KARL BARTH - Escritura y Verdad
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Bosquejo De Dogmática<br />
La criatura incomprensible para et hombre es el cielo, y la criatura comprensible es la<br />
tierra. Con esta fórmula me adhiero a la explicación de los cielos y la tierra ofrecida en el símbolo<br />
Niceno-Constantinopolitano, que dice: visibilia et invisibilia.<br />
Por mi parte, intento repetir ese "visible" e "invisible" con los términos "comprensible" e<br />
"incomprensible". Al hablar la Biblia (a cuyo uso del lenguaje nos atenemos aquí) de los cielos,<br />
no entiende por ellos lo que nosotros solemos llamar el cielo, o sea, el cielo atmosférico o<br />
estratosférico, sino una realidad creada, que supera sencillamente a ese "cielo". En la antigüedad,<br />
sobre todo en el Oriente Anterior, se imaginaba el mundo visible como una gran campana,<br />
denominada firmamento. Este constituye, a nuestro parecer, el principio del cielo, por así decirlo;<br />
una realidad, pues, invisible. Por encima del cielo no existe sino un océano enorme, y la tierra<br />
separa a ambos. Por encima de ese océano está el tercer cielo, el verdadero, que forma el trono de<br />
Dios. Digo todo esto, únicamente, para indicar cuál es la imagen del cielo y del mundo, que<br />
existe como fundamento del concepto bíblico de los cielos. Se trata de una realidad enfrentada<br />
con el hombre y mayor que él, pero de una realidad creada. Todo ese Más Allá que se escapa al<br />
poder del hombre y que se le enfrenta, en parte amenazador y en parte glorioso, no debe ser<br />
confundido con Dios. Con haber llegado a lo incomprensible, no hemos llegado al mismo tiempo<br />
hasta Dios, sino únicamente hasta el cielo. Si pretendiésemos llamar Dios a esa realidad<br />
incomprensible, practicaríamos la misma adoración de la criatura que también practica el<br />
"primitivo", como suele llamársele al que adora al sol. Son muchos los filósofos culpables de<br />
semejante adoración. El límite de nuestra comprensión no es la frontera que nos separa de Dios,<br />
sino solamente la frontera que el Credo denomina: límite de los cielos y la tierra. Dentro del<br />
círculo de la creación existe esa realidad que para nosotros es un puro misterio: la realidad<br />
celestial. Esto, a su vez, no tiene nada en común con Dios, pero tiene mucho que ver con la<br />
criatura creada por Dios. Nosotros también estamos ante un misterio incomprensible, ante las<br />
profundidades del "ser", que siempre nos asustan y alegran. ¡Ya tenían razón los filósofos Y<br />
literatos que hablaron y cantaron ese misterio! Asimismo, podemos reconocer como cristianos (la<br />
existencia tiene sus profundidades y sus alturas) que ya en este mundo nos hallamos rodeados de<br />
misterios de toda clase, ¡y bienaventurado el hombre que sabe que hay más en los cielos y en la<br />
tierra de lo que toda la sabiduría escolar haya podido soñar siquiera! La creación misma tiene un<br />
componente celestial en lo más alto, mas tal componente no ha de ser tenido, ni reverenciado<br />
como divino. Vivimos en un mundo que posee ese componente celestial, si bien por éste nos<br />
recuerda de modo simbólico la realidad completamente distinta del cielo que vemos sobre<br />
nosotros, la realidad supercelestial, o sea, al Creador de los cielos y de la tierra, pero tengamos<br />
cuidado de no confundir el símbolo con la cosa misma.<br />
Frente a la criatura superior se encuentra la inferior: la tierra. La tierra es el compendio de<br />
lo creado y comprensible para nosotros: La criatura dentro de los límites entre los cuales nosotros<br />
podemos ver, oír, sentir, pensar y mirar. Todo cuanto se halla dentro del campo de nuestra<br />
posibilidad humana intelectual y asimismo todo lo que podamos comprender por medio de la<br />
intuición, siempre será tierra, según el concepto del Credo. A la tierra pertenece, por<br />
consiguiente, incluso aquello que los filósofos denominan el mundo de la razón o de las ideas. Y<br />
es que también en este mundo inferior existen nuevamente diferencias entre lo sensorial y lo<br />
intelectual, las cuales son diferencias dentro del mundo terrenal. En éste es donde el hombre tiene<br />
su origen: "Dios tomó al hombre de la tierra...” El mundo del hombre, el espacio destinado a su<br />
existencia y su historia, y así también el fin natural del hombre ("En polvo has de convertirte"),<br />
todo eso constituye la tierra. Si el hombre, sin embargo, tiene, además, otro origen que el terrenal<br />
y otro fin que el de convertirse nuevamente en polvo, ello se debe a la realidad de la alianza entre<br />
Dios y el hombre.<br />
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