Cuentos, adivinanzas y refranes populares - Biblioteca Virtual ...
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-Por ti, que eres más golosa y comilona que la tierra, se ha desperdiciado<br />
uno de los deseos. ¡Mire usted, señor, qué mujer esta! ¡Más tonta que un<br />
habar! Esto es para desesperarse. ¡Reniego de ti y de la<br />
morcilla, y no quisiese más sino que te se pegase a las narices!<br />
No bien lo hubo dicho, cuando ya estaba la morcilla colgando del sitio<br />
indicado.<br />
Ahora toca el asombrarse al viejo, y desesperarse a la vieja.<br />
-¡Te luciste, mal hablado! -exclamaba esta, haciendo inútiles esfuerzos<br />
por arrancarse el apéndice de las narices-. Si yo empleé mal mi deseo, al<br />
menos fue en perjuicio propio, y no en perjuicio ajeno; pero en el pecado<br />
llevas la penitencia, pues nada deseo, ni nada desearé sino que se me<br />
quite la morcilla de las narices.<br />
-¡Mujer, por Dios! ¿Y el rancho?<br />
-Nada.<br />
-¡Mujer, por Dios! ¿Y la casa?<br />
-Nada.<br />
-Desearemos una mina, hija, y te haré una funda de oro para la morcilla.<br />
-Ni que lo pienses.<br />
-Pues qué, ¿nos vamos a quedar como estábamos?<br />
-Este es todo mi deseo.<br />
Por más que siguió rogando el marido, nada alcanzó de su mujer, que estaba<br />
por momentos más desesperada con su doble nariz, y apartando a duras penas<br />
al perro y al gato, que se querían abalanzar a ella.<br />
Cuando a la noche siguiente apareció el hada y le dijeron cuál era su<br />
último deseo, les dijo:<br />
-Ya veis cuán ciegos y necios son los hombres, creyendo que la<br />
satisfacción de sus deseos les ha de hacer felices.<br />
No está la felicidad en el cumplimiento de los deseos, sino que está en no<br />
tenerlos; que rico es el que posee, pero feliz el que nada desea.<br />
El pícaro pajarillo<br />
Había vez y vez un pajarito, que se fue a un sastre, y le mandó que le<br />
hiciese un vestidito de lana. El sastre le tomó la medida, y le dijo que a<br />
los tres días le tendría acabado. Fue en seguida a un sombrero, y le mandó<br />
hacer un sombrerito, y sucedió lo mismo que con el sastre; y por último,<br />
fue a un zapatero, y el zapatero le tomó medida, y le dijo, como los<br />
otros, que volviese por ellos al tercer día. Cuando llegó el plazo<br />
señalado se fue al sastre, que tenía el vestidito de lana acabado, y le<br />
dijo:<br />
-Póngamelo usted sobre el piquito y le pagaré.<br />
Así lo hizo el sastre; pero en lugar de pagarle, el picarillo se echó a<br />
volar, y lo propio sucedió con el sombrerero y con el zapatero.<br />
Vistiose el pajarito con su ropa nueva y se fue al jardín del Rey; se posó<br />
sobre un árbol que había delante del balcón del comedor, y se puso a