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Por la puerta de atrás
Su última comunicación al mundo de los vivos había llegado
a los terminales de sus muchos seguidores en la red del
micro blog. Al fin y al cabo también se dedicaba a espiar por
las redes sociales: en el Centro se sabía de sobra que hoy en
día era una forma eficaz, y muy barata, de controlar a la gente.
Su último mensaje en la red de los ciento cuarenta caracteres
decía:
Me voy para que los míos puedan vivir tranquilos. Hasta siempre.
Os quiero.
Los que lo leyeron no comprendieron lo que llegaba a encerrar
esa frase. Casi nadie sabía que Javier era un espía profesional…
Llovía con fuerza. Desde el viaducto de la Concha se contempla
un maravilloso paisaje asturiano. El cantábrico inmenso
y poderoso, el cerro de Santa Ana, el puente del viejo
tren construido al poco de terminar la Guerra Civil, los valles
interiores que asemejan un belén cuando la noche trae a los
prados las primeras luces; las diversas infraestructuras, los
modernos molinos que generan electricidad y el mismo tráfico
de la autopista A-8 que une la frontera francesa con Galicia
por la costa más bonita de Europa, son una agresión a un entorno
natural inigualable.
Galicia… Desde allí había salido un par de horas antes el
agente sin más ansia que morir. Llovía y llovía y el viento
potenciaba su furia a medida que se acercaba a la costa, como
si se precipitara por los barrancos de las montañas cercanas.
Su mujer y sus hijos estaban en León; allí era donde residía su
familia. Él había dejado la ciudad del Bernesga de madrugada,
en una complicada misión encargada por el servicio secreto
americano al CNI. Ése mismo día había salido sobre las
cinco de la mañana hacia Madrid, solucionado cierto asunto
pendiente en la capital y cogido un vuelo a Santiago sobre las
cinco de la tarde. Un palizón.
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