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DE NUBE EN NUBE

Ex ignorantia ad sapientiam, ex luce ad tenebras, de nube en nube sin despegar del suelo.

Ex ignorantia ad sapientiam, ex luce ad tenebras, de nube en nube sin despegar del suelo.

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Periódico del IES "Aravalle"<br />

Número 16:: PRIIMAVERA de 2015..<br />

De nube en nube.<br />

Ex iignorantiia ad sapiientiiam; ex lluce ad tenebras.<br />

Depósito legal: AV 80­2013.<br />

ISSN: 2341­3662.<br />

Ediciones digital e impresa de libre difusión.<br />

TRAS EL PARAÍSO<br />

JUAN CARLOS LÓPEZ PINTO<br />

Acaba de irse al silencio<br />

El sol de invierno<br />

Ypienso en ti.<br />

Ahora buscaré<br />

En tu mirada el paraíso<br />

Yque eso sea la luz.<br />

TU CUERPO<br />

JUAN CARLOS LÓPEZ PINTO<br />

La sensibilidad de la lluvia,<br />

La hierba mojada del rocío,<br />

La profundidad del océano,<br />

La caricia del sol,<br />

La suavidad de la rosa.<br />

Págiina 1


SOÑAMOS<br />

Juan Carlos López Pinto<br />

Llegaste con el dulce aire del verano.<br />

Como al mirlo, te empujaron las olas del trigo hacia mí.<br />

Al atardecer, fuimos hacia al asombro del amor.<br />

MIRADAS<br />

Juan Carlos López Pinto<br />

Vas pisando las sombras sabiendo que avanzas a<br />

la luz, que ya la primavera en los campos toca el<br />

aire del verano con sus dedos.<br />

Fotografía de Pablo de la Peña<br />

La de Juan Carlos López<br />

Pinto es una engañosa<br />

sencillez, una delicada<br />

vuelta de tuerca a lo<br />

cotidiano, a lo consabido, al<br />

amor expresado sin miedo<br />

a la entrega. Autor del<br />

poemario El cielo de las<br />

libélulas, del 2012, y<br />

Aguamiel y filigrana, libro de<br />

cuentos para niños<br />

publicado en el 2011, Juan<br />

Carlos López Pinto,<br />

siempre relacionado con<br />

radio, televisión y prensa,<br />

dirige actualmente el diario<br />

digital Salamancartv al día,<br />

un periódico de información<br />

general donde siempre hay<br />

una pincelada literaria en<br />

las fotografías y los breves<br />

textos de prosa poética que<br />

acompañan a las<br />

imágenes. Las “Miradas”<br />

del diario de Juan Carlos<br />

López Pinto nos recuerdan<br />

que la belleza también tiene<br />

cabida en el cotidiano<br />

devenir de los días, esos<br />

días en los que el trabajo<br />

de periodista ­arduo,<br />

durísimo, sin horarios y<br />

sujeto a todo tipo de<br />

críticas­ no esconde nunca<br />

al poeta, al divulgador de<br />

poetas, al hombre<br />

enamorado de la palabra<br />

capaz de devolvernos la<br />

sencillez y la brevedad de<br />

un verso siempre<br />

contenido.<br />

Charo Alonso.<br />

Págiina 2


<strong>DE</strong>L BLANCO AL NEGRO<br />

Francisco Javier Aparicio<br />

Foto de Javier Aparicio<br />

Foto de Javier Aparicio<br />

Foto de Javier Aparicio<br />

No es que estos tres años de<br />

trabajo en la Antártida hayan sido<br />

infructuosos ni nefastos, sino al<br />

contrario, a pesar del susto inicial.<br />

Cuando llegué a la base con mis<br />

compañeros no pude reprimir un gesto<br />

de desagrado al ver el cuartucho en el<br />

cual debíamos convivir cuatro personas<br />

durante varios años. Un austero salóncocina<br />

era la estancia más grande, con<br />

una mesa en el centro y una minúscula<br />

ventana en el lateral. Dos habitaciones<br />

con dos literas cada una, sin otro<br />

espacio que el de acceder a las camas<br />

y un baño de reducidas dimensiones<br />

completaban nuestro hogar.<br />

Las paredes de chapa plateada<br />

me horrorizaron al entrar, pero tras<br />

unos meses apenas si reparaba en<br />

ellas. Llegué a intentar taparlas con<br />

fotos de las revistas que recibíamos<br />

con el correo trimestral. Cuando mi<br />

compañero de habitación me preguntó<br />

la razón de poner tantas imágenes de<br />

bosques frondosos y verdes prados, no<br />

supe qué contestarle. En realidad no<br />

echaba de menos mi casa, ni los<br />

paisajes que habitualmente me<br />

rodeaban.<br />

El suelo de oscura tarima era lo<br />

único cálido del desangelado refugio,<br />

más bien pensado para sobrevivir unos<br />

días que para habitarlo durante años.<br />

Disfrutaba del trabajo de<br />

investigación que siempre había<br />

soñado realizar. Hacíamos todas las<br />

tareas por la mañana, comíamos y<br />

teníamos la tarde libre, así lo habíamos<br />

decidido entre nosotros.<br />

Los inmensos desiertos de hielo<br />

me hacían sentir bien. Algunos días,<br />

acabada la jornada, recorría la blanca<br />

llanura sin prisa, disfrutando del cielo,<br />

de las formas heladas, del viento en la<br />

cara. En verano, con veinte horas de<br />

sol al día, era menos arriesgado que en<br />

la época de las largas noches.<br />

Caminaba despacio hacia donde el<br />

instinto me guiaba. Miraba siempre al<br />

horizonte, como persiguiéndolo. La<br />

mente vagaba de uno a otro lado, sin<br />

pausa, como un pájaro libre al salir de<br />

la jaula de chapa, recorriendo el cielo y<br />

gozando antes de volver a su cárcel.<br />

Al principio los tres me tacharon de<br />

imprudente y me pidieron que no lo<br />

hiciese, pero cuando vieron que no se<br />

trataba de una moda pasajera sino de<br />

Página 3


<strong>DE</strong>L BLANCO AL NEGRO<br />

Francisco Javier Aparicio<br />

Foto de Javier Aparicio<br />

Foto de Javier Aparicio<br />

Foto de Javier Aparicio<br />

(viene de la página anterior)<br />

una costumbre, me dejaron por<br />

imposible.<br />

Al principio salía hasta que algo<br />

me incitaba a darme la vuelta. No<br />

puedo calcular si andaba dos horas,<br />

tres o cuatro. Era un intervalo en el<br />

que el tiempo no existía, no había ni<br />

hombres, ni animales, ni tierra ni<br />

negro; solamente blanco, un llano<br />

inmenso helado y mis pensamientos<br />

volando sin control. Ni siquiera pensaba<br />

en el trabajo o en mi anterior vida<br />

acomodada. Era más bien como si me<br />

introdujese en el blanco, entre el hielo<br />

y la niebla, en el horizonte.<br />

Mis paseos solitarios fueron<br />

haciéndose imprescindibles para resistir<br />

la dura vida antártica. Comencé a salir<br />

inmediatamente tras finalizar el trabajo<br />

y a regresar para la cena. Algo me<br />

llamaba en ese horizonte plano y me<br />

animaba a alcanzarlo. Cada vez mi<br />

instinto me hacía llegar más lejos. No<br />

era yo quien lo decidía, era el gran<br />

blanco que como un imán me atraía a<br />

su seno.<br />

Aquel día terminamos el trabajo<br />

algo más tarde de lo habitual y ni<br />

siquiera me detuve a comer antes de la<br />

salida. Mientras mis pensamientos<br />

surcaban el blanco océano, no sabría<br />

decir a cuántos kilómetros de nuestra<br />

base, mis sentidos, que se habían<br />

acostumbrado al único y eterno sonido<br />

del silbido del viento en la estepa<br />

helada, de repente escucharon algo<br />

parecido a una voz. Fue como<br />

despertar de un sueño con un bofetón,<br />

como un brusco sobresalto al entrar un<br />

extraño en mi intimidad sin aviso.<br />

­ ¿Estás bien? Creí entender. Al<br />

girar la cabeza, casi sin saber si era<br />

real o solamente un fantasma de mi<br />

imaginación, una sombra se dibujo en<br />

la distancia. Me quedé paralizado un<br />

instante, sin saber cómo reaccionar. A<br />

medida que la sombra iba creciendo,<br />

también lo hacía mi espanto. Interpreté<br />

el acercamiento como un ataque, no sé<br />

bien de qué o de quién, pero estaba<br />

convencido de la inminente agresión a<br />

mi persona, a mi mundo, a mi desierto<br />

helado, a mis pensamientos alados.<br />

Como un gato arrinconado, saqué toda<br />

mi furia y corrí hacia la sombra que<br />

ahora me parecía enorme, gritando<br />

que se fuera. Como no hizo sino<br />

Págiina 4


<strong>DE</strong>L BLANCO AL NEGRO<br />

Francisco Javier Aparicio<br />

(viene de la página anterior)<br />

acercarse más, comencé a pegar patadas y<br />

puñetazos al aire.<br />

Desperté en mi litera, desorientado y<br />

exhausto. El reloj marcaba las once y media.<br />

Me levanté y comprobé que estaba solo.<br />

Extrañado, me vestí y fui al centro de<br />

investigación. Allí estaban mis compañeros, que<br />

enseguida me preguntaron por mi estado, pero<br />

no di ninguna respuesta. Les pregunté por qué<br />

no me habían avisado esa mañana para ir a<br />

trabajar. “Necesitabas descansar”, fue la<br />

respuesta.<br />

Comencé a recordar lo de anoche: paseo,<br />

voces, sombras, patadas ... todo iba encajando.<br />

No me enfadé, simplemente me fui.<br />

Llegué a la casa, me abrigué y me puse en<br />

marcha. “Ahora no me encontrarán”, pensaba,<br />

“ya no me molestarán más”. Con la sonrisa del<br />

que conoce su destino, comencé a caminar<br />

como siempre, despacio, seguro, hacia donde el<br />

instinto me indicó. Quería ir más lejos que ayer,<br />

donde no pudiera alcanzarme nadie, donde el<br />

vuelo de mi mente no fuese interrumpido,<br />

donde pudiera disfrutar en soledad del blanco.<br />

Paso tras paso llegó la noche. Las escasas<br />

horas de oscuridad que teníamos no me<br />

obligaron a parar. Para mí fueron apenas un<br />

instante en la marcha. Una vez bajo la luz de<br />

nuevo la ropa empezó a estorbarme. No<br />

necesitaba absolutamente nada para<br />

encontrarme con el gran horizonte blanco. Me<br />

quité el gorro y lo tiré. Le siguió el grueso<br />

abrigo, luego los guantes, pantalones, botas ...<br />

Caminando en el desierto de hielo, la<br />

esperanza del paraíso me hacía mantener la<br />

vista en el horizonte. No podía parar ni<br />

retroceder, ahora no. Cada vez me encontraba<br />

más cerca, lo notaba, estaba llegando. No<br />

estaba cansado, no tenía hambre ni frío: la<br />

esperanza me hacía avanzar. Ese horizonte me<br />

atraía con una fuerza inusitada.<br />

Aunque poco a poco lo iba alcanzando, mi<br />

cuerpo no pudo ya avanzar más. No estaba<br />

extenuado, pero las piernas se negaban a<br />

proseguir. Caí al suelo feliz, pues los<br />

pensamientos seguían su vuelo, a punto ya de<br />

alcanzar la meta. Tumbado en el suelo,<br />

desnudo y esperanzado por el cercano paraíso,<br />

los ojos tampoco resistieron el viaje. Se<br />

apoderó de mi un calmo sueño en la tibia<br />

tiniebla. Fue en ese momento, al caer los<br />

párpados, cuando me di cuenta: muy despacio,<br />

como si de un atardecer se tratase, estaba<br />

pasando del blanco al negro. Había llegado, por<br />

fin, a mi ansiado destino.<br />

Fotos de Patrick Perrot<br />

Págiina 5


Págiina 6


Foto de Javier Aparicio<br />

Págiina 7


LA LAVAN<strong>DE</strong>RÍA PERDIDA<br />

Por: Carolina Gallardo España<br />

“Adventures in Solitude”, de The New Pornographers<br />

https://www.youtube.com/watch?v=RIdRl9bbRJQ<br />

I<br />

El tiempo tiene su propio sentido del humor, y a veces<br />

puede ser muy cruel. Quienes no han sido sus víctimas prefieren<br />

pensar en “fallos de la mente”.<br />

Hace treinta años ella no conocía lo que era dudar de su<br />

propia salud mental; no sabía nada de esa clase de dudas, hasta<br />

ese día. Camino a la clase de teatro, un día especialmente caluroso<br />

y de bastante bochorno, su prima ofreció llevarla a cambio de que<br />

se bajara en la lavandería y recogiera las cortinas limpias de la<br />

abuela. Y así fue; subió al carro de su prima, recorrieron media<br />

ciudad, bajó en el lugar acordado, entró y le entregó la factura al<br />

encargado, que fue inmediatamente a buscar las cortinas. Pero al<br />

regresar, ambos no pudieron o no quisieron o más bien no supieron<br />

si reír diplomáticamente ante el otro o ser directamente groseros;<br />

ninguno de los dos supo qué hacer: la factura era del año 2015,<br />

cuando apenas corría el año 1985. Ambos disimularon<br />

educadamente, no hablaron nada del asunto; pero ella supuso que<br />

él la había cambiado mientras estaba adentro buscando las<br />

cortinas, y él, por supuesto, pensó que la niña se divertía<br />

burlándose de él al presentarle ese truco tan ridículo. Eso sí, ambos<br />

estuvieron secretamente de acuerdo en que la factura estaba<br />

demasiado bien hecha, “hasta parece real”, pensaron.<br />

Entonces ella salió a buscar a su prima, que había<br />

estacionado justo frente a la puerta de la lavandería; pero afuera no<br />

estaba. Pensó que habría visto a un fiscal o algo así y que estaría<br />

dando una vuelta a la manzana para evitar la multa. De modo que<br />

la esperó, sabiendo que ella jamás la dejaría allí sola, y mucho<br />

menos con las cortinas de la abuela. Volvió a entrar a la lavandería<br />

y quiso decirle al encargado que estaba esperando a que su prima<br />

regresara para cambiar la “factura equivocada” por la correcta; pero<br />

ya no lo encontró. En su lugar estaba un hombre varios años<br />

mayor, que no conocía ni sabía nada del joven que la había<br />

atendido hacía unos minutos. “¿Mi hijo? No; aquí solo trabajo yo, y<br />

siempre ha sido así”, dijo desdeñosamente a la niña. Este hombre<br />

no era amable como el joven. Con voz tajante le exigió la factura de<br />

inmediato, y al recibirla, casi se la tira en la cara, gritándole:<br />

“¡¿cómo se le ocurre jugar así conmigo?! ¡Que no, que estoy<br />

ocupado!”.<br />

Ella tomó la factura completamente desconsolada, y<br />

mirándola pensó: “¿cómo puede ser esto?”. Entonces, ya mucho<br />

más tranquila, le dijo al hombre: “mire, Señor, esta factura es de la<br />

semana pasada, ya tienen que estar limpias las cortinas”. El<br />

hombre la miró fijamente y le ordenó que saliera inmediatamente de<br />

su negocio. Afuera, aún no estaba de regreso su prima; pero qué<br />

importaba ya eso; la esperaría, y cuando llegara, reirían y<br />

resolverían rápidamente el enigma de la factura de las cortinas.<br />

Sin embargo, no fue así. El primer carro que pasó era tan<br />

extraño que sonrió pensando lo exageradamente esnobs que eran<br />

los ricos de provincia; luego ya no sonreiría tanto, porque el<br />

segundo carro era tan extraño como el primero, y el tercero, más<br />

extraño todavía. Finalmente se dio cuenta de que todos los carros<br />

que pasaban por la cuadra eran extraños... No, eso no; eran<br />

desconocidos por completo, todos.<br />

Se sintió desamparada y se dio la vuelta, con la idea de<br />

refugiarse en la lavandería; entonces un mareo frio y vacío la<br />

secuestró por sorpresa. Todo en su cabeza giraba; la lavandería ya<br />

no estaba; el local era ahora un pequeño “Cine-Club-Café-<br />

Restaurante-Vegetariano” de puertas rojas, de ventanas y carteles<br />

rojos. Tardó un rato en aceptar que todo era diferente, y tuvo que<br />

agarrarse a la pared o se hubiera caído. “Es el calor, es el calor”,<br />

pensaba. Pero la realidad era que la lavandería que cinco minutos<br />

antes estaba allí, hacía muchos años que ya no estaba allí.<br />

Fotos de Patrick Perrot<br />

Págiina 8


LA LAVAN<strong>DE</strong>RÍA PERDIDA<br />

Por: Carolina Gallardo España<br />

II<br />

Era demasiado y no pudo quedarse. Aunque<br />

seguía mareada y cayendo por un abismo, se puso a<br />

caminar hacia el sur, sin saber ya en cuál ciudad estaba ni<br />

qué pasaba; no reconocía nada; nada le era familiar. Con<br />

mucho miedo, pero disimulando su desorientación, le<br />

preguntó a un abuelo si conocía esa lavandería, y éste le<br />

dijo sonriendo: “Niña, esa lavandería la cerraron hace<br />

bastantes años”.<br />

Ahora sí ya no pudo más, y exhausta por la<br />

taquicardia y el mareo, detuvo sus pasos en una plaza muy<br />

bella y cuidada, muy verde y colorida, como nunca antes<br />

había visto en su ciudad, llena de niños que jugaban<br />

confiados, ignorantes de todo lo que le ocurría. Se recostó<br />

en un hermoso banco rojo, bajo un árbol enorme, y allí<br />

finalmente se dejó morir del susto. Se desmayó.<br />

Al despertar, volvió a sentirse optimista sin ninguna<br />

razón; pero la plaza ya no era bella ni se veía cuidada ni<br />

era roja ni había niños. Era horrorosa, aunque ahora sí le<br />

resultaba familiar, allí, frente a la escuela de teatro.<br />

Caminó de regreso hasta la lavandería, que estaba<br />

en el mismo lugar donde llevaba funcionando cincuenta<br />

años. Su prima aún no llegaba, y al entrar encontró al joven<br />

que ya la había atendido. Pero ¿cuándo la había atendido?<br />

Bueno, era el mismo y con eso le bastaba. Lo saludó<br />

nuevamente y le dijo que todavía esperaba a su prima para<br />

que le cambiara la factura. El joven la miró con extrañeza.<br />

“Perdone, ¿qué?” Era la primera vez que la veía; aquel<br />

encargado no sabía nada de su visita anterior; sólo ella lo<br />

miraba por segunda vez. Sin decir nada, ella le entregó<br />

“nuevamente” el papel; él entró y esta vez trajo las cortinas<br />

limpias. Ella pagó, y al salir a la calle, el carro de su prima<br />

estaba ahí, esperándola. “No puedes imaginarte lo que me<br />

pasó”, le dijo. La prima le contestó muy molesta: “es<br />

verdad, no puedo; ¡te tardaste casi una hora!; ¡estuve a<br />

punto de entrar para decirte que te quedaras a vivir allí!”. La<br />

niña objetó que si no hubiese movido el carro para dar la<br />

vuelta, nada de eso habría pasado; y el asombro de la<br />

prima ante ese comentario fue mayúsculo: “¡¿Qué?! ¿La<br />

vuelta? Estás loca, nunca me moví de aquí”. No había<br />

nada qué hacer; esto era algo que ella jamás había vivido.<br />

Era verdad; la prima jamás movió su carro del frente de la<br />

lavandería.<br />

Después de aquello ya nada fue igual. A lo largo de<br />

los meses siguientes ella se fue convirtiendo en una<br />

persona muy callada, reflexiva. Nunca más le ocurrió algo<br />

así, pero aquello la transformó de manera definitiva. Ella,<br />

que siempre fue alegre, locuaz e irreverente, dejó las<br />

clases de teatro y casi no salía a la calle ya. No soportaba<br />

la idea de que aquello le volviera a pasar. Comenzó a<br />

dormir con la luz encendida, a padecer de insomnio y<br />

desconfiaba de todos, especialmente de su prima; evitaba<br />

a las personas “fantasiosas”, es decir como ella. Y así se<br />

quedó. Con el pasar de los años, hasta olvidó el porqué. La<br />

gente también olvidó lo alegre y rebelde que ella había<br />

sido, y ahora la describían como una muchacha callada y<br />

muy discreta. Jamás volvió a estudiar teatro; se graduó de<br />

otra cosa y se mudó de ciudad.<br />

No regresó allí hasta muchos años después, treinta<br />

quizá. Y fue para visitar aquel lugar de la lavandería<br />

perdida, y encontrarse con el recién abierto al público<br />

“Cine-Club-Café-Restaurante-Vegetariano”, de ventanas<br />

rojas, puertas rojas y carteles rojos, y, finalmente, recordar<br />

aquella tarde de bochorno en que dejó el teatro para<br />

siempre.<br />

Fotos de Patrick Perrot<br />

LA REINA <strong>DE</strong> LAS <strong>NUBE</strong>S<br />

Por Allba Miiñán Granado (4º de Educaciión Priimariia).<br />

Había una vez en un país llllamado Barco de Áviilla.<br />

Los niiños eran buenos, estudiiosos y educados. Tenían comiida,<br />

jjuguetes y todo llo que necesiitaban, pero llo que más deseaban<br />

era vollar. Todas llas tardes se tumbaban a miirar llas nubes y<br />

soñaban con que vollaban haciia ellllas con llos pájjaros. Un día,<br />

llos niiños más valliientes dell puebllo, Cordelliia, Sara, Sandra,<br />

Soraya, Allba, Natalliia y Allberto, deciidiieron iir a ver a lla Reiina de<br />

llas Nubes, que viivía en una nube muy especiiall. Para llllegar<br />

hasta allllí, llos niiños construyeron una escallera y por elllla<br />

subiieron a lla nube-pallaciio de lla reiina. Elllla all oír su petiiciión lles<br />

diijjo: “Os concederé vuestro deseo, pero antes debéiis llllevar lla<br />

espallda durante unos días mojjada con ell agua de hiiello de<br />

estrellllas derretiido”. Luego se asomó all ballcón de su pallaciio y<br />

añadiió: “Vollved a vuestras casas. Yo os mandaré a miis<br />

pallomas mensajjeras para que os lllleven esa agua mágiica que<br />

os permiitiirá cumplliir vuestro deseo”.<br />

Los niiños vollviieron, como lles había diicho lla Reiina a<br />

sus casas. A llos pocos días de llllevar llas espalldas mojjadas con<br />

ell agua de hiiello de estrellllas, lles creciieron unas grandes y<br />

bllancas allas. Los niiños viiviieron muy felliices, pues ya habían<br />

cumplliido su mayor deseo, vollar cada día más allto y más llejjos.<br />

Págiina 9


<strong>DE</strong> TERESAS Y QUIJOTES<br />

Por Rosario-Teresa Blázquez Gómez.<br />

Hay que soñar, desdichado el que no sueñe, pues nunca verá la luz.<br />

Federico García Lorca<br />

Recordamos este año 2015 dos efemérides importantes para nuestra cultura: el V<br />

Centenario del nacimiento de Teresa de Jesús y el IV de la publicación de la segunda parte<br />

del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.<br />

Dos personajes, una muy real y otro no tanto -aunque Quijotes sigue habiendo por<br />

la gracia de los dioses- que hicieron del sueño liberador, del vuelo de nube en nube, del<br />

asomo a las oscuras simas de la locura, los puntales de sus azarosas existencias.<br />

Teresa y Alonso, Alonso y Teresa... ambos vivieron a caballo entre aquellos siglos<br />

en los que el mero hecho de vivir era ya toda una aventura. Siglos en los que se explora un<br />

mundo desconocido, el “nuevo mundo” allende los mares; en los que se globaliza la<br />

economía; donde las turbulencias religiosas trastocan conciencias y provocan cismas; años<br />

de búsqueda de teorías que pueden llevar a la hoguera; años de personajes que marcarán<br />

hitos en nuestra forma de entender lo que nos rodea: Copérnico, Maquiavelo, Leonardo, El<br />

Greco, Descartes, Miguel Ángel, Cervantes... Siglos, el XVI y el XVII, de poderosas luces y<br />

tenebrosas sombras; siglos, años, en los que cumplir los sueños o morir abrasados en las<br />

hogueras de la Inquisición. Por esos tiempos deambulan nuestros dos personajes, Alonso<br />

Quijano y Teresa Sánchez, ambos nacidos en tierras de Castilla, viajeros y curiosos, ambos<br />

fuertes y comprometidos con sus ideales, voraces lectores ambos, pasto de burlas, metidos<br />

en pleitos, vilipendiados y amados a partes iguales, los dos soñadores... Cercanos a la luz<br />

con sus sueños, revolucionarios...<br />

Teresa Sánchez en el siglo, Teresa de Jesús en su otra vida, la que eligió<br />

libremente y contra la voluntad de su padre y en la que se acercó a esa “flecha enherbolada<br />

de amor” que, de alguna manera llegó a aniquilarla. Genio y figura la de esta mujer frágil de<br />

cuerpo y poderosa de imaginación y de voluntad por llevar su proyecto hacia adelante<br />

siempre. Una mujer en un mundo de hombres, complicado reto el de dar cumplimiento a sus<br />

voluntades sin despertar demasiadas iras, envidias, recelos en “los del paño” como ella<br />

llamaba a los oscuros inquisidores atentos y obsesionados con todo lo que se apartaba de la<br />

doctrina establecida en la España del XVI. Un siglo de iluminadas, de profecías, de<br />

misteriosas revelaciones, de desviaciones de la ortodoxia en el que Teresa es objeto de una<br />

persecución tenaz por poner en papel El libro de la Vida, en el que relata experiencias que<br />

alertan a los del Santo Oficio por su cariz profundamente espiritual. Teresa volaba, volaba<br />

libre de la mano de un Cristo al que llamaba su Amado... ”Que mi Amado es para mí y yo soy<br />

para mi Amado”. Mística y pagana. Nada podía detenerla, y esta monja mundana, realista,<br />

inconformista, tenaz, es capaz de llegar en sus vívidas ensoñaciones a la más alta cima de<br />

la espiritualidad, al idealismo más refinado.<br />

¿Y nuestro querido don Alonso Quijano? Sin duda uno de los personajes más<br />

reales y veraces de toda la literatura. Tan creíble en su locura que nos parece estar viéndole<br />

cabalgar en su Rocinante por aquellos campos de La Mancha junto a su inseparable Sancho.<br />

Si el viajero amanece por el Campo de Criptana o por Montiel y ve a lo lejos confundido con<br />

la tierra y el cielo, que por esas latitudes parecen juntarse, una suerte de remolino, un<br />

trotamundos en flaco rocín, no dude ni por un momento que ha dado con el mismísimo<br />

Caballero de la Triste Figura. Nuestro Quijote que “se enfrascó tanto en la lectura, que se le<br />

pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco<br />

dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio”. ¿O no?<br />

En realidad la frontera que hay entre realidad y fantasía no tiene una delimitación precisa. La<br />

locura de Don Quijote es una búsqueda de valores, la percepción de que un mundo ideal<br />

está agonizando y de que él, un “hidalgo de los de lanza en astillero y adarga antigua” ha de<br />

reconquistarlo para lograr una sociedad más equitativa y más justa. ¿Es esto acaso locura?<br />

Quizá es más bien el humano deseo de la pervivencia de cuanto de bueno y bello hay en un<br />

mundo que evoluciona hacia unas realidades más prosaicas. Sin embargo, don Alonso, con<br />

su idealismo conmovedor, con sus descabelladas aventuras, nos hace atisbar por un<br />

momento que el mundo de la fantasía, de sus vuelos a regiones paralelas al medio en el que<br />

vive, es ciertamente real y muy cercano a nuestras propias ensoñaciones. La locura de Don<br />

Quijote es la de no aceptar el mundo que le ha tocado vivir, y perseguir sus propios sueños.<br />

Otro revolucionario; otro que, como Teresa, seguía su propia senda sin desmayo y envuelto<br />

en nubes que le frenaran desilusiones, fatigas y desengaños, que de todo hubo...<br />

Quizá un mundo de Teresas y Quijotes, de Quijotes y Teresas, es el que muchos<br />

andamos buscando. En un mundo, el nuestro, en el que la corrupción, la inmoralidad, la<br />

mediocridad, la ausencia de valores sólidos campan por doquier, el poder de la imaginación,<br />

de la bendita locura, del inconformismo, de los sueños, de la tenacidad, de la fuerza del<br />

espíritu, pueden ser el bálsamo, la panacea para seguir animosos y más vivos que nunca en<br />

este camino nuboso que es la vida.<br />

Foto de Javier Aparicio<br />

Págiina 10


MONÓLOGO <strong>DE</strong> ANDRÉS ELOY BLANCO:<br />

LA CUESTIÓN ALIRIANA, LOS JAZMINES Y CARM<strong>EN</strong> ANGELINA.<br />

Carolina Gallardo España<br />

SEGUNDA PARTE<br />

Mi amor de la infancia era una monja. No pude evitar pensar que había un<br />

convento con una monja alienígena dentro. La imaginé levitando tiernamente durante la<br />

misa, bailando con los grillos en sus horas libres, apareciendo en distintos lugares del<br />

convento a la vez, haciendo milagros, pues, y pensé con picardía... que no había mejor<br />

lugar en el mundo para una marciana huérfana. Su confesor creerá que se trata de una<br />

santa; jamás sospechará la verdad. No obstante, también sentí dolor; el dolor de saber<br />

que jamás volvería a verla, y de hacerlo, no podría por impropio confesarle mi pequeño<br />

gran amor; el dolor de entender que nunca tendría mi oportunidad furtiva con ella.<br />

Pero unos días después supe que su vocación religiosa, al igual que la de tantas<br />

niñas de la época, se debía en realidad a un engaño amoroso que terminó muy mal, que<br />

terminó en escándalo, y que su encierro, claro, no fue voluntario. Sentí entonces en carne<br />

propia una aproximación a lo injusto y desquiciado de ser mujer, de crecer y vivir sabiendo<br />

que jamás serás tu propia dueña.<br />

Pensé entonces que debe ser verdad lo que decía el Sabio Alirio, un sabio de<br />

Margarita que según la opinión popular se volvió loco de tanto saber y que al final de sus<br />

días deambulaba por las calles de Pampatar con un discurso, casi de Lovecraft. Decía el<br />

Sabio Alirio, en su locura presunta, que los humanos había sido creados realmente por<br />

otra raza humanoide muy avanzada, que sabiendo que su creación podría algún día<br />

superarla en bondad e inteligencia, cortó por lo sano programando a la especie humana<br />

sólo para creer en las mentiras que les dijeran, para apoyar sólo las ideas que evitaran su<br />

progreso, y para ver con buenos ojos cualquier cosa que torturara hasta la locura a los<br />

más inteligentes de la nueva especie. Así se aseguraron de ser por siempre más<br />

avanzados que nosotros. Terminaba el sabio su discurso diciendo: “...es por eso que no<br />

debemos acusar a los políticos de mentirosos; lo que pasa es que la raza humana está<br />

destinada a apoyar y creerle solo a los patanes, a los déspotas, a los que quieren un final<br />

muy triste para este planeta... hasta que un día, un día, eso cambie por un hecho que<br />

creeremos casual pero que no lo será, y la verdad finalmente salga a la luz”.<br />

Sólo siendo cierto el discurso de ese sabio, sólo así, puede entenderse que un<br />

ser condene a otro al encierro, al destierro, o cualquiera otro destino inmerecido, sólo por<br />

causa de un amor con final infeliz.<br />

Por un tiempo pensé que la vería por casualidad, con su hábito, por el centro de<br />

Caracas, quizá comprando medicinas para su superiora en la Esquina de Velásquez, o<br />

dando de comer a los menesterosos por San Juan. Luego supe que su convento era de<br />

clausura. Así, finalmente renuncié a ella, serenamente, como renuncia el millonario a la<br />

sinceridad ajena.<br />

Nunca le dediqué un poema, nunca le mencioné mi amor infantil a ningún amigo,<br />

aunque una vez en Caracas, en casa de mi amiga dramaturga, ya con varios premios<br />

literarios y casada con aquel prometido, le dije, y no fue en broma, que una vez estuve de<br />

novio con una monja de clausura; pero ella no me creyó; así que no insistí.<br />

De visita en Cuba, también estuve a punto de contarle mi historia con la religiosa<br />

a un joven Nicolás Guillén, en ese entonces estudiante de Derecho de la Universidad de<br />

La Habana, y que aún no sabía que sería una gloria de las letras. Traté de contarle a<br />

Nicolás, puse mucha voluntad; pero no sé por qué, al tratar de iniciar mi relato, un olor<br />

profundo a jazmines me interrumpía cada vez. Entonces me conformé con comentar al<br />

poeta que La Habana tenía jazmines de perfume nítido como los de Cumaná, y que sería<br />

que el aire del mar lo reconcentraba.<br />

Pero era verdad que Carmen Angelina era una santa, o al menos a mí me hizo<br />

algunos milagros, porque más de una vez, sobre todo en momentos muy difíciles,<br />

apareció a mi lado, a veces vestida de monja, a veces “de civil”, y cada vez que esto<br />

pasaba, me cambiaba el mundo.<br />

Cuando estaba en prisión en el Castillo de Puerto Cabello, ese barco de piedra<br />

de mi juventud, solía acompañarme, sobre todo en las noches, que eran saladas,<br />

húmedas, calientes y desoladoras; también cuando me trasladaron de prisión a Valera<br />

“por razones humanitarias”; allí también me visitaba, tan nítida como aquel olor, y por<br />

supuesto, durante mi exilio. Pero sobre todo, en 1946, mientras presidí la Asamblea<br />

Nacional Constituyente de Venezuela, siempre entre el público muy seria y callada estaba<br />

ella, mientras Juan Bimba en pleno se encendía con mis discursos y aplaudía ferozmente<br />

cada frase mía... El Pueblo creía en mí y en mis ideas, ciegamente... ¿No sería yo acaso<br />

otro retrógrada más? O peor aun, ¿no sería yo una pieza sincera de un entramado<br />

enorme pautado para encumbrar a alguien o algo mucho más déspota y enfermo que<br />

todo lo anterior? La Cuestión Aliriana me cercaba otra vez y sin piedad... ¡Qué duda tan<br />

grande tuve!<br />

Nunca supo nadie de mis sentimientos por Carmen Angelina, la monja de<br />

clausura obligada, de soltería obligada, de aislamiento obligado y de injusticia aceptada<br />

mansamente por todos. Tampoco nadie supo jamás que pensé en ella durante casi todas<br />

las horas transcurridas el 21 de Mayo de 1955, el día que se hizo el silencio, el monólogo<br />

con un mazo de cartas, el silencio unificado; nadie lo supo... ni siquiera ella, Carmen<br />

Angelina.<br />

Págiina 11


EL <strong>NUBE</strong>RO<br />

Por Santiago José Carrera<br />

El nubero es una criatura mitológica muy extendida por el noroeste de España,<br />

especialmente, por la cornisa cantábrica, donde recibe diversos nombres según la región. Así, se<br />

conoce como Nuberus en Asturias, Nubeiros en Galicia, Ñuberos en Cantabria o Renuberus en<br />

las zonas al norte de León, además de numerosos nombre locales. A veces también se conoce<br />

como Xuan Cabrita, según una historia de la que se hablará más tarde.<br />

Se trata de una clase de genios o duendes, seres despiadados y traviesos (aunque a<br />

veces llegan a ayudar al hombre) que habitan en las nubes, o viajan en ellas. Son capaces de<br />

dominar ciertos fenómenos meteorológicos y se divierten provocando tormentas y tempestades o<br />

arruinando los campos con granizo. Se dice que son capaces de arrasar bosques enteros, y eran<br />

temidos por los pescadores, por provocar terribles galernas en en el Mar Cantábrico; no dudarán<br />

en utilizar los rayos como armas si son atacados o molestados.<br />

En cuanto al aspecto del nubero, varía según la región. En Asturias se le suele describir<br />

como un hombre muy alto, con una larga barba de color grisáceo, ataviado con negras pieles,<br />

sombrero puntiagudo de ala ancha y un largo bastón (descripción similar a la de Odín, Wotan o<br />

Taranis, antiguos dioses de la tradición celta y nórdica relacionados también con la tormenta y el<br />

rayo). En Galicia también se le suele representar como un gigante barbudo, peludo y de gran<br />

fuerza, vestido con pieles y con el rostro ennegrecido a causa de los rayos. También se dice que<br />

los nubeiros llevan unos zuecos de madera, con los que producen el estruendo de las tormentas.<br />

En Cantabria, por el contrario, se los describe como geniecillos traviesos, diminutos y gorditos,<br />

con una expresión ladina en la cara y montados en nubes plomizas.<br />

Estos seres eran muy temidos porque a su paso destrozaban las cosechas; así que,<br />

cuando se aproximaba una tormenta, la gente acudía a tocar las campanas de la iglesia para<br />

ahuyentarlos y que se marchasen cuanto antes. En Galicia existe un cántico que sirve para<br />

alejarlos, y se canta al tocar las campanas de las iglesias. También pueden ser ahuyentados<br />

poniendo un carro del revés, y algunos curas tienen el poder de conjurar al nubero leyendo libros<br />

sagrados o arrojando un zapato contra la nube, para que luego el granizo caiga donde aterrizó el<br />

zapato, en lugar de en los campos de cultivo.<br />

Por último, en Asturias también existe la historia del nubero Xuan Cabrita, en<br />

convivencia con otro Xuan mitológico, Xuan Borriña, este último una suerte de pastor mágico que,<br />

irónicamente (ya que Xuan Cabrita está relacionado con las nubes), disuelve la niebla. Según el<br />

mito asturiano, Xuan Cabrita vive con su mujer e hijos en lo alto de una montaña, en una ciudad<br />

cubierta de nubes, y cuando sale de allí es para descargar tormentas y aguaceros sobre la gente.<br />

Algunos autores sitúan su casa en las cumbres entre Asturias y León, en una casa de tierra.<br />

También existen versiones del cuento que sitúan su vivienda en lugares lejanos como Egipto. Esta<br />

versión del cuento habla acerca de un labrador de Taja que acoge al nuberu una noche en su<br />

casa; por la mañana, al despedirse del mozo, aquél le dice una rima que insta al labrador a<br />

preguntar por Xuan Cabritu si alguna vez va a Egipto. Pasado un tiempo el dicho labrador parte a<br />

las cruzadas y deja a su mujer en casa. Después de caer prisionero de los moros y lograr<br />

escapar, sube a la cumbre de una montaña llena de niebla, donde encuentra un pueblo y pide<br />

refugio a una mujer. Ésta acepta con la condición de esconderlo, ya que su marido no está en<br />

casa, y cree que si llega y lo encuentra allí, lo matará. Sin embargo, cuando finalmente vuelve el<br />

dueño de la casa, huele al cristiano escondido y hace que se presente ante él. Cuando el labrador<br />

le dice que procede de Taja, el nuberu, que no era otro, le pregunta si recuerda a un viajero al que<br />

acogió una noche en su casa. El hombre le responde la fórmula que entonces le dijo el nuberu, y<br />

éste le dice que va a devolverle el favor que entonces le prestó. Resulta que la mujer del<br />

asturiano, creyéndolo muerto, va a casarse con otro hombre al día siguiente, y el nuberu se<br />

compromete a llevarle a su pueblo antes de que tenga lugar esa boda, pero sólo si le facilita un<br />

terreno sobre el que descargar sus nubes en Taja. El labrador acepta, y el nuberu lo lleva hasta la<br />

iglesia de Taja. Allí se encuentra con su mujer, que lo reconoce gracias a una marca que tiene en<br />

el pecho (pues está muy desfigurado), y la ilegítima boda se suspende.<br />

<strong>EN</strong> ESTE NÚMERO <strong>DE</strong> ARCADIA<br />

BARC<strong>EN</strong>SE COLABORAN:<br />

TEXTOS:<br />

Juan Carlos López Pinto.<br />

Poeta invitado. España.<br />

Carolina Gallardo España.<br />

Colaboradora. Venezuela.<br />

Rosario Teresa Blázquez Gómez.<br />

Maestra CEIP "Juan Arrabal".<br />

Charo Alonso.<br />

Profesora IES "Mateo Hernández".<br />

Santiago José Carrera.<br />

Alumno Universidad de Salamanca.<br />

Alba Miñán Granado.<br />

Alumna CEIP “Juan Arrabal”.<br />

FOTOGRAFÍA:<br />

Javier Aparicio. Profesor IES "Aravalle".<br />

Patrick Perrot. Fotógrafo y viajero. Francia.<br />

Sonsoles Pérez Bárez. Profesora IES<br />

"Cardenal Sandoval y Rojas".<br />

Carlos Ferreira. EOE "General Gredos".<br />

DISEÑO GRÁFICO:<br />

Carlos Ferreira. EOE "General Gredos".<br />

ANAGRAMA <strong>DE</strong> ARCADIA BARC<strong>EN</strong>SE:<br />

Carlos González Díaz. IES "Hermenegildo<br />

Martín Borro".<br />

COORDINADORA <strong>EN</strong> EL IES "ARAVALLE":<br />

M. Elena García Plaza.<br />

Depósito legal: AV 80­2013.<br />

ISSN: 2341­3662<br />

Págiina 12

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