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EL PLACER DE LA LECTURA<br />
EL CABALLERO<br />
CARMELO<br />
Abraham Valdelomar<br />
I<br />
U<br />
n día, después del desay<strong>un</strong>o, cuando el sol empezaba a ca<strong>le</strong>ntar, vimos<br />
aparecer, desde la reja, en el fondo de la plazo<strong>le</strong>ta, <strong>un</strong> jinete en bellísimo<br />
caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento, sanpedrano pellón de<br />
<strong>se</strong>dosa cabel<strong>le</strong>ra negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a<br />
la casa.<br />
Reconocímos<strong>le</strong>. Era el hermano mayor, que años corridos, volvía. Salimos<br />
atropelladamente gritando:<br />
–¡Roberto! ¡Roberto!<br />
Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla<br />
enredában<strong>se</strong> en las columnas <strong>como</strong> venas en <strong>un</strong> brazo, y descendió en los<br />
de todos nosotros. ¡Cómo <strong>se</strong> regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su<br />
tostada piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada<br />
aún, Roberto recorría las habitaciones rodeado de nosotros; fue a su cuarto,<br />
pasó al comedor, vio los objetos que <strong>se</strong> habían comprado durante su au<strong>se</strong>ncia<br />
y l<strong>le</strong>gó al jardín:<br />
–¿Y la higuerilla? – dijo:<br />
Buscaba, entristecido, aquel árbol cuya <strong>se</strong>milla <strong>se</strong>mbrara él mismo antes de<br />
partir. Reímos todos:<br />
CABALLERO CARMELO<br />
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