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I. El agente, la espía y la prensa<br />

Asturias, noche del 22 de septiembre de 2011<br />

Una vez que enfiló el imponente viaducto sobre la<br />

Concha de Artedo, hacia la mitad del puente redujo<br />

bruscamente la velocidad, escoró el A3 rojo a la derecha,<br />

detuvo la marcha en el estrechísimo arcén casi rozando<br />

la barandilla azul, encendió los cuatro intermitentes, apagó<br />

las luces, echó el freno de mano accionando un pequeño botón,<br />

arrancó la llave, bajó, dio un portazo, abrió el maletero,<br />

sacó uno de los triángulos para colocarlo a unos cien metros<br />

por detrás de donde estaba el vehículo, regresó al coche, abrió<br />

con dificultad la puerta del copiloto, sacó su Ipad de la guantera,<br />

la encendió, introdujo su clave, se conectó a la red, accedió<br />

a su cuenta de Twitter, escribió su último tuit, la apagó, saltó<br />

la barandilla y se arrojó al vacío. Serían unos noventa metros.<br />

Dicen que los que se suicidan tirándose desde cualquier<br />

altura mueren por la fuerte impresión, justo en el momento<br />

en que el cuerpo empieza a caer a plomo ya sin ninguna sujeción,<br />

como si uno muriera del susto, como si se le parara el<br />

corazón o se le cortara bruscamente la respiración. Eso no le<br />

ocurrió al agente del CNI Javier Garcés; él no tenía miedo de<br />

nada ni de nadie. Solo quería dejar este mundo y Dios sabe<br />

que él sólo murió del golpazo que se dio contra las rocas que<br />

cada día erosiona un riachuelo buscando el mar…<br />

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