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Historias de Navidad<br />

Colegio de Palacio de la Sagra. Chapinería (Madrid)<br />

El día de Nochebuena de 1955 fue algo especial en el<br />

colegio. Por la tarde no hubo clases y asistimos a un partido<br />

de fútbol entre el equipo del pueblo y el del colegio. Al<br />

terminar el partido, el señor alcalde entregó el trofeo; después,<br />

las niñas completaron la tarde con una demostración<br />

de coros y danzas populares: jotas, sevillanas, malagueñas,<br />

etc. La cena fue algo excepcional, un menú especial que<br />

culminaba con unos postres buenísimos confeccionados<br />

por las monjas del centro.<br />

Después de cenar, la madre superiora me llamó y me<br />

dijo que esa noche la Misa del Gallo se iba a celebrar en<br />

la capilla del colegio y no en la iglesia del pueblo, como<br />

era costumbre, y que mi compañero Anselmo y yo oficiaríamos<br />

una vez más de monaguillos en aquella ceremonia<br />

cristiana. Nos llevó hasta la sacristía y nos dio las instrucciones<br />

de todo lo que debíamos realizar: tocar la campana<br />

de la iglesia del pueblo, mantener la bandeja en el sitio<br />

apropiado en el besa pies del Niño Jesús y ayudar a las personas<br />

mayores que no pudiesen levantarse del reclinatorio<br />

al arrodillarse para dar el beso.<br />

Nos pusimos un traje de monaguillo de terciopelo, todo<br />

blanco, y preparamos las jarritas del vino y del agua para<br />

la misa (qué bueno estaba el vino del cura, era una mezcla<br />

de moscatel y Cream). Luego nos fuimos a reunirnos con<br />

el resto de escolares al salón de actos para esperar la hora<br />

de la misa cantando villancicos y acompañando con panderetas<br />

y zambombas. Los demás golpeábamos cucharas<br />

entre sí, lo que producía en sonido que armonizaba con<br />

las panderetas.<br />

A las once y media de la noche, los dos monaguillos<br />

salimos del colegio y entramos en la iglesia, situada al otro<br />

lado de la plaza. Braulio, el sacristán, nos estaba esperando.<br />

Una vez dentro, fuimos hasta la escalera que subía hasta la<br />

torre, miramos hacia arriba por el hueco libre y cogimos<br />

cada uno una de las sogas que bajaban desde el campanario<br />

y comenzamos a tirar con fuerza de ellas. Las cuerdas<br />

nos levantaban del suelo a cada vuelta de las campanas. No<br />

hacíamos ningún esfuerzo, la inercia del movimiento nos<br />

hacía subir y bajar durante los tres minutos que tardaba<br />

cada toque: el primero, a las once y media; el segundo a<br />

las doce menos cuarto y el tercero a las doce en punto.<br />

Casi todo el pueblo acudió a la misa del colegio. Como no<br />

cabían todos, abrieron las puertas de la capilla, que comunicaba<br />

con el salón de actos, y se habilitaron bancos y sillas<br />

para los asistentes.<br />

La misa comenzó y continuó su curso en latín hasta el<br />

“Ite misa est” final. En ese momento, el cura bajó hasta el<br />

reclinatorio central con el Niño Jesús en las manos y el<br />

Coro del colegio comenzó a cantar los villancicos. El alcalde,<br />

don Juan, fue el primero que se arrodilló para besar<br />

los pies del Niño; luego se levantó, dejó un billete de 25<br />

pesetas en la bandeja dorada que yo mantenía a su derecha<br />

y se fue a su asiento. Al instante se formó una fila y todos<br />

los asistentes imitaron a su alcalde. Unos ponían un billete<br />

de cinco pesetas, otros solamente dos pesetas, una peseta,<br />

veinte… Nadie superaba al alcalde. Mi compañero y yo<br />

llevábamos la cuenta de quiénes eran los que más habían<br />

dado: el boticario, el zapatero, el de los ultramarinos Casa<br />

Duque, los maestros del colegio público, los guardias, etc.<br />

Una ancianita dejó un billete en la bandeja y se le cayó<br />

otro al suelo: ella no se dio cuenta y cuando se fue me agaché<br />

y lo recogí. Me lo guardé en la mano y con disimulo<br />

lo metí en el bolsillo de mi sotanita. Miré si alguien me<br />

había visto, pero todos estaban pendientes del avance de la<br />

fila. Además, donde yo estaba la luz era escasa, sólo estaba<br />

iluminado el altar mayor con una docena de cirios. Estaba<br />

seguro de que nadie me había visto, pero los ojos del Niño<br />

Jesús parecían decirme lo contrario. Me miraba fijamente,<br />

con las manos extendidas y una sonrisa en la boca. Me<br />

avergoncé de lo que había hecho y saqué el billete del bolsillo<br />

y lo puse en la bandeja. Entonces vi con horror que la<br />

Superiora me estaba observando y me había visto devolver<br />

el dinero. Pensé que ya estaba listo, que al día siguiente<br />

sería expulsado del centro. Me puse muy nervioso, tanto<br />

que la bandeja temblaba en mis manos. Respiré con alivio<br />

cuando la fila llegó a su fin y me pude volver de espaldas<br />

a todo el mundo. No podía sostener la mirada de la Superiora.<br />

La misa terminó y el sacerdote cogió el cáliz y salimos<br />

los tres hacia la sacristía. Una vez dentro, fuimos separando<br />

los billetes según su valor, y contando las monedas.<br />

Acabado el recuento, el cura le dio un duro a mi compañero<br />

y otro a mí, y nos quitamos el traje. Luego nos fuimos a<br />

nuestros dormitorios. En el reloj del pasillo pasaban algunos<br />

minutos de las dos y todos los compañeros estaban ya<br />

acostados cuando llegamos.<br />

Al día siguiente, cuando estábamos desayunando en el<br />

comedor, llegó la madre superiora y nos pidió un momento<br />

de atención. Todos callamos. Ella me ordenó que me<br />

levantase y fuese a su lado; yo obedecí, muerto de miedo.<br />

Entonces dijo:<br />

«Quiero que miréis a Juan un momento. Anoche sacó<br />

de su bolsillo el poco dinero que tenía y se lo entregó al<br />

Niño Jesús. Ese dinero se lo había dado su familia para<br />

otras cosas, sin duda, y él prefirió donarlo. Nos dio un gran<br />

ejemplo de solidaridad. Demos un aplauso a nuestro compañero».<br />

Y todos aplaudieron.<br />

¡Yo no salía de mi asombro! Me puse muy colorado<br />

mientras todos me miraban y aplaudían. Entonces recordé<br />

la sonrisa del Niño Santo. Parecía un milagro: ¡Apenas había<br />

nacido y ya me había perdonado! ¡Cosas de la Navidad!<br />

Del libro “Cuentos de la vida”. Registro de la Propiedad<br />

Intelectual de la Junta de Andalucía<br />

Pág. 90 Pág. 91<br />

Juan PAN GARCIA<br />

(España)<br />

Recuerdo vagamente que descendíamos en fila india del barco,<br />

nos proponíamos visitar unas termas romanas, seguramente<br />

resbalé entre los restos de aquellas ruinas. La verdad,<br />

no sé qué ocurrió, sólo sentí dolor, un golpe muy fuerte, seco,<br />

de esos que no esperas, como si alguien te hubiera arreado a<br />

traición por la espalda. Cuando logro espabilarme noto silencio,<br />

silencio y oscuridad a mí alrededor. Comienzo a abrir los<br />

ojos mientras repito mi nombre en voz baja, entonces me doy<br />

cuenta de que no me falla la visión, la luz es minima, parpadeo<br />

varias veces para que las pupilas se acostumbren al lugar,<br />

apenas distingo unas sombras. Comienzo a sentir el entumecimiento<br />

de mis extremidades, siento que me encuentro<br />

tendida sobre el suelo, quizás una madera, nada parecido a la<br />

confortable litera de un camarote. Me incorporo lentamente<br />

mientras mi mano derecha palpa mi dolorida cabeza, el chichón<br />

que sobresale de ella es considerable, ¡menudo tamaño!<br />

Me pongo de pie cuando localizo una abertura, un pequeño<br />

ventanuco, esté donde esté, observo un maravilloso cielo poblado<br />

de estrellas. Era de noche, ¿cuánto tiempo había pasado<br />

¿Dónde estaba la gente que me acompañaba ¿El guía Y<br />

sobre todo… ¿Dónde puñetas me encontraba No había asomo<br />

de luz artificial alguna, en ese mismo instante la puerta se<br />

abrió de improviso, la estancia cobró algo de vida con el pobre<br />

reflejo de una vela.<br />

-Hola extranjera.- me habló, una chica de edad similar a<br />

la mía. Yo no sabía si reírme, estaba claro que era una broma,<br />

pero, jolines, no hacía falta que me atizaran en la cabeza- ¿Te<br />

apetece comer algo –pregunta.<br />

-¿Dónde están los demás-pregunto yo.<br />

-¿Los demás-repite la chica, mientras alarga un trozo de<br />

pan a mi mano-¿De dónde eres Por tus ropas, se diría que<br />

procedes de las tierras altas del norte. Nunca viajé más allá del<br />

monte sagrado.<br />

¡Mis ropas! ¿Qué le pasan a mis ropas seguro que esta mujer<br />

es actriz, ella si que viste raro, bueno, raro no, lleva la indumentaria<br />

típica de una mujer romana.<br />

-Vale, ya está bien, tu interpretación es de primera, la broma<br />

genial, casi que me lo creo, pero tengo que irme, he de coger<br />

el barco.<br />

-¿Broma, barco<br />

- Sí, broma, barco, deja de repetir lo que digo.<br />

El asombro de la chica iba en aumento, desde luego era una<br />

magnifica actriz<br />

-No entiendo nada-me dijo- Ven- a continuación agarró<br />

mi brazo, era menuda pero fuerte, no me quedó más remedio<br />

que seguirla-Te llevaré frente a mi señor, el sabrá que hacer.<br />

Yo sonreí, ahora era el turno de pasar a otra sala, una sala,<br />

donde mis compañeros de viaje me gritarían todos al unísono<br />

“SORPRESA” y nos reiríamos durante un buen rato.<br />

El pasillo estaba lleno de antorchas, el decorado era de museo.<br />

Se habían tomado muy en serio la caracterización del lugar.<br />

Nos cruzamos con más gente, personas que me miraban de<br />

forma extraña<br />

-Espera aquí- me dice la chica, yo frené en seco, mientras<br />

abría una puerta y se colaba por ella. En la otra parte de la es-<br />

Una de romanos<br />

tancia se distinguía una figura masculina. La silueta se levantó<br />

de lo que parecía un trono y caminó hacía mí<br />

- Acércate, mujer- me ordena, mientras avanza, yo entré,<br />

pero no porque el hombre lo pedía, entré porque empezaba<br />

a cansarme del jueguecito. El siguió en su papel, con descaro<br />

me repasaba de arriba a bajo, yo actué de igual forma, si le parecían<br />

raras mis ropas a mí me lo parecían las suyas. El hombre<br />

llevaba una especie de túnica corta, a medio muslo, sujeta<br />

al hombro por un pasador en forma de lagarto, sus sandalias<br />

iban anudadas hasta las rodillas- ¿Quién eres - se interesó.<br />

-Soy Andrea, y ¿tú<br />

-Muestra más respeto- grita la chica, que me había conducido<br />

hasta allí. Que me gritara no fue lo que me produjo<br />

malestar, fue el empujó que acompañó al grito y que utilizó<br />

para tirarme al suelo<br />

-Ya está bien- me quejo, poniéndome en pie- Me duele la<br />

cabeza, quiero regresar al barco.-grito más fuerte.<br />

-Esta noche dormirás conmigo- ordena el romano, yo solté<br />

la carcajada, lo que faltaba. Inesperadamente volví a sentir ese<br />

fuerte golpe en la parte trasera de mi cabeza. También noté<br />

varias manos que me elevaban en peso. Comencé a parpadear,<br />

pero la luz era tan fuerte que me impedía fijar la vista en<br />

algo concreto.<br />

- Bienvenida-me dicen<br />

-Me des la bienvenida o no, no pienso acostarme contigosuelto<br />

yo, algunas toses mezcladas con risas hicieron que mis<br />

ojos se abrieran como platos.<br />

-Como me alegro de verla despierta-dice el medico del barco,<br />

el tono burlón me situó de inmediato, yo me moría de vergüenza,<br />

que situación más bochornosa- Se ha dado un fuerte<br />

golpe en la cabeza-Prosigue explicando, con la sonrisa puesta<br />

en la boca- Todo está bien, aunque durante algún tiempo tendrá<br />

un chichón como recuerdo.<br />

¿Cómo recuerdo Retumba en mi pensamiento, mi cabeza es<br />

un enjambre, ¿dónde está la chica ¿Dónde estaba el romano<br />

que quería acostarse conmigo obviamente me encontraba en<br />

el barco<br />

-Se ha perdido la visita a las termas.<br />

Miré fijamente al médico y le sonreí, creo que la única persona<br />

que visitó las termas de verdad fui yo, pero mejor callaba<br />

la experiencia, fuera como fuese me alegraba de estar nuevamente<br />

en mi época.<br />

Lola GUTIÉRREZ,<br />

Escritora (España)

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