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–¡Qué crueldad! –dijo mi madre.<br />
Lloraban mis hermanas, y la más pequeña, Jesús, me dijo en <strong>se</strong>creto, antes<br />
de salir:<br />
–Oye, anda j<strong>un</strong>to con él... Cuídalo... ¡Pobrecito!...<br />
LIevó<strong>se</strong> la mano a los ojos, echó<strong>se</strong> a llorar y yo salí precipitadamente y hube<br />
de correr <strong>un</strong>as cuadras para poder alcanzarlos.<br />
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V<br />
L<strong>le</strong>gamos a San Andrés. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas<br />
agitában<strong>se</strong> sobre las casas por el día de la Patria, que allí sabían ce<strong>le</strong>brar<br />
con <strong>un</strong>a gran jugada de gallos a la que solían ir todos los hacendados y<br />
ricos hombres del val<strong>le</strong>. En ventorrillos, a cuya entrada había arcos de<br />
sauce envueltos en colgaduras, y de los cua<strong>le</strong>s pendían a<strong>le</strong>gres quitasueños<br />
de cristal, vendían chicha de bonito, butifarras, pescado fresco asado en<br />
brasas y anegado en cebollones y vinagre. El pueblo los invadía, parlanchín<br />
y endomingado con sus mejores trajes. Los hombres de mar lucían cami<strong>se</strong>tas<br />
nuevas de horizonta<strong>le</strong>s franjas rojas y blancas, sombreros de j<strong>un</strong>co, alpargatas<br />
y pañuelos anudados al cuello.<br />
Nos encaminamos a la cancha. Una frondosa higuera daba acceso al circo,<br />
bajo sus ramas enarcadas. Mi padre, rodeado de alg<strong>un</strong>os amigos, <strong>se</strong> instaló.<br />
Al frente estaba el juez y a su derecha el dueño del paladín Aji<strong>se</strong>co. Sonó <strong>un</strong>a<br />
campanilla, a<strong>como</strong>dáron<strong>se</strong> las gentes y empezó la fiesta. Salieron por lugares<br />
opuestos dos hombres, l<strong>le</strong>vando cada <strong>un</strong>o <strong>un</strong> gallo. Lanzáronlos al ruedo con<br />
singular ademán. Brillaron las cuchillas, miráron<strong>se</strong> los adversarios, dos gallos<br />
de débil contextura, y <strong>un</strong>o de ellos cantó. Colérico respondió el otro echándo<strong>se</strong><br />
al medio circo; miráron<strong>se</strong> fijamente; alargaron los cuellos, erizadas las plumas,<br />
y <strong>se</strong> acometieron. Hubo ruido de alas, plumas que volaron, gritos de la<br />
muchedumbre, y a los pocos <strong>se</strong>g<strong>un</strong>dos de jadeante lucha, cayó <strong>un</strong>o de ellos.<br />
Su cabecita afilada y roja, besó el suelo, y la voz del juez:<br />
–¡Ha enterrado el pico, <strong>se</strong>ñores!<br />
Batió las alas el vencedor. Aplaudió la multitud enardecida, y ambos gallos,<br />
sangrando, fueron sacados del ruedo. La primera jornada había terminado.<br />
Ahora entraba el nuestro: el Cabal<strong>le</strong>ro Carmelo. Un rumor de expectación<br />
vibró en el circo:<br />
CABALLERO CARMELO<br />
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