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Nuestra dimensión<br />

no europea Por<br />

La vocación europea de España es, desde hace<br />

muchos años, un tópico manejado ampliamente por<br />

todos los sectores tanto públicos como privados. Pero<br />

ahora que estamos en puertas de un acuerdo comercial<br />

preferencial hay que preguntarse por nuestra dimensión<br />

"no europea".<br />

Porque y«rran los que a la<br />

vista del acuerdo venidero creen<br />

que hemos llegado ya a realizar<br />

nuestro europeísmo. Todavía<br />

estamos lejos de ello y hay que<br />

preguntarse seriamente el porqué.<br />

La tesis económica<br />

Muchos han pensado que<br />

nuestro tufillo "no europeo" era<br />

una. mera cuestión económica,<br />

simples desajustes macroeconómicos,<br />

problemas de contingentes<br />

y aranceles. Pero ello, evidentemente,<br />

no es exacto, porque<br />

las negociaciones pueden<br />

conciliario todo en economía. El<br />

embajador tniastres, figura de<br />

neto corte europeo, no sólo ha<br />

mantenido siempre esta posición,<br />

sino que parece ser que<br />

sabe realizarla. Ahí está el<br />

acuerdo preferencial negociado<br />

con tesón, con voluntad y oon<br />

cierto éxito.<br />

Nuestro afincamiento económico<br />

dentro de Europa no puede<br />

ser discutido. España es parte<br />

de un mercado naturaJ europeo<br />

porque la estructura vital<br />

del consumidor es muy similar a<br />

la de cualquier individuo de la<br />

Europa de "los seis" o de "los<br />

siete", que poco importa. Bajo<br />

este prisma, el "homo oeconomicus"<br />

hispánico es más aíín<br />

a un holandés o alemán que a<br />

un cahforniano o tejano, por el.<br />

tar tan sólo dos Estados norteamericanos<br />

llenos de vinculaciones<br />

históricas con nuestra Patria.<br />

Por eso las industrias europeas<br />

tienen gran interés en<br />

nuestro país, que además está<br />

comenzando a consumir masivamente.<br />

Y por eso también<br />

desde nuestro lado no hay más<br />

posibilidades de elección que<br />

Europa. La int^ración con Hispanoamérica<br />

no pasa de ser un<br />

entretenido juego dialéctico, pero<br />

que se opone a la geoeconomia.<br />

La integración<br />

Hemos llegado ya al borde de<br />

un cierto asociacionismo económico,<br />

a un acuerdo comercial<br />

preferencial; hemos jugado las<br />

bazas económicas, pero no logramos<br />

la "integración"; es de­<br />

Al<br />

cir, no logramos fundimos en<br />

ese ente superior y común que<br />

es la Europa de "los seis". Y<br />

con ello queda truncada de raíz<br />

esa vocación integralmente europea<br />

que tiene unas dimensiones<br />

y campos mucho más anchos<br />

y trascendentales que las<br />

meras relaciones económicas.<br />

Nosotros llamamos a Europa,<br />

pura y llanamente, hace ya<br />

ocho años, y la actitud de Europa<br />

fue de no oímos, y seguimos<br />

hoy ante la misma resistencia<br />

a admitirnos en el conclave.<br />

Ello demuestra que, aunque<br />

en lo n^ociable hemos'llegado<br />

al entendimiento, existe un algo<br />

en el que no hemos avanzado;<br />

un algo que sigue siendo "no<br />

europeo", y ese algo—^ya se ve<br />

claramente—es de orden político,<br />

no económico.<br />

Las diferen¿las<br />

institucionales<br />

•«ABRID 28 DE NOVIEMBRE DE 1969<br />

Pero hablar de política a secas;<br />

es decir, poco o casi nada.<br />

¿En qué se concretan nuestras<br />

discrepancias fundamentales<br />

con Europa? Hacer un análisis<br />

institucional no llevaría a<br />

muchas conclusiones. Polítloamenite,<br />

en Europa occidental<br />

hay un único modelo de sistema<br />

político, el democrátíico-<br />

Uberaí, que es el denominador<br />

común de diversos modelos de<br />

regímenes, y así conviven perfectamente<br />

repúblicas cuaslpresidenciales<br />

con^íaonarqulas parlamentario»^<br />

tJ'adicionales; sistemas<br />

bipaiiid&taís con pluripartldistas;<br />

federacioines y Estados<br />

centralistas; Gobiernos<br />

socialistas con democristianos.<br />

Cierto que de este examen, por<br />

ligero que sea, nace mía primera<br />

conclusión: nuestro sistema<br />

institucional, ya sobre textc» legales,<br />

se muestra más ttíUdo de<br />

autoritarismo que de democrático<br />

liberalismo (entendiendo<br />

por liberal lo contrario de autocrático').<br />

Algunas de nuestras<br />

instituciones y estructuras básicas<br />

difieren sensiblemente en<br />

sus funciones y mecanismos de<br />

sus contratipos europeos. Así,<br />

por ejemplo, nuestras Cortes están<br />

menos desarrolladas que los<br />

Parlamentos, y podríamos decir<br />

que en ellas—como escribía no<br />

hace mucho uno de sus miembros—la<br />

función de control del<br />

ejecutivo está asfixiada.<br />

La operación política<br />

y su tratamiento<br />

Ahora bien; ¿qué es lo que<br />

en Europa existe de común denominador<br />

entre tal diversidad<br />

de regímenes y que al parecer<br />

nos falta a nosotros?<br />

Una cosa que nos separa de<br />

esa Europa, y que no nos deja<br />

penetrar en ella a f>esar del<br />

desarme arancelario, a pesar de<br />

los acuerdos económicos, es el<br />

tratamiento de la "oposición<br />

política".<br />

Existen tres formas de enfrentarse<br />

con el problema: una<br />

es conceder a la "oposición"<br />

rai^o de institución jwlítica,<br />

hacerla sujeto de derecho. Es el<br />

sistema comúnmente seguido en<br />

Europa occidental, a través precisamente<br />

del juego del Parlamento,<br />

de sus votaciones de confianza,<br />

etc. En unos países este<br />

juego es más abierto que en<br />

otros, pero en todos existe.<br />

Otro camino es a

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