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Blas Piñar Pinedo<br />

Las cosas estaban tensas en España. Quedaba muy poco,<br />

apenas dos meses, para las elecciones generales y, con el objetivo<br />

de que nada se dejara a la improvisación, era necesario<br />

controlar cierta documentación del candidato del Partido Popular,<br />

Mario Romero. Para eso le habían mandado a Galicia.<br />

Eso le dijeron. Pero cuando Javier estuvo reunido con su contacto<br />

en una cafetería del centro de Santiago de Compostela<br />

no le dieron ninguno de los papeles comprometidos; en cambio<br />

recibió una serie de amenazas relacionadas con su familia<br />

y decidió que no podía seguir vivo si quería que su mujer y<br />

sus hijos pudieran vivir con tranquilidad el resto de sus días.<br />

Así, comprendiendo que sabía demasiado, cayendo en la<br />

cuenta de la trampa que le acababan de tender los únicos que<br />

podían hacerlo, salió huyendo y condujo a más de doscientos<br />

kilómetros por hora buscando la costa de Asturias, para llegar<br />

a donde enseguida tuvo claro que quería morir. No le importaban<br />

ni el viento, ni la lluvia, ni la oscuridad, ni los tramos<br />

de la autovía aún en obras, cada vez más interminables por<br />

la falta de presupuesto. De pronto, en cierto momento llegó<br />

a la absurda conclusión de que debía conducir más despacio,<br />

porque le parecía bastante estúpido morir en un accidente de<br />

coche cuando había participado en arriesgadas operaciones<br />

contra el terrorismo o, incluso, había estado en Irak durante la<br />

primera guerra del Golfo. Si moría, o le mataban o se quitaba<br />

él mismo la vida. Al menos, que su muerte tuviera el encanto<br />

que nunca habían tenido las sucias misiones en las que se había<br />

implicado.<br />

Sabía que quería dejar este mundo en la Concha de Artedo.<br />

Sólo avisó a su superior directo, una de las pocas personas,<br />

con su mujer y su suegro, en las que podía confiar. Él se quitaría<br />

del medio, pero algún día se llegará a saber por qué se<br />

tuvo que quitar la vida. Había dejado pistas y todo se sabría.<br />

Mientras caía al barranco del río Artedo, en esos segundos<br />

que parecieron larguísimos tuvo tiempo de repasar en su<br />

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