Orquesta Nacional de Francia Daniele Gatti director - Festival ...

de Mi mayor y menor, es una pieza de bravura con sus insistentes y típicos
aldabonazos de entrada, seguidos del tema del destino, un movedizo Allegro
agitato. La acariciadora frase de los violines alude a la dulce personalidad
de Leonora. La obertura concluye, tras un desarrollo y una reexposición
sonatísticos, a plena presión.
Para abrir boca tras el descanso, se nos ofrece la obertura de Tannhäuser,
que trata un tema medieval conocido por Wagner en París en 1841. En la
página se dan cita los dos polos entre los que vive el caballero,
representante del hombre fáustico del medioevo. El primero viene dado por
el tema del perdón, que se convertirá luego, en la ópera, en el canto de los
peregrinos, enriquecido en la obertura por una eléctrica figura de seisillos en
semicorcheas. La segunda parte de la pieza hace referencia al Venusberg.
Música de gran contenido erótico, de trazo cromático. La ópera se
representó por primera vez en Dresde el 19 de octubre de 1845.
Vienen a continuación el Preludio y la Muerte de amor de Tristán e Isolda,
uno de los dramas más intensos de la historia de la música, en el que se
mezclan el amor nostálgico hacia Mathilde Wesendonk y el conocimiento
de la filosofía de Schopenhauer. El músico se inspiró en las leyendas
artúricas. El preludio es ya demostrativo y resumidor de la temperatura que
va a consumir el largo canto amoroso. Hasta seis temas se escuchan en este
fragmento. Los dos primeros, la Confesión y el Deseo, se perciben nada
más empezar. Cada una de las tres repeticiones se abre con el célebre acorde
disonante de cuarta aumentada (tritono). A lo largo de la marea sonora, que
se estira y encoge, se escuchan otros temas: la Mirada, el Filtro (de muerte y
de amor), la Liberación por la muerte. El ardor, el ansia se agrandan hasta
un extraordinario fortísimo, que es la cima, la cumbre del fragmento, tras el
cual la música se precipita hacia la desesperación y la tristeza más
absolutas.
La idea de adosar habitualmente, para el concierto, a ese preludio la parte
final de la obra, la de la muerte por amor de Isolda, con la necesaria
ausencia de la voz, no es nada feliz: sin una cantante carece de sentido el
crescendo ininterrumpido hacia la tonalidad de Si mayor y se desnaturaliza,
como dice Parouty, la sublime transfiguración. Oímos desde luego una
música en constante transformación en la que los temas nacen y renacen, se
abrazan y separan, se mezclan y funden. Se escuchan primordialmente los