Escuela

Fe viva
INMIGRACIÓN
Por Blanca Ruiz Antón
desde Kos (Grecia)
“QUIZÁS DORMIR en la calle, en una
tienda de campaña, no sea lo más adecuado
en mi estado, pero he corrido, he
trepado, he hecho todo lo necesario para
llegar hasta aquí y seguiré haciéndolo por
el bien de mi familia”, asegura Amina. Su
pelo está cubierto por un velo y lleva una
especie de gabardina larga que le llega
hasta los pies, pero el perfil de un embarazo
avanzado se dibuja inconfundible.
Está de seis meses.
No puede hablar mucho, su suegra
situada a pocos metros no le quita ojo de
encima porque tiene miedo de que lo que
dejó atrás en Siria los persiga y encuentre
en su huida. Seguramente esta charla con
desconocidos le valga una reprimenda.
Amina era profesora de música en una
escuela y habla inglés con bastante fluidez;
más que de sobra para hacerse entender.
A pesar de que sufre las molestias propias
del embarazo; ella, sus tres hijos, su
marido y su suegra se refugian en tan solo
dos tiendas de campaña que han instalado
en el paseo marítimo de la isla griega de
Kos. Sin embargo, no se oye ni una queja.
Están todos juntos y eso es, al fin y al cabo,
lo que realmente importa. “Hace veinticinco
días que salimos de Siria, llevamos
tres en la isla y estamos esperando a que
nos den la documentación que nos acredite
como refugiados. No sabemos cuánto
tardará”, cuenta mientras los niños juegan
en la orilla con unos chalecos salvavidas
que conservan, seguramente, de su travesía
desde Turquía.
En ese mismo paseo marítimo se han
unido, en los últimos meses, el dolor y la
Solidaridad
en las costas griegas
La situación a orillas del Egeo es una mezcla entre la más
profunda humanidad y la más desgarradora desesperación
de quienes arriesgan su vida y la de sus hijos con la esperanza
de alcanzar un futuro mejor, lejos de la guerra. Los turistas
que se pasean por las playas de Kos (Grecia) contrastan con
quienes se organizan para dar ropa o comida a aquellos que
han dejado atrás su país huyendo de las bombas.
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