Conclusiones - Instituto de geografía de la UNAM

Luz Fernanda Azuela
CONCLUSIONES
El censo de 1900 registra un total de 884 ingenieros en el país, de los cuales casi el 3% estaba
empleado en el Instituto Geológico de México. La cifra es significativa, pues la ingeniería era la única
opción profesional que podía conducir a la investigación geológica. Y como se probó en las páginas
precedentes, la profesionalización de la actividad científica fue una novedad que modificó
irreversiblemente la vida social de México, en el último tercio del siglo XIX.
Las cifras anotadas sirven también para valorar en su justa medida el papel que desempeñó el Instituto
Geológico en el régimen de Díaz, pues bastaría compararlas con la dimensión actual de las opciones
profesionales y su relación con la actividad científica. Y como cualquiera entiende, ambas variables
dependen directamente de decisiones de orden político, que derivan de las negociaciones con las
redes sociales y, sobre todo, de las que están asociadas con la posición del país en el marco hegemónico
que nos rige.
El comentario es pertinente, porque los estudiosos de la vida política de aquel período histórico han
pasado por alto las relaciones entre la actividad científica y los proyectos políticos de Díaz; han
descartado la importancia de la primera o la han calificado de artilugio propagandístico.
Esta apreciación se lee en el El Porfirismo de José C. Valadés, quien se refirió al Instituto Geológico
en los siguientes términos:
Con viso científico, ha sido fundado en 1891 el Instituto nacional de geología [...] A pesar de la
pompa en la inauguración del nuevo establecimiento, [al Director] el gobierno sólo le concede
como auxiliares en las investigaciones que ha de llevar a cabo en la república, cuatro geólogos y
dos ayudantes. 574
Con este y otros ejemplos de las instituciones científicas, el historiador hizo escarnio de “la proclama
de una vida científica en México” durante el gobierno de Díaz. Para Valadés, “los planes desarrollados
574 Valades, J., El porfirismo, t. 2, p. 243.
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De las minas al laboratorio: la demarcación de la geología en la Escuela Nacional de Ingenieros (1795-1895)
por el régimen porfirista sólo condujeron a la fabricación de nuevos parámetros oficiales”. Los
trabajos científicos corrieron peor suerte, pues aunque valora los que realizaron Castillo y Aguilera en
el Catorce, llegó al extremo de afirmar “que ningún interés despertaron en el país ni sirvieron para dar
justa nombradía [a sus autores]”. 575 Obviamente su interpretación comporta la carga ideológica de
aquella historiografía post-revolucionaria que condenaba todas las acciones políticas del “dictador”.
Aquí pagaron justos por pecadores, pues en el afán de desacreditar a “los científicos”, los historiadores
borraron los logros de los hombres de ciencia 576 y pasaron por alto la trascendencia de las instituciones
científicas dentro de la vida social, que en algunos casos perduraría hasta nuestros días −como el
Instituto Geológico. Y por ello, tampoco percibieron la consolidación de la ciencia mexicana en su
propio suelo; ni “pudieron ver” cómo se abría paso en el entramado de las redes internacionales.
El estudio que se ha presentado muestra, por el contrario, la manera como se entrelazaron las iniciativas
de las diferentes redes sociales para promover sus respectivos intereses. En particular, habría quedado
claro que resulta imposible explicar la práctica científica sin referirse a la acción política.
Recíprocamente, la importancia que se asignó a la ciencia en la acción política −como factor distintivo
de la cultura decimonónica−, impediría su cabal análisis si se omitiera el vector científico. En todo
caso, uno de los objetivos de este trabajo fue justamente reiterar la necesidad de revisar la historiografía
del período, con el objeto de incluir la actividad científico-técnica como elemento indispensable para
la cabal comprensión histórica del siglo XIX.
En el mismo tenor, se destacó la importancia de manifestar la influencia de las relaciones internacionales
en el devenir de la práctica científica y se subrayó el papel de las metrópolis en la negociación con las
redes locales para definir los objetivos de la investigación del territorio. Asimismo, se revelaron las
interacciones de los mismos actores en la concertación de los acuerdos sociales que definieron la
demarcación de las disciplinas en los ámbitos epistemológico y social.
En este punto fue particularmente importante descubrir los intereses de las diferentes redes sociales,
pues había que señalar las indispensables traducciones que permitieron integrar los intereses de los
“geólogos”. Esto en virtud de que hasta 1888, la práctica que conformaba su patrimonio no tenía
correlato con la demarcación epistemológica de la geología.
Por lo anterior, se puede concluir que el conocimiento que se acotó dentro de las fronteras disciplinarias
de la geología se fue modelando a partir de las negociaciones e intercambios entre las diferentes redes
sociales. La promoción de sus respectivos intereses dejó su huella en los objetivos de la investigación
a lo largo del siglo XIX; prefiguró los contenidos cognitivos del patrimonio de la geología mexicana; y
marcó el destino de las nuevas generaciones de especialistas. Esto último en virtud de que la filiación
de la geología dentro del marco institucional de la Escuela de Ingenieros, habría constituido un obstáculo
para la demarcación de la disciplina en los límites epistemológicos de las ciencias naturales. 577
575 Ibid.:241 y 243.
576 Se diferencia con las comillas al grupo político de “los científicos”, de los hombres de ciencia.
577 La observación corresponde al Dr. Zoltan de Cserna quien ha comentado la inexplicable carencia de una licenciatura
en Geología dentro de las escuelas de ciencias (De Cserna, “La evolución de la geología...”, p. 17).

Luz Fernanda Azuela
Para cerrar esta argumentación, se aludirá a la definición mertoniana de la ciencia como una actividad
social cuyo único objetivo es producir conocimiento válido, sólo para reiterar que la “producción” del
conocimiento en países como México continúa atada a numerosas intermediaciones. De modo que
con el ánimo de mantener la congruencia hasta el final, citaré por última vez a Bruno Latour:
Lo que se llama ‘conocimiento’ no puede definirse sin comprender antes lo que significa adquirir
conocimiento. En otras palabras: el ‘conocimiento’ no es algo que pueda describirse por sí mismo
o por oposición a ‘ignorancia’ o a ‘creencia’, sino únicamente considerando el ciclo entero de
acumulación: cómo traer cosas al regreso de un lugar para que alguien las vea por primera vez y
otros puedan ser enviados de nuevo para traer más cosas. 578
578 Latour, Ciencia en acción..., p. 210.
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