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concurso - como se le un cuento

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IV<br />

Esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de <strong>un</strong><br />

hidalgo altivo, cabal<strong>le</strong>roso, justiciero y prudente. Agallas bermejas, delgada<br />

cresta de encendido color, ojos vivos y redondos, mirada fiera y perdonadora,<br />

acerado pico agudo. La cola hacía <strong>un</strong> arco de plumas tornaso<strong>le</strong>s, su cuerpo<br />

de color carmelo avanzaba en el pecho audaz y duro. Las piernas fuertes<br />

que estacas musulmanas y agudas defendían, cubiertas de escamas, parecían<br />

las de <strong>un</strong> armado cabal<strong>le</strong>ro medioeval.<br />

Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado<br />

<strong>un</strong>a apuesta para la jugada de gallos de San Andrés, el 28 de julio. No había<br />

podido evitarlo. Le habían dicho que el Carmelo, cuyo prestigio era mayor<br />

que el del alcalde, no era <strong>un</strong> gallo de raza. Mo<strong>le</strong>stó<strong>se</strong> mi padre. Cambiáron<strong>se</strong><br />

fra<strong>se</strong>s y apuestas; y aceptó. Dentro de <strong>un</strong> mes toparía el Carmelo con el<br />

Aji<strong>se</strong>co de otro aficionado, famoso gallo vencedor, <strong>como</strong> el nuestro, en<br />

muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con prof<strong>un</strong>do dolor.<br />

El Carmelo iría a <strong>un</strong> combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con <strong>un</strong><br />

gallo más fuerte y más joven. Hacía ya tres años que estaba en casa, había<br />

él envejecido mientras crecíamos nosotros, ¿por qué aquella crueldad de<br />

hacerlo pe<strong>le</strong>ar? ...<br />

L<strong>le</strong>gó el terrib<strong>le</strong> día. Todos en casa estábamos tristes. Un hombre había<br />

venido <strong>se</strong>is días <strong>se</strong>guidos a preparar al Carmelo. A nosotros ya no nos<br />

permitían ni verlo. El día 28 de julio, por la tarde, vino el preparador y de<br />

<strong>un</strong>a caja l<strong>le</strong>na de algodones sacó <strong>un</strong>a medial<strong>un</strong>a de acero con <strong>un</strong>as pequeñas<br />

correas: era la navaja, la espada del soldado. El hombre la limpiaba,<br />

probándola en la uña, delante de mi padre. A los pocos minutos, en si<strong>le</strong>ncio,<br />

con <strong>un</strong>a calma trágica, sacaron al gallo que el hombre cargó en sus brazos<br />

<strong>como</strong> a <strong>un</strong> niño. Un criado l<strong>le</strong>vaba la cuchilla y mis dos hermanos <strong>le</strong><br />

acompañaron.<br />

–¡Qué crueldad! –dijo mi madre.<br />

CABALLERO CARMELO<br />

Página 9

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