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Descargar Texto - Memoria Digital de Lanzarote

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—Treinta mil pesetas, señor, treinta mil, y si le parece algo<br />

caro yo puedo correr con los gastos <strong>de</strong> escritura...<br />

El inglés, que había remirado la casita y los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong>tenidamente,<br />

con su castellano entrecortado y resbaladizo, habló,<br />

poniendo al tiempo su mano <strong>de</strong>recha cariñosamente sobre ej<br />

hombro escorado <strong>de</strong>l hombre:<br />

—No, amigo mío, no le daré treinta mil pesetas por la casa<br />

porque es injusto. Yo le voy a dar lo justo, lo que creo que la<br />

casa vale. Para mí, en Inglaterra como aquí y en otro lado, esa<br />

casa vale treinta mil duros, y eso es lo que estoy dispuesto a darle<br />

ahora mismo, ni más ni menos.<br />

Después <strong>de</strong> realizada la operación <strong>de</strong> venta, a los siete días<br />

el labriego se murió. Nada más coger el dinero empezó a contarlo:<br />

treinta mil duros, ciento cincuenta mil pesetas. Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

contarlo una vez lo contó otra vez. Y los ojos se le fueron haciendo,<br />

al acabar <strong>de</strong> contar los billetes pasándolos <strong>de</strong> una mano a la<br />

otra, cada vez más gran<strong>de</strong>s. Y así estuvo los siete días con sus<br />

noches, contando el dinero sin <strong>de</strong>scansar una y otra vez, hasta<br />

que se le saltaron los ojos <strong>de</strong> la cara y se murió.<br />

Repito que lo que he hecho en este escrito es transcribir. Saquen<br />

uste<strong>de</strong>s ahora cada cual su conclusión.<br />

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