Leer el primer capÃtulo - Quelibroleo
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EL CUADERNO DE MAYA © 2011, ISABEL ALLENDE 34<br />
sabiduría, intuición, poder psíquico, visión futurística. Ésas eran las<br />
únicas oportunidades en que mi Nini entraba al escritorio, en cambio yo<br />
tenía libre acceso y hasta disponía de mi propia silla y un rincón de la<br />
mesa para hacer mis tareas, acompañada por jazz suave y <strong>el</strong> olor a<br />
tabaco de la pipa.<br />
Según mi Popo, <strong>el</strong> sistema educativo oficial pasma <strong>el</strong> desarrollo<br />
d<strong>el</strong> int<strong>el</strong>ecto; a los maestros hay que respetarlos, pero hacerles poco<br />
caso. Decía que Da Vinci, Galileo, Einstein y Darwin, por mencionar sólo<br />
a cuatro genios de la cultura occidental, ya que ha habido muchos otros,<br />
como los filósofos y matemáticos árabes, Avicena y Al‐Khwarizmi,<br />
cuestionaron <strong>el</strong> conocimiento de su época. Si hubieran aceptado las<br />
estupideces que les enseñaban sus mayores, no habrían inventado ni<br />
descubierto nada. “Tu nieta no es ningún Avicena y si no estudia tendrá<br />
que ganarse la vida friendo hamburguesas,” le rebatía mi Nini. Pero yo<br />
tenía otros planes, quería ser futbolista, ésos ganan millones. “Son<br />
hombres, chiquilla tonta ¿Conoces alguna mujer que gane millones?”<br />
alegaba mi abu<strong>el</strong>a y enseguida me soltaba un discurso de agravio, que<br />
comenzaba en <strong>el</strong> terreno d<strong>el</strong> feminismo y derivaba hacia <strong>el</strong> de la justicia<br />
social, para concluir que por jugar fútbol yo terminaría con las piernas<br />
p<strong>el</strong>udas. Después, en un aparte, mi abu<strong>el</strong>o me explicaba que <strong>el</strong> deporte<br />
no causa hirsutismo, sino los genes y las hormonas.<br />
Durante mis <strong>primer</strong>os años dormí con mi abu<strong>el</strong>os, al comienzo<br />
entre los dos y después en un saco de dormir, que manteníamos debajo<br />
de la cama y cuya existencia los tres fingíamos ignorar. En la noche mi<br />
Popo me llevaba a la torre a examinar <strong>el</strong> espacio infinito sembrado de<br />
luces, así aprendí a distinguir las estr<strong>el</strong>las azules que se acercan y las<br />
rojas que se alejan, los cúmulos de galaxias y los supercúmulos,<br />
estructuras aún más inmensas, de las cuales hay millones. Me explicaba<br />
que <strong>el</strong> Sol es una estr<strong>el</strong>la pequeña entre cien millones de estr<strong>el</strong>las en la<br />
Vía Láctea y que seguramente había millones de otros universos además<br />
d<strong>el</strong> que ahora podemos vislumbrar. “O sea, Popo, somos menos que un<br />
suspiro de piojo”, era mi conclusión lógica. “¿No te parece fantástico,<br />
Maya, que estos suspiros de piojos podamos concebir <strong>el</strong> prodigio d<strong>el</strong><br />
universo? Un astrónomo necesita más imaginación poética que sentido<br />
común, porque la magnífica complejidad d<strong>el</strong> universo no puede medirse<br />
ni explicarse, sólo puede intuirse.” Me hablaba d<strong>el</strong> gas y d<strong>el</strong> polvo<br />
est<strong>el</strong>ar que forman las b<strong>el</strong>lísimas nebulosas, verdaderas obras de arte,<br />
brochazos intrincados de colores magníficos en <strong>el</strong> firmamento, de cómo<br />
nacen y mueren las estr<strong>el</strong>las, de los hoyos negros, d<strong>el</strong> espacio y d<strong>el</strong><br />
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