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AGUA QUE DA VIDA

Ara solis. El agua, las aguas, lecho originario y final de todas las cosas, de todos los proyectos y voluntades, de la idea autocomplaciente. Agua que da vida donde el sol se pone; luz de la inconsciencia, fuente de ilusiones y pesares. Agua implacable, inagotable y redentora; agua despiadada y protectora, altar del sol que hace mucho que no brilla para todos.

Ara solis. El agua, las aguas, lecho originario y final de todas las cosas, de todos los proyectos y voluntades, de la idea autocomplaciente. Agua que da vida donde el sol se pone; luz de la inconsciencia, fuente de ilusiones y pesares. Agua implacable, inagotable y redentora; agua despiadada y protectora, altar del sol que hace mucho que no brilla para todos.

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No sé cuándo ni cómo,<br />

pero sí sé que fue en este lugar<br />

en el que el mar se ausenta.<br />

DESDE LA OTRA ORILLA<br />

Montserrat Villar González<br />

No sé qué día de un invierno de mi pequeño mundo<br />

conocí al que había de acompañarme<br />

en la travesía que todavía ignoraba.<br />

Hubo un tiempo en que no sabía su nombre<br />

pero sí el alma de las cosas que él veía.<br />

Miré por sus ojos mi pasado, mi presente,<br />

y decidí no agonizar<br />

en el futuro que la vida me esperaba.<br />

Decidí cambiarlo cruzando el puente<br />

sobre ningún río<br />

de cualquier verano de regreso<br />

hasta un lugar que no tiene nombre,<br />

ni rocas, ni sombras.<br />

No sé cuándo, ni cómo,<br />

la vida que me hizo me alcanzó en este invierno<br />

y me ahogan el viento frío, la sequedad,<br />

los silencios,<br />

me ahogan el recuerdo de la infancia, la ausencia de caricias,<br />

las esperas.<br />

Habiendo llegado a la conclusión de que el mar salva entre vida, sal y sueños,<br />

decidimos cambiar los inviernos por tormentas que se aceptan y librar, al otro lado de<br />

este inmenso océano, la batalla que en tierra nos ahoga.<br />

Nos acomodamos en la proa de este velero de cemento, extendimos las velas,<br />

aventamos nuestras almas, empuñamos nuestros garfios, aferramos el timón y nos<br />

dirigimos a ningún puerto, con la seguridad de que en la nada seríamos más reales<br />

que en este mundo en que las alimañas se devoran.<br />

Y cambiamos nuestros nombres,<br />

(ya no recuerdo ninguno de ellos),<br />

zarpamos cualquier madrugada<br />

hacia donde el sol se pone,<br />

extinguimos recuerdos y mentiras<br />

mientras delfines o tiburones<br />

acompañaban nuestro destierro.<br />

Y si no había viento que nos alentara, esperábamos pacientes la noche que abrigaba<br />

el cuerpo y nos separaba de la angustia de haber vivido lo que otros quisieron.<br />

Amanecimos finitos días,<br />

dormimos finitas noches<br />

sin saber de horas o de ritos,<br />

ya sin contar miedos.<br />

Y morimos de repente.<br />

Con el llanto de las despedidas<br />

nos unimos al mar que nos mecía.<br />

Morimos para sabernos vivos,<br />

dolimos el peso del pasado,<br />

bañamos el futuro<br />

en esta inmensa masa que humedecía<br />

nuestras esperas o la necesidad de deseos.<br />

Tormentas o ventiscas,<br />

mareas o tsunamis<br />

más grandes que los del océano<br />

quisieron apedrear mi alma<br />

y convencernos de que nada<br />

tenía continuidad en este cuerpo.<br />

Página 10

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