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PP
Se anunciaba una Vuelta a Andalucía
espectacular, y a fe que lo fue. Pese a
que Nairo Quintana se borrara del cartel
a última hora y a las caídas masivas
que pudieron marrar la carrera en sus
primeros compases, los organizadores de
la prueba andaluza tuvieron el orgullo
de disponer y ofrecer unas jornadas de
ensueño. No sólo es la presencia de dos
estrellas como Alberto Contador y Chris
Froome, sino su actitud para enfrentarse
sin reservas, cara a cara, con el ahínco
y el ímpetu que sólo puede nacer de
la rivalidad entre dos campeones. No
sólo es ese espectáculo, sino el que
ofrecieron los ciclistas de la tierra, con
un Juanjo Lobato inconmensurable que
se apuntó dos etapas con un mundo de
superioridad sobre un superdotado como
John Degenkolb. Encima hubo suspense
hasta el último metro. El guión casi
perfecto para una Ruta del Sol sublime.
DUELO DE TITANES
En la mañana de la tercera etapa,
primer final en alto, todo era
prudencia. “Esperaremos para ver
cómo están Froome, Contador y
sus compañeros. Lo mejor que
podemos desear es que aún estén
cortos de forma para que nuestros
ciclistas puedan aguantar su rueda
y sorprenderles en los metros
finales”. Las palabras son de Oscar
Pellicioli, director de Colombia,
pero resumen lo que expresaba la
mayoría del pelotón, que sabía que
había dos favoritos arropados por
sendos bloques de altísimo nivel
y depositaba su esperanza de
victoria en que febrero mermara
sus piernas.
Al pie de Haza Llanas duerme un
pueblo, Güéjar Sierra, orgulloso
de ser la puerta de entrada a
un coloso. El paso por su casco
urbano es un sube y baja. En el
sube, Tinkoff-Saxo mantuvo la
cabeza del pelotón imprimiendo
un ritmo exigente; en el baja,
arriesgó para enfilar el grupo y
provocar cortes. La artimaña
de Paulinho y Hernández
obtuvo el resultado
deseado: los Sky, Froome
incluido, no rodaban bien
colocados y se encontraron
en el primer rampón de la
subida con una desventaja
ya abierta respecto a sus
máximos contrincantes.
Ivan Basso, notable en su
primera carrera como gregario
de lujo de Contador, se encargó
de ensanchar el hueco; Peter
Kennaugh, de rescatar a Froome.
El resto de la ascensión, siete
kilómetros de pendiente de doble
dígito endurecidos por el frío y
algo de nieve, fue un pulso entre
los dos superclases. La ventaja a favor
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