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Saramago, Jose - Ensayo sobre la ceguera

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44<br />

Tengo que abrir los ojos, pensó <strong>la</strong> mujer del médico. A través de<br />

los párpados cerrados, <strong>la</strong>s distintas veces que se despertó durante <strong>la</strong><br />

noche, había visto <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ridad mortecina de <strong>la</strong>s bombil<strong>la</strong>s que apenas<br />

iluminaban <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, pero ahora le parecía notar una diferencia, otra<br />

presencia luminosa, quizá el efecto de <strong>la</strong>s primeras luces del alba,<br />

aunque bien podría ser ya el mar de leche anegándole los ojos. Se dijo<br />

a sí misma que contaría hasta diez y que luego abriría los párpados,<br />

dos veces lo dijo, dos veces contó y dos veces no los abrió. Oía <strong>la</strong><br />

respiración profunda del marido en <strong>la</strong> cama de al <strong>la</strong>do, alguien<br />

roncaba, Cómo irá <strong>la</strong> pierna de ése, se preguntó, pero sabía que en<br />

este momento no se trataba de compasión verdadera, lo que quería<br />

era fingir otra preocupación, lo que quería era no tener que abrir los<br />

ojos. Se abrieron un instante después, simplemente, y no porque lo<br />

hubiera decidido. Por <strong>la</strong>s ventanas, que empezaban a media altura de<br />

<strong>la</strong> pared y terminaban a un palmo del techo, entraba <strong>la</strong> luz turbia y<br />

azu<strong>la</strong>da del amanecer. No estoy ciega, murmuró, y luego, a<strong>la</strong>rmada,<br />

se incorporó en <strong>la</strong> cama, podía haberlo oído <strong>la</strong> chica de <strong>la</strong>s gafas<br />

oscuras, que ocupaba <strong>la</strong> cama de enfrente. Estaba durmiendo. En <strong>la</strong><br />

cama de al <strong>la</strong>do, <strong>la</strong> que estaba apoyada contra <strong>la</strong> pared, el niño<br />

dormía también; Hizo como yo, pensó <strong>la</strong> mujer del médico, le ha<br />

dejado el sitio más protegido, débiles mural<strong>la</strong>s seríamos, sólo una<br />

piedra en medio del camino, sin otra esperanza que <strong>la</strong> de que en el<strong>la</strong><br />

tropiece el enemigo, enemigo, qué enemigo, aquí no va a venir nadie a<br />

atacarnos, podríamos haber robado y asesinado ahí fuera y no<br />

vendrían a detenernos, nunca ese que robó el coche estuvo tan<br />

seguro de su libertad, tan lejos estamos del mundo que pronto<br />

empezaremos a no saber quiénes somos, ni siquiera se nos ha<br />

ocurrido preguntarnos nuestros nombres, y para qué, ningún perro<br />

reconoce a otro perro por el nombre que le pusieron, identifica por el<br />

olor y por él se da a identificar, nosotros aquí somos como otra raza de<br />

perros, nos conocemos por <strong>la</strong> manera de <strong>la</strong>drar, por <strong>la</strong> manera de<br />

hab<strong>la</strong>r, lo demás, rasgos de <strong>la</strong> cara, color de los ojos, de <strong>la</strong> piel, del<br />

pelo, no cuenta, es como si nada de eso existiera, yo veo, todavía veo,<br />

pero hasta cuándo. La luz varió un poco, no podía ser <strong>la</strong> noche<br />

volviendo para atrás, sería el cielo, que por cubrirse de nubes

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