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Risa y penitencia - Luz Aurora Pimentel

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La cabecita es un fragmento de un muñeco de barro, encontrado en un entierrosecundario, con otros ídolos y cacharros rotos, en un lugar del centro deVeracruz. Tengo sobre mi mesa una colección de fotografías de esas figurillas.La mía fue como una de ellas: la cara levemente levantada hacia el sol, conexpresión de gozo indecible; los brazos en gesto de danza, la mano izquierdaabierta y la derecha empuñando una sonaja en forma de calabaza; al cuello ysobre el pecho, un collar de piedras gruesas; y por toda vestidura, una estrechafaja sobre los senos y un faldellín de la cintura a la rodilla, ambos adornadospor una greca escalonada. La mía, quizá, tuvo otro adorno: líneas sinuosas,vírgulas y, en el centro de la falda, un mono de los llamados “araña”, la colagraciosamente enroscada y el pecho abierto por el cuchillo sacerdotal. (118-119)(final)(...) El sol no se va. Sigue en la pieza, terco. ¿Qué hora es? Una cifra más o unamenos adelanta o retrasa mi hora, la de mi pérdida definitiva. Porque estoyperdido en el tiempo infinito, que no tuvo comienzo ni tendrá fin. El sol vive enotro tiempo, es otro tiempo, finito e inmortal (finito: se acaba, se gasta;inmortal: nace, renace con la risa pueril y el chorro de sangre). Sol degollado,sol desollado, sol en carne viva, sol niño y viejo, sol que está en el secreto de laverdadera risa, la de la cabecita del tercer estante. Para reír así, después de milaños, hay que estar absolutamente vivo o totalmente muerto. ¿Sólo las calaverasríen perpetuamente? No: la cabecita está viva y ríe. Sólo los vivos ríen así. Lamiro de nuevo: sobre su tocado una línea dibuja una espiral que remata en unavírgula. Ahí el viento escribió su verdadero nombre: me llamo liana enroscadaen los árboles, mono que cuelga sobre el abismo verdinegro; me llamo hachapara hendir el pecho del cielo, columna de humo que abre el corazón de lanube; me llamo caracol marino y laberinto del viento, torbellino y cruce decaminos; me llamo nudo de serpientes, haz de siglos, reunión y dispersión delos cuatro colores y de las cuatro edades; me llamo noche e ilumino como elpedernal; me llamo día y arranco los ojos como el águila; me llamo jaguar y mellamo mazorca. Cada máscara, un nombre; cada nombre, una fecha. Me llamotiempo y agito una sonaja de barro con siete semillas adentro. (130-131)Lo primero que llama la atención del lector es el arreglo sintáctico de la descripcióninicial; la aparición del tema descriptivo —la cabecita como tal— es postergado, de maneracasi provocadora, hasta la última posición de la oración, después de toda clase de atributos,paréntesis y circunstanciales. Esta posición final acentúa el estado fragmentario e incorpóreode la cabecita que por ello se identifica con el sol, curiosamente descrito como sin cuerpo (“elsol no tiene cuerpo”). Por otra parte, esa posición final de la cabecita, aparte de subrayar suaislamiento, su separación sintáctica del resto, es un poderoso equivalente sintáctico de suestallar en risa después de tanta contención. Se trataría, hasta cierto punto, de lo que Leo

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