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Paraísos del Saber

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mundial (el grueso de la colección), textos en inglés y otros idiomas,y libros especializados (desde Historia hasta Derecho, pasando porFilosofía y Religión).En sus inicios, Castro Castro era un penal que albergaba a condenadospor terrorismo y narcotráfico, normalmente personas con altogrado de instrucción y muy interesadas por la lectura. Pero con elcorrer de los años, el hacinamiento en otras cárceles ha ocasionadoque también ingresen presos por <strong>del</strong>itos comunes, muchos de elloscon escaso nivel de estudio y hasta analfabetos. Lógicamente, surelación con los libros es más distante. “Por eso, el problema mayoren este momento no es tener más libros, sino tener más lectores”,explican las autoridades <strong>del</strong> centro penitenciario. Para este fin serealiza una serie de talleres e, incluso, se arman ferias de libros.Pese a todo, aun hoy se pueden encontrar lectores asiduos en labiblioteca, y de todas las edades. “Hay un señor, por ejemplo, alque le gustan los libros de autores ingleses o franceses, pero nolee a peruanos ni latinoamericanos porque ‘les falta fuerza’, dice.Es cuestión de gustos”, explica Gálvez Olaechea. Él, por su parte,aunque sociólogo de profesión, ha encontrado en la Literatura lamejor manera de cumplir su sentencia. Entre sus obras favoritasmenciona El primer hombre de Camus, La gesta <strong>del</strong> marrano deMarcos Aguinis, y Anna Karenina y La guerra y la paz de Tolstoi. “Lanovela ha sido la mejor forma de hacer que el tiempo transcurramás rápido”, asegura.Además de su trabajo en la biblioteca —que lo ha llevado a enfrentarsea una inundación que casi arrasa con los libros—, Gálvez Olaecheatambién escribe. Lo hace, en realidad, en su celda, aunque lamateria prima de su ficción sean las historias que le cuentan otrosinternos <strong>del</strong> penal. “El encierro no todos lo viven igual, cada quientiene formas distintas de enfrentarlo. Pero es verdad que la Literaturasurge, sobre todo, de vidas complicadas. Las vidas felices sonmás predecibles”, asegura.Hoy, tras casi 28 años bajo el mismo techo, a Gálvez Olaechea lequedan pocos meses para obtener su libertad. Él lo cuenta conuna expresión de alivio y esperanza. Una vez fuera, piensa dedicarsea la Literatura y, con suerte, poder ejercer su profesión de sociólogo.Pero ya tiene decidido quién le tomará la posta al mandode la biblioteca, para asegurar la preservación y el cuidado de lacolección. “Porque a veces ha ocurrido que los presos dejan elPenal y se van con el libro”, señala con humor. Y es que, quizá, esla compañía de esas páginas lo que mejor representa el sueño <strong>del</strong>a tan esperada libertad.347

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