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Por la puerta de atrás
rondaba los sesenta. Pero si quería mantenerse en su puesto
de trabajo –cosa que le apasionaba- no podía permitirse dar
ninguna muestra de pereza a la hora de viajar. Su trabajo era
su vida.
Una amable azafata le ofreció algo para tomar, pero ella
lo rechazó concentradísima en su blackberry. Había muchísimo
movimiento en la agencia y tenía que mantenerse informada.
En Estados Unidos todo se alborota cuando queda
apenas un año para las elecciones presidenciales. Desde
que en cualquiera de los dos grandes partidos comienza
el maratón de las primarias, parece que el mundo puede
acabar en cualquier momento. Informes de cada candidato,
filtraciones, juego sucio, amenazas, pactos, favores, donaciones
multimillonarias: todo debe someterse a un férreo
control. Es un sistema apasionante que despierta en los
ciudadanos mucho interés por las cuestiones políticas. En
la CIA se reproducen las mismas batallas políticas que se
dan entre los candidatos y los partidos. En aquél momento
Obama estaba muy preocupado porque el debate de ideas
del Partido Republicano estaba mostrándole como un socialista
que quería importar los peores vicios de la socialdemocracia
que estaba quebrando Europa. Por otra parte,
las cifras del paro seguían en unos niveles intolerables para
la dinámica sociedad americana y los efectos de la crisis
financiera, que junto con la burbuja inmobiliaria habían
arruinado a millones de estadounidenses, no terminaban
de remitir.
El vuelo saldría puntual, porque el tiempo era estupendo,
y como el avión iba apenas con un tercio de su capacidad, el
embarque había sido bastante rápido. Con la mala situación
económica, el tráfico de pasajeros entre Madrid y Washington
había disminuido notablemente y apenas había vuelos
directos algunos días de la semana. La azafata terminó las advertencias
de seguridad, y el piloto volvió a intervenir para
anunciar que el vuelo sería de apenas siete horas y media y
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