Las aventuras de Tom Sawyer
Las aventuras de Tom Sawyer
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los días sacaba <strong>de</strong> su pupitre un libro misterioso y se absorbía en su lectura cuando las tareas <strong>de</strong> la clase se<br />
lo permitían. Guardaba aquel libro bajo llave. No había un solo chicuelo en la escuela que no pereciese <strong>de</strong><br />
ganas <strong>de</strong> echarle una ojeada, pero nunca se les presentó ocasión. Cada chico y cada chica tenía su propia<br />
hipótesis acerca <strong>de</strong> la naturaleza <strong>de</strong> aquel libro; pero no había dos que coincidieran, y no había manera <strong>de</strong><br />
llegar a la verdad <strong>de</strong>l caso. Ocurrió que al pasar Becky junto al pupitre, que estaba inmediato a la puerta,<br />
vio que la llave estaba en la cerradura. Era un instante único. Echó una rápida mirada en <strong>de</strong>rredor: estaba<br />
sola, y en un momento tenía el libro en las manos. El título, en la primera página, nada le dijo: «Anatomía,<br />
por el profesor Fulánez»; así es que pasó más hojas y se encontró con un lindo frontispicio en colores en el<br />
que aparecía una figura humana. En aquel momento una sombra cubrió la página, y <strong>Tom</strong> <strong>Sawyer</strong> entró en<br />
la sala y tuvo un atisbo <strong>de</strong> la estampa. Becky arrebató el libro para cerrarlo, y tuvo la mala suerte <strong>de</strong> rasgar<br />
la página hasta la mitad. Metió el volumen en el pupitre, dio la vuelta a la llave y rompió a llorar <strong>de</strong> enojo y<br />
vergüenza.<br />
-<strong>Tom</strong> <strong>Sawyer</strong>, eres un in<strong>de</strong>cente en venir a espiar lo que una hace y a averiguar lo que está mirando.<br />
-¿Cómo podía yo saber que estabas viendo eso?<br />
-Vergüenza te <strong>de</strong>bía dar, porque bien sabes que vas a acusarme. ¡Qué haré, Dios mío, qué haré! ¡Me van<br />
a pegar y nunca me habían pegado en la escuela!<br />
Después dio una patada en el suelo y dijo:<br />
-¡Pues sé todo lo innoble que quieras! Yo sé una cosa que va a pasar. ¡Te aborrezco! ¡Te odio! -y salió <strong>de</strong><br />
la clase, con una nueva explosión <strong>de</strong> llanto.<br />
<strong>Tom</strong> se quedó inmóvil, un tanto perplejo por aquella arremetida.<br />
-¡Qué raras y qué tontas son las chicas! -se dijo-. ¡Que no la han zurrado nunca en la escuela!... ¡Bah!,<br />
¿qué es una zurra? Chica había <strong>de</strong> ser: son todas tan <strong>de</strong>licaditas y tan miedosas... Por supuesto, que no voy<br />
a <strong>de</strong>cir nada <strong>de</strong> esta tonta a Dobbins, porque hay otros medios <strong>de</strong> que me las pague que no son tan sucios.<br />
¿Qué pasará? Dobbins va a preguntar quién le ha roto el libro. Nadie va a contestar. Entonces hará lo que<br />
hace siempre: preguntar a una por una, y cuando llega a la que lo ha hecho lo sabe sin que se lo diga. A las<br />
chicas se les conoce en la cara. Después le pegará. Becky se ha metido en un mal paso y no le veo salida.<br />
<strong>Tom</strong> reflexionó un rato, y luego añadió: «Pues le está bien. A ella le gustaría verme a mí en el mismo<br />
aprieto: pues que se aguante.»<br />
<strong>Tom</strong> fue a reunirse con sus bulliciosos compañeros. Poco <strong>de</strong>spués llegó el maestro, y empezó la clase.<br />
<strong>Tom</strong> no puso gran atención en el estudio. Cada vez que miraba al lado <strong>de</strong> la sala don<strong>de</strong> estaban las niñas, la<br />
cara <strong>de</strong> Becky le turbaba. Acordándose <strong>de</strong> todo lo ocurrido, no quería compa<strong>de</strong>cerse <strong>de</strong> ella, y sin embargo,<br />
no podía remediarlo. No podía alegrarse sino con una alegría falsa. Ocurrió a poco el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong>l<br />
estropicio en la gramática, y los pensamientos <strong>de</strong> <strong>Tom</strong> tuvieron harto en qué ocuparse con sus propias<br />
cuitas durante un rato. Becky volvió en sí <strong>de</strong> su letargo <strong>de</strong> angustia y mostró gran interés en tal<br />
acontecimiento. Esperaba que <strong>Tom</strong> no podría salir <strong>de</strong>l apuro sólo con negar que él hubiera vertido la tinta,<br />
y tenía razón. La negativa no hizo más que agravar la falta. Becky suponía que iba a gozar con ello, y quiso<br />
conventerse <strong>de</strong> que se alegraba; pero <strong>de</strong>scubrió que no estaba segura <strong>de</strong> que así era. Cuando llegó lo peor,<br />
sintió un vivo impulso <strong>de</strong> levantarse y acusar a Alfredo, pero se contuvo haciendo un esfuerzo, y dijo para<br />
sí: «Él me va a acusar <strong>de</strong> haber roto la estampa. Estoy segura. No diré ni palabra, ni para salvarle la vida.»<br />
<strong>Tom</strong> recibió la azotaina y se volvió a su asiento sin gran tribulación, pues pensó que no era difícil que él<br />
mismo, sin darse cuenta, hubiera vertido la tinta al hacer alguna cabriola. Había negado por pura fórmula y<br />
porque era costumbre, y había persistido en la negativa por cuestión <strong>de</strong> principio.<br />
Transcurrió toda una hora. El maestro daba cabezadas en su trono; el monótono rumor <strong>de</strong>l estudio<br />
incitaba al sueño. Después míster Dobbins se irguió en su asiento, bostezó, abrió el pupitre y alargó la<br />
mano hacia el libro, pero parecía in<strong>de</strong>ciso entre cogerlo o <strong>de</strong>jarlo. La mayor parte <strong>de</strong> los discípulos<br />
levantaron la mirada lánguidamente; pero dos <strong>de</strong> entre ellos seguían los movimientos <strong>de</strong>l maestro con los<br />
ojos fijos, sin pestañear. Míster Dobbins se quedó un rato palpando el libro, distraído, y por fin lo sacó y se<br />
acomodó en la silla para leer.<br />
<strong>Tom</strong> lanzó una mirada a Becky. Había visto una vez un conejo perseguido y acorralado, frente al cañón<br />
<strong>de</strong> una escopeta, que tenía idéntico aspecto. Instantáneamente olvidó su querella. ¡Pronto!, ¡había que hacer<br />
algo y que hacerlo en un relámpago! Pero la misma inminencia <strong>de</strong>l peligro paralizaba su inventiva. ¡Bravo!<br />
¡Tenía una inspiración! Lanzarse <strong>de</strong> un salto, coger el libro y huir por la puerta como un rayo...; pero su<br />
resolución titubeó por un breve instante, y la oportunidad había pasado: el maestro abrió el libro. ¡Si la<br />
perdida ocasión pudiera volver! Pero ya no había remedio para Becky, pensó. Un momento <strong>de</strong>spués el<br />
maestro se irguió amenazador. Todos los ojos se bajaron ante su mirada: había algo en ella que hasta al más<br />
inocente sobrecogía. Hubo un momentáneo silencio; el maestro estaba acumulando su cólera. Después habló:<br />
-¿Quién ha rasgado este libro?<br />
Este documento ha sido <strong>de</strong>scargado <strong>de</strong><br />
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