />
ansiosas miradas a sus oficiales, como solicitando la orden de marchar<br />
de frente hasta cruzar el acero con los enemigos de la patria.<br />
Ante el alud de los invasores, cuya vanguardia estaba<br />
formada por una compañía del Regimiento de Nueva York, el resto de<br />
la tropa y los alumnos del Colegio Militar hicieron los últimos fuegos, en<br />
defensa del pabellón mexicano.
Allí cayeron gloriosamente Juan de la Barrera, Agustín<br />
Melgar, Juan Escutia, Fernando Montes de Oca, Francisco Márquez y<br />
Vicente Suárez, y muchos más cayeron heridos; pero aquellas bajas,<br />
lejos de enfriar sus ánimos, acrecentaba su valor. En ese instante las<br />
fuerzas yanquis se habían detenido, asombradas de tan tenaz<br />
resistencia, y las minas que se les habían preparado estaban<br />
materialmente cuajadas de soldados, los alumnos que esto observaban,<br />
gritaban desesperadamente: “Las minas”, “¿Qué sucede con las<br />
minas?” “¡Que les prendan fuego a las minas!” Pero las minas<br />
permanecieron mudas, nuevas tropas reforzaron el ataque y algunos<br />
instantes después, vencedores y vencidos fluían por la parte norte del<br />
cerro en medio de la más espantosa confusión, disparándose a<br />
quemarropa unos con otros y blandiendo la bayoneta con terrible<br />
actividad.<br />
En medio de aquel desorden un grupo de yanquis seguían<br />
de cerca a los alumnos Suárez y Márquez, y les exigían su rendición.<br />
Los cadetes respondieron con un firme “no” y dispararon sus armas,<br />
dejando en tierra a dos invasores. Una lluvia de balas cayó en el acto<br />
sobre ellos.<br />
Los alumnos, mezclados con algunos bravos soldados<br />
mexicanos, bajaron rápidamente el cerro por su parte norte, penetraron<br />
en el jardín botánico, y formando sus armas en pabellones, esperaron,<br />
llenos de cólera, que se les hiciera prisioneros de guerra. No podían<br />
salvarse ya, pues la puerta del bosque y todo su perímetro estaban en<br />
poder del enemigo. En esos momentos la Bandera mexicana era<br />
sustituida por el pabellón de las barras y estrellas en lo más alto del<br />
edificio.
Tomado Chapultepec, el general Santa Anna, con el grueso<br />
de sus tropas, entre las que la mayor parte no habían disparado un solo<br />
tiro, se plegó a las garitas de Belén y San Cosme.<br />
Los cadetes del Colegio Militar escribieron una página de<br />
heroísmo y de limpieza que nada podrá borrar. Y todo buen mexicano,<br />
no los ayancados, siente ante su memoria una emoción lúcida, en la<br />
que se mezclan sentimientos, recuerdos y vivencias que nada las podrá<br />
empañar.<br />
Juan de la Barrera, era teniente<br />
de ingenieros y, habiendo<br />
concluido ya su carrera, prestaba<br />
sus servicios en el Batallón de<br />
Zapadores. Tenía 19 años<br />
cuando murió en su puesto,<br />
desempeñando la comisión del<br />
servicio de fortificaciones. Cayó<br />
en el hornabeque que era parte<br />
de la fortificación que se<br />
encontraba a la entrada de la<br />
calzada que del Bosque va a
Juan de la Barrera nació en la ciudad de México por el año<br />
de 1827, siendo sus padres el señor Ignacio María de la Barrera,<br />
entonces Oficial 3º. De la Secretaría de Guerra y Marina, y su esposa la<br />
señora Josefa Inzáurruga de la Barrera.<br />
De su padre heredó un gran amor patrio, pues consta en<br />
documentos oficiales que su padre fue un ardiente patriota y caluroso<br />
panegirista del Plan de Iguala de Don Agustín de Iturbide, y su amor a<br />
la independencia lo animó a gastar de su peculio, para comprar<br />
manifiestos que repartió en los cuarteles de la capital, tratando de<br />
convencer a las tropas de que debían seguir el camino de la libertad de<br />
México. Esta arriesgada labor, a pesar de los peligros que acarreaba, la<br />
pudo realizar con todo entusiasmo, inculcándole a su pequeño vástago,<br />
el deseo de servir a la patria con desinterés y buena voluntad.<br />
Y así, cuando su hijo Juan apenas tenía trece años de edad,<br />
dio su consentimiento para que ingresara en el Colegio Militar y<br />
abrazara la carrera de las armas.<br />
El 15 de febrero de 1841, según consta en la lista de revista<br />
correspondiente, el joven Juan de la Barrera fue dado de alta como<br />
alumno de ese distinguido plantel, y por su acción decidida y servicial<br />
que prestó en el movimiento llamado de la Regeneración Política, fue<br />
ascendido a subteniente supernumerario de artillería, con fecha 18 de<br />
diciembre de ese mismo año, pasando a prestar sus servicios, con su<br />
nueva categoría, a la Primera Brigada del arma que radicaba en la<br />
capital, y en la que por el cumplimiento esmerado de sus funciones y la<br />
exactitud en su servicio, quedó como subteniente efectivo a partir del 13<br />
de enero de 1843.
El rutinario servicio del cuartel y de la plaza comenzó a<br />
hacer tediosa la vida de este joven oficial, toda energía y toda acción, y<br />
deseoso de mejorar su cultura y formar parte del Cuerpo de Ingenieros,<br />
el 16 de noviembre de 1843 solicitó pasar, agregado al Colegio Militar,<br />
para seguir los estudios facultativos. Se le contestó de conformidad el<br />
día 20 de noviembre. El 1º. de diciembre siguiente tuvo su alta<br />
nuevamente en el histórico plantel, como oficial en instrucción.<br />
El aprovechamiento en sus estudios, que demostraba una<br />
gran voluntad y un sincero deseo de progreso lo llevó a obtener la<br />
distinción de subteniente alumno del Colegio, el 30 de enero de 1845.<br />
Al año siguiente se inició la invasión yanqui a México,<br />
ataque que llevó, probablemente al espíritu de este joven paladín, el<br />
deseo irresistible de batirse contra los enemigos que hollaban el<br />
territorio nacional. Pronto se vieron realizados sus deseos, pues el 11<br />
de agosto de 1847 obtuvo la baja en el plantel, para pasar al<br />
Regimiento de Ingenieros con el empleo de teniente, faltándole pocos<br />
meses para terminar sus estudios facultativos en el arma de ingenieros.<br />
No tuvo tiempo de incorporarse a su nuevo destino, pues<br />
cuando recibió su oficio correspondiente, que fue en los últimos días de<br />
agosto, ya estaba ocupado, por orden del general Monterde, Director<br />
del Colegio Militar en los trabajos de la organización defensiva del punto<br />
de Chapultepec, resultando así, más importante su permanencia en el<br />
Colegio que en su corporación, la cual estaba destrozada casi en su<br />
totalidad, debido a la terrible derrota sufrida en el campo de Padierna,<br />
los días 19 y 20 de ese agosto.
Destinado a construir un hornabeque, en el punto donde se<br />
unían las calzadas de Chapultepec y Tacubaya, precisamente para<br />
cerrar esta última, trabajó en la creación de esa obra de fortificación con<br />
una tenacidad digna de mejor suerte, y el 13 de septiembre de 1847,<br />
después de batirse allí heroicamente, sufriendo el terrible bombardeo y<br />
el vigoroso asalto de las tropas yanquis, murió en su puesto atravesado<br />
por las balas enemigas.<br />
Su amor a la patria y su deber de soldado le obligaron a<br />
permanecer en su puesto y a resistir estoico las furiosas acometidas de<br />
las columnas atacantes, encontrando una muerte gloriosa, aquel día<br />
trágico, cuando apenas contaba con 20 años de vida.<br />
Por su corta edad y por su comportamiento heroico, su<br />
nombre ha quedado escrito con letras de oro en las páginas de la<br />
historia del Cuerpo de Ingenieros Militares, y en las de la vida del<br />
Colegio Militar como arquetipo de la gallardía y del honor militar.
Agustín Melgar contaba 18 años, y<br />
se le tiene por originario de<br />
Chihuahua. No era ya alumno del<br />
Colegio por haber sido dado de baja<br />
al no asistir a una revista, el 4 de<br />
mayo del propio años de 1847; no<br />
pertenecía pues, al Colegio; pero<br />
cuando supo que sus compañeros<br />
estaban en peligro y su plantel iba a<br />
ser atacado y ellos se aprestaban a<br />
defender el alcázar, quiso ocupar su<br />
viejo puesto. Se le dio uniforme, arma<br />
y municiones.<br />
Hizo frente a los invasores parapetado tras los colchones del<br />
dormitorio, en la sala central, haciendo uso de su certero fusil, hasta<br />
quedar inutilizado por los balazos y heridas de bayoneta que recibiera,<br />
todas muy graves y de cuyas resultas, y en medio de los más<br />
espantosos dolores, sucumbió dos días después en el hospital que en<br />
el propio alcázar improvisaron los norteamericanos. La bravura de<br />
Agustín Melgar despertó una viva simpatía y admiración en muchos<br />
oficiales yanquis, que sabían respetar la gallardía de los opuestos.
Vicente Suárez, nació en<br />
la ciudad de Tacubaya, D. F., en<br />
la casa número 32 de la calle de<br />
la Santísima, y fue bautizado en<br />
la parroquia de la Candelaria.<br />
Era hijo de don Juan José<br />
Suárez y de doña Gertrudis<br />
María Flores. Se anota como<br />
fecha de su nacimiento el 6 de<br />
mayo de 1830, tenía 17 años<br />
cuando murió.<br />
Fernando Montes de<br />
Oca, tenía 17 años. Fue<br />
muerto cuando saltaba de una<br />
ventana hacia las llanuras de<br />
Anzures, a fin de reunirse con<br />
los demás cadetes que<br />
habían bajado, al recibir la<br />
orden en ese sentido. Su<br />
cadáver permaneció insepulto<br />
durante tres días.<br />
El Ing. Ignacio Molina asegura que Suárez pertenecía a la<br />
segunda compañía, por su pequeña estatura, y que era de los más<br />
niños del Colegio. Su inmolación tiene caracteres especiales, de
espartana grandeza militar. Estaba de centinela al pie de la escalera<br />
principal del Colegio, cuando la avalancha yanqui se precipitó contra él.<br />
La ordenanza le mandaba no ceder el punto, sino hasta ser relevado<br />
del puesto; pero al cabo de cuarto, que era Miguel Miramón, en el fragor<br />
de la lucha, se le olvidó la suerte del pequeño centinela, cuando se les<br />
ordenó bajar al Jardín Botánico, y este no dio un paso atrás.<br />
Abandonado, solo, replegados sus compañeros, sin más compañía que<br />
su arma, vio llegar a decenas de enemigos disparando y con la<br />
bayoneta calada, nada de lo cual lo inmutó.<br />
Con su voz de adolescente marcó el obligado “¡Alto ahí!”,<br />
que fue su última expresión articulada. Resuelto a todo, disparó su<br />
arma contra el enemigo más cercano: un negro del regimiento de<br />
Nueva York que cayó muerto. Otro negro fue atravesado por su<br />
bayoneta, pero no pudo hacer más: la multitud le rodeaba y le acosaba,<br />
y era imposible toda supervivencia. Su cuerpo, cubierto de heridas, se<br />
desplomó a poco.<br />
La lucha que sostuvo el cadete Vicente Suárez fue<br />
presenciada por José T. Cuéllar cuando este iba saltando del Castillo al<br />
cerro por el lado del mirador (oriente) para ir a reunirse en el Jardín<br />
Botánico con sus demás compañeros.
Cuando ya los alumnos se disponían a tomar el sitio que se les<br />
había asignado, un coronel, ayudante del general en jefe, llegó<br />
precipitadamente con una orden verbal para que los alumnos bajaran al<br />
pie del cerro, por el lado oriente del mismo. Así lo hicieron todos,<br />
inmediatamente, y sólo permanecieron ocho, con autorización del<br />
propio Capitán Alvarado, defendiendo la parte del mirador, (al lado<br />
oriente del edificio).<br />
Al ir bajando Escutia por el lado oriente, que es el más<br />
escarpado, fue muerto por las balas de los invasores. Su cuerpo fue<br />
encontrado entre las peñas, acribillado, porque fue de los últimos<br />
alumnos en bajar por el escarpado lado oriente.<br />
Juan Escutia, En lo más<br />
recio del ataque, cuando los<br />
americanos se disponían a<br />
ascender por las rampas oeste y<br />
sur del cerro, todos los alumnos<br />
fueron mandados formar, y<br />
cuando el Capitán Domingo<br />
Alvarado, que estaba al frente de<br />
las dos compañías formadas por<br />
los alumnos, los arengó,<br />
exhortándolos a sacrificar sin<br />
vacilación sus vidas en aras de<br />
la Patria.<br />
Juan Escutia había nacido en Tepic, Nayarit, en el año de
1830. Fueron sus padres don Antonio Escutia (vizcaíno) y doña María<br />
Martínez, (de Casas Grandes, Chihuahua).<br />
Aunque el gran historiados jalisciense Luis Páez Brotchie, no tuvo<br />
la certeza de encontrar la fe de bautizo, no cabe duda de que Francisco<br />
Márquez nació en Guadalajara, pues en su solicitud de ingreso en el<br />
Colegio Militar, fechada el 14 de enero de 1847, expresó que no<br />
enviaba su acta de bautismo por encontrarse “en la parroquia de la<br />
ciudad de Guadalajara”.<br />
Al caer Chapultepec en poder de los yanquis, los alumnos<br />
fueron hechos prisioneros en la parte de abajo, en el Jardín Botánico,<br />
que se encontraba al lado oriental del cerro. Poco después fueron<br />
puestos en libertad. La lista de los alumnos prisioneros se conserva en<br />
el archivo del Colegio:<br />
Francisco Márquez, era<br />
el más joven de los alumnos, tenía<br />
apenas 15 años. Fue acribillado<br />
también en el lado oriente. Se<br />
supone que venía bajando, como lo<br />
habían hecho ya sus compañeros, y<br />
que al descubrirlo desde lo alto los<br />
yanquis, que acababan de asaltar el<br />
castillo, le tiraron con sus rifles<br />
traspasándolo en diversas partes de<br />
su cuerpo.<br />
“Director General graduado don José Mariano Monterde.
Contuso. Prof. de Mecánica, Capitán Francisco Jiménez. Capitán<br />
Domingo Alvarado. Tenientes: Joaquín Argáis, José Espinosa y<br />
Agustín Peza.<br />
Tenientes de ingenieros: Miguel Alemán, Agustín y Luis Díaz.<br />
Subtenientes de alumnos: Miguel Poncel, Amado Camacho, Luis<br />
Manuet y Pignacio Peza.<br />
Alumnos: Ignacio Molina, José Cuéllar, Agustín Romero (herido),<br />
Manuel Covarrubias, Bartolomé Díaz León (herido), Andrés Mellado<br />
(herido), Lorenzo P. Castro, Ignacio Camarena, Ignacio Ortiz, Esteban<br />
Zamora, Manuel Arellano, Carlos Bejarano, Luciano Becerra, Carlos<br />
Caballero, Andrés Melgar (herido), Ignacio Valle, Santiago Hernández,<br />
Isidro Hernández, Francisco Hernández, Francisco Lazo, Pablo Banuet,<br />
Antonio Sola, Sebastián Trejo, Luis Delgado, José Páez de León,<br />
Feliciano Contreras, Luciano Montes de Oca, Adolfo Unda, Manuel<br />
Díaz, Francisco Morel, Vicente Herrera, Onofre Capelo, Magdaleno Ita,<br />
Miguel Miramón.<br />
Total cuarenta y nueve<br />
México 28 de septiembre de 1847. Mariano Andrade, rúbrica. Vo.<br />
Bo. Mariano Monterde, rúbrica”
Parafraseando al General Sóstenes Rocha podemos<br />
exclamar ante los modernos apátridas: ¡Gloria eterna a las valientes<br />
tropas que sucumbieron en ese día nefasto! ¡Gloria a las valientes<br />
tropas mexicanas que defendieron la libertad contra el injusto invasor<br />
yanqui! ¡Y baldón para los ignorantes e irresolutos jefes que no<br />
supieron conducirlas! ¡Y baldón para los muy modernistas que no<br />
defienden la libertad de México y afrentan la memoria de los héroes!<br />
Por: José Antonio Rolón Velázquez
<strong>LOS</strong> <strong>NIÑOS</strong> MÁRTIRES DE CHAPULTEPEC<br />
Fragmento<br />
Como renuevos cuyo aliños<br />
un viento helado marchita en flor,<br />
así cayeron los héroes niños<br />
ante las balas del invasor.<br />
allí fue. Los sabinos, la cimera<br />
con sortijas de plata remecían;<br />
cantaba nuestra eterna primavera<br />
su himno al sol; era diáfana la esfera,<br />
perfumaba la flor…¡y ellos morían!<br />
Allí fue… Los volcanes en sus viejos<br />
albornoces de nieve se envolvían;<br />
perfilando sus moles a lo lejos;<br />
era el valle una fiesta de reflejos,<br />
de frescura, de luz…¡y ellos morían!<br />
Allí fue… saludaba al mundo el cielo<br />
y al divino saludo respondían<br />
los árboles, la brisa, el arroyuelo,<br />
las rosas con su olor…<br />
y ellos morían!<br />
Morían cuando apenas el enhiesto<br />
botón daba sus pétalos precoces,<br />
privilegiados por la suerte en esto:<br />
que los que aman los dioses mueren presto<br />
¡y ellos eran amados de los dioses!<br />
¡Sí, los dioses, la linfa bullidora<br />
cegaban de esos puros manantiales,
espejos de las hadas y de Flora,<br />
y juntaban la noche con la aurora,<br />
como pasa en los climas boreales!<br />
Los dioses nos robaron el tesoro<br />
de esas almas de niños que se abrían<br />
a la vida y al bien cantando en coro!<br />
………………………….<br />
Allí fue… la mañana era de oro,<br />
septiembre estaba en flor… ¡y ellos morían!<br />
Amado Nervo