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mayo
2011
Tocar una ciudad…
Por Reinaldo Cedeño Pineda
Tocar el fuego primigenio, el espíritu
de una ciudad. Veneración apuesta a lo
inasible… o será que el verso y la canción
todo lo pueden.
Santiago de Cuba es una guitarra.
En su villorrio fundador nació
Miguel de Velázquez, primer músico de
la Isla. Tañedores de vihuela hubo en la
tropa de Hernán Cortés, cuando partió
de esta región rumbo a la conquista
mexicana. Acaso mítica, Teodora Ginés
tocaba la bandola por las calles, las mismas
por donde aparecieron, andados los
1600, los desfiles de mamarrachos, antecedentes
de los carnavales.
A finales del siglo xviii, Esteban
Salas convirtió la catedral santiaguera
en un verdadero conservatorio. En los
albores de la centuria siguiente, con la
emigración franco-haitiana desde la excolonia
de Saint Domingue, llegó un universo
de creencias y ritmos. Poco a poco,
una tropa de juglares asaltó los barrios,
guitarra en mano… y comenzó la bohemia.
Desde entonces, no hay madrugadas
sin cuerdas en Santiago de Cuba.
Entre tijeras y boleros, Pepe Sánchez
hizo “Tristezas” (1883), primera gran síntesis
vocal de la música cubana. En pleno
siglo xx, Sindo Garay calificó uno de los
bares de la ciudad como Scala de Milán
de la trova. No había estudiado música,
como tantos; pero sabía dónde poner el
acorde, sabía muy bien lo que decía. Los
trovadores reconvirtieron esquinas y corredores
en teatros, se las arreglaron para
atrapar en el aire el sustrato del bell canto
estrenado en el Teatro de la Reina, luego
Oriente. Y legaron la poesía conmovedora
y sutil, imbatible y eterna que, traspasando
todos los olvidos, logró seducir a
los grandes escenarios del mundo.
Santiago de Cuba fue la artesa
donde el son comenzó a expandir su
sonido de montaña; donde una pléyade
de guitarreros y cantadores hallaron su
fusión definitiva.
Aunque el término cuatro grandes
de la trova tradicional suele reservarse
a Rosendo Ruiz, Alberto Villalón, Sindo
Garay –todos santiagueros–, y al caibarenense
Manuel Corona, los desvelos y
grandezas, el último desgarrón de amor,
la picardía criolla, fueron constantes de
toda una generación. Fieles e irreductibles,
nada les hizo capitular. La guitarra
fue su manera de aferrarse a la vida. Don
Miguel Matamoros, Compay Segundo
y Ñico Saquito son columnas de esa
heredad.
Veneración intenta devolver la estirpe.
Y detrás de cada tema, asoma una
historia.
La riqueza tímbrica y la pluralidad
de formatos musicales –desde los solistas
y los dúos hasta el formidable septeto– es
una de las apuestas del disco. Detenerse
en algunos títulos de un álbum antológico,
donde se entrelazan autores legendarios,
es siempre un riesgo.
Resulta inevitable, sin
embargo, apuntar el señorío
de Reinaldo Creagh
y el Septeto Santiaguero
en “Sublime ilusión”,
de Salvador Adams; la
lección de autenticidad
de Eliades Ochoa y el
Cuarteto Patria en “Como
cambian los tiempos”, de
Lorenzo Hierrezuelo –el
célebre creador del dúo
Los Compadres–; la sólida
herencia de la Familia Foto: Era
Valera Miranda, en su excelente
versión de “Vendo
agua”, de Francisco Repilado; y la estampa
raigal del Quinteto de la Trova al
asumir “Frutas del Caney”, de Félix B.
Caignet.
Dos interpretaciones de lujo se reservan
a dos gigantes de la composición
musical, cada uno en su cuerda:
Zulema Iglesias en “Dame la mano”, de
Enrique Bonne, y la voz de terciopelo
de José Armando Garzón con el universal
“Murmullo”, de Electo Rosell
(“Chepín”). El joven septeto Azabache
se revela en la bachata “La fórmula”,
de Cándido Fabré, y el trovador José
Aquiles regala su canto a la ciudad de
siempre: insólita, bravía, enamorada.
La gema final la corona el Órgano
París, como un caballero antiguo, enhiesto
aún en época de sintetizadores.
La casa disquera Bis Music ha entregado
con Veneración un tributo a la
cultura santiaguera, y con él, a uno de
los pilares de la identidad nacional. Los
maestros de las artes plásticas Antonio
Ferrer Cabello, José Julián Aguilera
Cedeño en una de sus “veneraciones”: la calle Padre Pico.
Vicente y Miguel Ángel Botalín dejaron
su huella en el fonograma; y un
hijo ilustre de la tierra de Heredia, Luis
Carbonell, desliza a modo de pórtico la
décima de Gabriel Soler.
Federico García Lorca, el granadino
color aceituna, se inspiró en una ciudad
de cintura caliente y gota de madera.
Paul McCartney saltó de las Bahamas
a la Casa de la Trova para escuchar los
cantos de una ciudad anfiteatro, de una
ciudad rotunda, en la que no cabe asombrarse
de nada.
Veneración tiene el nombre bien
puesto.
El álbum se inscribe en el legado profundo
de la tradición, pero no se apega a
las cenizas, sino a la vitalidad. Ahí radica
uno de sus aciertos. Veneración es, a la
vez, braza viva y manantial inagotable de
la música cubana.
(El autor de este texto mereció por él
el Premio CUBADISCO 2011 en la categoría
Notas discográficas).
Mañana, a las 8:30 pm, en la Sala Dolores, se presentará el álbum Veneración, de Bis Music
Por Liliana Casanella Cué
Según el diccionario, venerar significa
“Respetar en sumo grado a alguien
por su santidad, dignidad o grandes
virtudes, o a algo por lo que representa
o recuerda”, y también “Dar culto a
Dios, a los santos o a las cosas sagradas”.
Cualquiera de estas acepciones se
aviene perfectamente al disco que bajo
este significativo título entrega el sello
Bis Music como homenaje a Santiago de
Cuba, tierra de excepcional capacidad
engendradora de música.
Veneración. Antología santiaguera / Varios Intérpretes
Premio Especial y Premio en la categoría Notas discográficas
Santiago es una guitarra
No quiso la casa disquera acudir a
las recurrentes compilaciones de temas
de santiagueros famosos –que también
resultan válidas–, sino que apostó por
una selección de autores e intérpretes
de esta zona oriental grabados expresamente
para la ocasión. El proyecto
generó tres discos donde se recogen
temas y artistas con diverso grado de
reconocimiento social. Algunos no han
logrado una popularidad más allá de
las fronteras de lo que se ha dado en llamar
irónicamente “el interior del país”.
Otros han tenido la posibilidad de ver
su nombre con grandes letras en otros
lares. Lo seguro es que cada uno ama la
ciudad a la que hoy dedica su arte.
Resulta interesante la convivencia
de obras de diversas generaciones musicales.
La fecha de nacimiento de sus
autores, dato inteligentemente agregado,
aporta a quienes intentan conocer
más a fondo el contenido del tríptico,
pues hubiera sido facilista una distribución
cronológica de las piezas y
no el enjundioso entretejido epocal
que se conforma entre los que concibieron
cada tema y quienes le dan
vida en la contemporaneidad. De este
modo se pinta el panorama sonoro del
Santiago de siempre, en las voces de las
Hermanas Ferrín, Reinaldo Creagh y el
Septeto Santiaguero, la Familia Valera-
Miranda, Eva Griñán, la Estudiantina
Invasora, Eliades Ochoa y el Cuarteto
Patria, Garzón y la Ronda Lírica, Los
Jubilados, el Septeto Turquino y José
Aquiles, junto al Orfeón Santiago,
Trovangelus, Granma, Cañambú y
otros, hasta completar treinta y nueve
obras que honran con decoro a la calurosa
ciudad.
Varios son los modos en que este
disco venera a Santiago: la emotiva introducción
en la voz de Luis Carbonell
con el poema “Ciudad”, de Gabriel
Soler; la selección, para el diseño del fonograma,
de obras de relevantes maestros
de la plástica local –José Julián
Aguilera Vicente, Antonio Ferrer
Cabello y Miguel Ángel Botalón– que
tributan a lugares notorios de la ciudad
y su gente; y la excelente nota discográfica
escrita por el periodista Reinaldo
Cedeño Pineda –investigador él mismo
de la cultura musical de su tierra, autor
del libro Son de la loma. Los dioses de
la música habitan en Santiago de Cuba–
que trasunta y trasmite el sentimiento
de respeto y amor sumo por la creación
sonora que se recoge en el volumen.
Según Cedeño, “Santiago de Cuba
es una guitarra”. Veneremos entonces a
quienes la mantienen viva.