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Las aventuras de Tom Sawyer

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vieja y a<strong>de</strong>más otra; pero el tabaco vale poco». Y yo te digo: «¡Bah!, ¡con tal <strong>de</strong> que sea fuerte...!» Y<br />

entonces sacas las pipas y las encen<strong>de</strong>mos, tan frescos, y ¡habrá que verlos!<br />

-¡Qué bien va a estar! ¡Qué lástima que no pueda ser ahora mismo, <strong>Tom</strong>!<br />

-Y cuando nos oigan <strong>de</strong>cir que aprendimos mientras estábamos pirateando, ¡lo que darían por haberlo<br />

hecho ellos también!<br />

Así siguió la charla; pero <strong>de</strong> pronto empezó a flaquear un poco y a hacerse <strong>de</strong>sarticulada. Los silencios se<br />

prolongaban y aumentaban prodigiosamente las expectoraciones. Cada poro <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las bocas <strong>de</strong> los<br />

muchachos se había convertido en un surtidor y apenas podían achicar bastante <strong>de</strong>prisa las lagunas que se<br />

les formaban bajo las lenguas, para impedir una inundación; frecuentes <strong>de</strong>sbordamientos les bajaban por la<br />

garganta a pesar <strong>de</strong> todos sus esfuerzos, y cada vez les asaltaban repentinas náuseas. Los dos chicos estaban<br />

muy pálidos y abatidos. A Joe se le escurrió la pipa <strong>de</strong> entre los <strong>de</strong>dos fláccidos. La <strong>de</strong> <strong>Tom</strong> hizo lo mismo.<br />

Ambas fuentes fluían con ímpetu furioso, y ambas bombas achicaban a todo vapor. Joe dijo con voz tenue:<br />

-Se me ha perdido la navaja. Más vale que vaya a buscarla.<br />

<strong>Tom</strong> dijo, con temblorosos labios y tartamu<strong>de</strong>ando:<br />

-Voy a ayudarte. Tú te vas por allí y yo buscaré junto a la fuente. No, no vengas Huck, nosotros la<br />

encontraremos.<br />

Huck se volvió a sentar y esperó una hora. Entonces empezó a sentirse solitario y marchó en busca <strong>de</strong> sus<br />

compañeros.Los encontró muy apartados, en el bosque, ambos palidísimos y profundamente dormidos.<br />

Pero algo le hizo saber que, si habían tenido alguna incomodidad, se habían <strong>de</strong>sembarazado <strong>de</strong> ella.<br />

Hablaron poco aquella noche a la hora <strong>de</strong> la cena. Tenían un aire humil<strong>de</strong>, y cuando Huck preparó su<br />

pipa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l ágape y se disponía a preparar las <strong>de</strong> ellos, dijeron que no, que no se sentían bien...: alguna<br />

cosa habían comido a mediodía que les había sentado mal.<br />

A eso <strong>de</strong> medianoche Joe se <strong>de</strong>spertó y llamó a los otros. En el aire había una angustiosa pesa<strong>de</strong>z, como<br />

el presagio amenazador <strong>de</strong> algo que se fraguaba en la oscuridad. Los chicos se apiñaron y buscaron la<br />

amigable compañía <strong>de</strong>l fuego, aunque el calor bochornoso <strong>de</strong> la atmósfera era sofocante. Permanecieron<br />

sentados, sin moverse, sobrecogidos, en anhelosa espera. Mas allá <strong>de</strong>l resplandor <strong>de</strong>l fuego todo<br />

<strong>de</strong>saparecía en una negrura absoluta. Una temblorosa claridad <strong>de</strong>jó ver confusamente el follaje por un<br />

instante y se extinguió en seguida. Poco <strong>de</strong>spués vino otra algo más intensa, y otra y otra la siguieron. Se<br />

oyó luego como un débil lamento que suspiraba por entre las ramas <strong>de</strong>l bosque, y los muchachos sintieron<br />

un tenue soplo sobre sus rostros, y se estremecieron imaginando que el Espíritu <strong>de</strong> la noche había pasado<br />

sobre ellos. Hubo una pausa, un resplandor espectral convirtió la noche en día y mostró nítidas y distintas<br />

hasta las más diminutas briznas <strong>de</strong> hierba, y mostró también tres caras lividas y asustadas. Un formidable<br />

trueno fue retumbando por los cielos y se perdió, con sordas repercusiones, en la distancia. Una bocanada<br />

<strong>de</strong> aire frío barrió el bosque agitando el follaje y esparció como copos <strong>de</strong> nieve las cenizas <strong>de</strong>l fuego. Otro<br />

relámpago cegador iluminó la selva, y tras él siguió el estallido <strong>de</strong> un trueno que pareció <strong>de</strong>sgajar las copas<br />

<strong>de</strong> los árboles sobre las cabezas <strong>de</strong> los muchachos. Los tres se abrazaron aterrados, en la <strong>de</strong>nsa oscuridad en<br />

que todo volvió a sumergirse. Gruesas gotas <strong>de</strong> lluvia empezaron a golpear las hojas.<br />

-¡A escape, chicos! ¡A la tienda!<br />

Se irguieron <strong>de</strong> un salto y echaron a correr, tropezando en las raíces y en las lianas, cada uno por su lado.<br />

Un vendaval furioso rugió por entre los árboles sacudiendo y haciendo crujir cuanto encontraba en su<br />

camino. Deslumbrantes relámpagos y truenos ensor<strong>de</strong>cedores se sucedían sin pausa. Y <strong>de</strong>spués cayó una<br />

lluvia torrencial, que el huracán impedía en líquidas sábanas a ras <strong>de</strong>l suelo. Los chicos se llamaban a<br />

gritos, pero los bramidos <strong>de</strong>l viento y el retumbar <strong>de</strong> la tronada, ahogaban por completo sus voces. Sin<br />

embargo, se juntaron al fin y buscaron cobijo bajo la tienda, ateridos, temblando <strong>de</strong> espanto, empapados <strong>de</strong><br />

agua; pero gozosos <strong>de</strong> hallarse en compañía en medio <strong>de</strong> su angustia. No podían hablar por la furia con que<br />

aleteaba la maltrecha vela, aunque otros ruidos lo hubiesen permitido. La tempestad crecía por momentos,<br />

y la vela, <strong>de</strong>sgarrando sus ataduras, marchó volando en la turbonada. Los chicos, cogidos <strong>de</strong> la mano,<br />

huyeron, arañándose y dando tumbos, a guarecerse bajo un gran roble que se erguía a la orilla <strong>de</strong>l río. La<br />

batalla estaba en su punto culminante. Bajo la incesante <strong>de</strong>flagración <strong>de</strong> los relámpagos que flameaban en<br />

el cielo todo se <strong>de</strong>stacaba crudamente y sin sombras; los árboles doblegados, el río ondulante cubierto <strong>de</strong><br />

blancas espumas, que el viento arrebataba, y las in<strong>de</strong>cisas líneas <strong>de</strong> los promontorios y acantilados <strong>de</strong> la<br />

otra orilla, se vislumbraban a ratos a través <strong>de</strong>l agitado velo <strong>de</strong> la oblicua lluvia. A cada momento algún<br />

árbol gigante se rendía en la lucha y se <strong>de</strong>splomaba con estruendosos chasquidos sobre los otros más<br />

jóvenes, y el fragor incesante <strong>de</strong> los truenos culminaba ahora en estallidos repentinos y rápidos, explosiones<br />

que <strong>de</strong>sgarraban el oído y producían in<strong>de</strong>cible espanto. La tempestad realizó un esfuerzo supremo, como si<br />

fuera a hacer la isla pedazos, incendiarla, sumergirla hasta los ápices <strong>de</strong> los árboles, arrancarla <strong>de</strong> su sitio y<br />

aniquilar a todo ser vivo que en ella hubiese, todo a la vez, en el mismo instante. Era una tremenda noche<br />

para pasarla a la intemperie aquellos pobres chiquillos sin hogar.<br />

Este documento ha sido <strong>de</strong>scargado <strong>de</strong><br />

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