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Francisco Mares
mares.paco@gmail.com
FPacomares
Manuel Sánchez
Este tradicional punto
de León pierde el brillo
de otros tiempos
La Franco Inglesa en la calle Hidalgo, insuficiente, envió a
uno de sus grupos de tercero de secundaria a la escuela de
las chicas, en Aquiles Serdán y Lerdo de Tejada –que fue el
sanatorio del “cuero pintado”, recordaba mi madre.
El paraíso en la tierra. Bueno, no, porque el padre Ferreyra
decidió su acomodo en un aula en la azotea, donde moraban
dos bóxers temibles, “el Dick” y “la Jaqueline” que protestaron
convivir con los intrusos.
En esa misma casona escurrió la prepa y en el último tramo,
apareció ella.
Irma, llámase. Espero. Todas las noches, de lunes a viernes,
caminábamos de la vieja escuela a su casa en una de las
calles de la colonia Obrera. En la ruta, una mancha en la oscuridad,
enorme. Un bosque de tentáculos y murmullos, una
escala obligada aquella en alguna de las jardineras del Parque
Hidalgo. Un ratito. Más nervios que pasión. Había bultos que
reptaban, de dos en dos, entre los matorrales. “Ya vámonos”.
Así hasta el fin del ciclo. De ambos ciclos.
Ahí mismo, por ejemplo, finiquitado el acto académico en
el auditorio del IMSS, una lunada inolvidable de tragos y churros.
Teníamos 17 años. Agonizaban los 70.
El Hidalgo es el parque más antiguo de León. Fue Inaugurado
en 1883, por el gobernador Manuel González quien,
magnánimo, incluso le cedió su nombre. En el amanecer fue la
imagen viva de un espejismo: árboles incontables e inmensos
y veneros de agua cristalina. El Paseo del Canal pasó a ser el
“Parque Manuel González”. Se le proveyó de fuentes públicas
para el disfrute y el aprovechamiento de los ciudadanos.
Los depósitos originales para el almacenamiento y la irrigación,
quedaron en desuso y se extinguieron. Desde entonces,
comenzó a morir.
Es un parque emblemático. Fue ahí el martes 1 de enero
de 1946, que el régimen ensayó lo que haría en la plaza, al día
siguiente:
- “El mitin de protesta que el pueblo realizaba ayer (…) fue
disuelto por medio de la fuerza. Las tropas federales atacaron
a la multitud reunida en el Parque Hidalgo a caballazos y
bayonetazos. El Coronel Comandante Jefe del Estado Mayor
de la zona, amagó con ametralladora en mano al pueblo…”
(Desplegado “La noche que los ángeles lloraron”, firmado por
Ricardo Hernández S., presidente de la Unión Cívica Leonesa,
y distribuido antes de la represión.)
Y es un parque para recordar. El domingo 1 de octubre
de 1989, el Parque Hidalgo hospedó uno de los hechos más
vergonzosos de la larga noche del panismo en el gobierno de
León. La golpiza y el arresto a los reporteros Federico Velio,
Israel López, Leopoldo Navarro y Moisés Cervantes, que cubrían
un concierto de rock en la concha acústica y fueron un
obstáculo a la represión. De risa loca, se les acusó de sedición,
resistencia de particulares, incitación a la comisión de un delito
y lesiones. Carlos Medina, se queda en la historia como el único
alcalde con una manifestación de protesta de los periodistas,
en la plaza principal de la ciudad.
Hoy el Parque Hidalgo es un jardín triste como las amigas
de García Márquez, que deambulan en su esquina oriente;
triste, en sus juegos infantiles antiquísimos en siembra fallida
sobre la tierra suelta, condicionados al pago de tres pesos por
niño; triste, en la concha acústica desgarrada por el vandalismo,
en la que ahora resuenan los chillidos de los críos que acompañan
a sus madres en la fila de las “Oportunidades”; triste, en los
ancianos que dormitan en una silla de ruedas, en la premura
DE TEMPORADA 15