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Saramago, Jose - Ensayo sobre la ceguera

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46<br />

del <strong>la</strong>do derecho, no se equivoque, sí, aquí estamos seis, llegamos<br />

ayer, fuimos los primeros, los nombres qué importan, uno creo que<br />

cometió un robo, otro fue el robado, hay una muchacha misteriosa de<br />

gafas oscuras que se pone colirio en los ojos para tratar una<br />

conjuntivitis, que cómo sé yo, que estoy ciega, que son oscuras <strong>la</strong>s<br />

gafas, es que mi marido es oftalmólogo y el<strong>la</strong> fue a su consultorio, sí,<br />

también él está aquí, nos ha tocado a todos, ah, es verdad, y el niño<br />

estrábico. No se movió, sólo le dijo al marido, Llegan más. El médico<br />

saltó de <strong>la</strong> cama, <strong>la</strong> mujer le ayudó a ponerse los pantalones, no tenía<br />

importancia, nadie podía verlo, en aquel momento empezaron a entrar<br />

los ciegos, eran cinco, tres hombres y dos mujeres. El médico dijo,<br />

levantando <strong>la</strong> voz, Tengan calma, no se precipiten, aquí somos seis<br />

personas, cuántos son ustedes, hay sitio para todos. Ellos no sabían<br />

cuántos eran, cierto es que se habían tocado unos a otros, a veces<br />

tropezaron mientras eran empujados desde el a<strong>la</strong> izquierda hacia ésta,<br />

pero no sabían cuántos eran. Y no traían equipajes. Cuando, en <strong>la</strong> otra<br />

parte del edificio, despertaron ciegos, y comenzaron a <strong>la</strong>mentarse, los<br />

otros los echaron sin contemp<strong>la</strong>ciones, sin darles siquiera tiempo para<br />

despedirse de algún pariente o amigo que con ellos estuviera. Dijo <strong>la</strong><br />

mujer del médico, Lo mejor sería que se fueran numerando y diciendo<br />

cada uno quién es. Parados, los ciegos vaci<strong>la</strong>ron, pero alguien tenía<br />

que empezar, dos hombres hab<strong>la</strong>ron al mismo tiempo, siempre pasa<br />

igual, luego los dos se cal<strong>la</strong>ron, y fue un tercero quien comenzó, Uno,<br />

hizo una pausa, parecía que iba a dar su nombre, pero lo que dijo fue,<br />

Soy policía, y <strong>la</strong> mujer del médico pensó, No ha dicho cómo se l<strong>la</strong>ma,<br />

seguro que sabe que eso aquí no tiene importancia. Ya otro hombre<br />

se estaba presentando, Dos, y siguió el ejemplo del primero, Soy<br />

taxista. El tercer hombre dijo, Tres, soy dependiente de farmacia.<br />

Después, una mujer, Cuatro, soy camarera de hotel, y <strong>la</strong> última, Cinco,<br />

soy oficinista. Es mi mujer, mi mujer, gritó el primer ciego, dónde<br />

estás, dime dónde estás, Aquí, estoy aquí, decía el<strong>la</strong> llorando y<br />

avanzando trému<strong>la</strong> por el pasillo, con ojos desorbitados, <strong>la</strong>s manos<br />

luchando contra el mar de leche que por ellos entraba. Más seguro, él<br />

avanzó hacia el<strong>la</strong>, Dónde estás, dónde estás, murmuraba ahora como<br />

si rezase. Las manos se encontraron, un instante después estaban<br />

abrazados, eran un cuerpo solo, los besos buscaban los besos, a<br />

veces se perdían en el aire porque no sabían dónde estaban los<br />

rostros, los ojos, <strong>la</strong> boca. La mujer del médico se agarró al marido,<br />

sollozando como si también ellos se hubieran encontrado, pero lo que

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