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Descargar Texto - Memoria Digital de Lanzarote

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salían caña al hombre con las primeras luces <strong>de</strong>l alba y hasta el<br />

oscurecer se prolongaba la faena. Aquéllos trabajaban si acaso seis<br />

horas, ocho horas a lo más; pertenecían al gremio <strong>de</strong> los privilegiados.<br />

Estos tenían que batallar <strong>de</strong> sol a sol, o sea <strong>de</strong> doce a<br />

catorce horas si querían cubrir un jornal mínimo digno que les<br />

permitiera vivir sin hambres; eran los <strong>de</strong>sventurados, los miserables,<br />

los indigentes, como lo era Isidro «el Torto».<br />

Y una tar<strong>de</strong>, una <strong>de</strong> esas tar<strong>de</strong>s plácidas <strong>de</strong>l verano en que<br />

Arrecife parece encogerse sobre sí mismo en el marco <strong>de</strong> una<br />

tarjeta postal (Puente <strong>de</strong> las Bolas, Castillo, arrecifes rocosos y<br />

gaviotas), una <strong>de</strong> esas tar<strong>de</strong>s en que se contempla incendiado el<br />

horizonte marino con la caída <strong>de</strong>l sol y resplan<strong>de</strong>ciente <strong>de</strong> azul<br />

profundo el cielo ribereño, como si hubiera sido una pincelada<br />

propicia para vivificar el paisaje, se ve a un cura que camina por<br />

la senda <strong>de</strong> los puentes hacia el muelle. El negro <strong>de</strong> la sotana resalta<br />

en la transparencia <strong>de</strong> la placi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Don Matías<br />

se llamaba el cura, párroco <strong>de</strong> la ciudad, y don Matías acostumbraba<br />

ir leyendo el periódico en sus vespertinos paseos porteños,<br />

abstraído a veces en la lectura, como ésta en que leyendo y caminando<br />

no se apercibe <strong>de</strong> que va llegando al final <strong>de</strong>l espigón y<br />

sigue caminando y se manda <strong>de</strong> cabeza al mar.<br />

Antes <strong>de</strong> dar don Matías el taponazo contra las olas, ya Isidro<br />

«el Torto», que pescaba en la misma punta <strong>de</strong>l muelle asocado<br />

por atrás <strong>de</strong> la farola, se había percatado e, instintivamente, había<br />

levantado la caña. Y con la caña levantada Isidro mira <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

arriba a don Matías que bracea y lucha por mantenerse a flote y<br />

muy correctamente, como siempre hacía cuando se lo tropezaba<br />

en la calle, lo saluda: «¿Qué tal, cómo le va, don Matías»<br />

Al principio, mientras la sotana no se empapó <strong>de</strong>l todo, don<br />

Matías se mantuvo a flote; pero al rato empezó a hundirse y<br />

fue cuando se entabló el siguiente diálogo:<br />

CURA (gritando).—¡Échame la caña, Isidro, por el amor <strong>de</strong><br />

Dios!<br />

ISIDRO.—No, don Matías, que me la parte.<br />

CURA.—¡Yo te la pago, si se parte; te pago el doble <strong>de</strong> lo que<br />

vale!<br />

ISIDRO.—No, yo no quiero que me pague nada y no me intere-<br />

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