Mientras los Beach Boys arrasaban en los EE UU, otra revolución tomaba forma al otro lado <strong>del</strong> charco. Eran los inicios de la British invasion y The Animals triunfaban con el single The house of the rising sun. “Ensayábamos en un <strong>garaje</strong> y dejábamos las puertas abiertas”, recuerda el cantante Eric Burdon. “En pocos minutos había media docena de chicas mirando desde fuera”. Otra banda inglesa que tenía muchas fans era The Who. En su gira norteamericana de 1970, interpretaban el álbum Tommy al completo, aunque en varios conciertos presentaron temas nuevos como Water y I don’t even know myself. “Aparecerán en nuestro próximo álbum”, informaba Roger Daltrey. “Y ya las hemos grabado en el <strong>garaje</strong> de casa de Pete”. Pero aquellas canciones no vieron la luz en la edición original de Who’s next y se convirtieron en caras-b de culto. La década de los 70 también presenció el estallido <strong>del</strong> punk en Nueva York y los Ramones se convirtieron en los héroes de aquella escena musical. La leyenda cuenta que, antes de debutar en el mítico CBGB en agosto de 1974, Joey, Dee Dee, Johnny y Tommy ensayaron sus canciones de tres acordes frenéticos en un <strong>garaje</strong> de Queens. Evidentemente, el resto es historia y la industria discográfica cambió para siempre. Una sorpresa similar se vivió a mediados de los años 90, cuando Weezer debutó con un álbum sin título y con una portada azul eléctrico, que despertó una sonrisa a los fans más nostálgicos <strong>del</strong> pop. Entonces nadie lo imaginaba, pero aquella banda con pose naïf vendió millones de discos, llenó estadios y la MTV se rindió ante sus singles con ecos de Buddy Holly, aunque ellos reivindicaban sus humildes inicios <strong>garaje</strong>ros. Pero estos sitios oscuros no sólo han visto nacer bandas de rock, sino que también han presenciado su resurgir de las cenizas. En 1998, los Red Hot Chili Peppers estaban al borde de la ruptura, hasta que el guitarrista John Frusciante regresó al grupo y recuperaron la magia de los viejos tiempos. “Cada día nos tomábamos un té, jugábamos con los perros y después íbamos al <strong>garaje</strong> a ensayar”, recuerda Anthony Kiedis en su autobiografía. “Flea había montado un estudio de grabación en su <strong>garaje</strong>, así que cuando acabábamos de ensayar me llevaba las cintas con la música para trabajar en las letras”. De aquellas sesiones improvisadas surgió Californication, el álbum que los puso de nuevo en el mapa y supuso el mayor éxito de su carrera. Aunque no todas las bandas que se han convertido en estrellas añoran sus días de rebeldía adolescente, cuando únicamente aspiraban a hacer ruido con las guitarras y molestar a los vecinos. “Nunca quisimos ser una banda de <strong>garaje</strong>, queríamos salir de allí lo antes posible”, afirma Bono, el carismático líder de U2. “La gente que dice que le gusta tocar en el <strong>garaje</strong> acostumbra a tener dos o tres coches aparcados fuera”. Mucho antes de que surgieran las estrellas <strong>del</strong> rock, Walt Disney ya era uno de los afortunados que podía alardear de sus coches y de tener su propio parque de atracciones, pero el camino a la gloria no fue tan romántico como los argumentos de sus películas. Aquel joven visionario llegó a Los Ángeles en 1920, con tan sólo cuarenta dólares en el bolsillo y muchas ganas de iniciarse en el mundo <strong>del</strong> cine. Los estudios de Hollywood le rechazaron como director, así que decidió encerrarse en el <strong>garaje</strong> de casa de su tío y producir su primer proyecto de animación. Sin duda, Mickey Mouse y el Pato Donald cambiaron la vida de millones de niños, aunque no fue hasta la llegada de la compañía Mattel cuando los juguetes se convirtieron en un fenómeno masivo al alcance de todas las familias. La historia de este imperio se remonta a 1945, cuando Harold Matson y <strong>El</strong>liot Handler montaron un pequeño taller de juguetes en un <strong>garaje</strong> de <strong>El</strong> Segundo (California). Se a<strong>del</strong>antaron a su tiempo, se beneficiaron <strong>del</strong> sueño de prosperidad que se vivía tras la Segunda Guerra Mundial y hoy las muñecas Barbie y los coches de Hot Wheels han invadido el mundo. Al mismo tiempo que aquella muñeca rubia y sus vestidos empezaban a fabricarse en cadena, un nuevo estilo de vida revolucionaba las playas de California. Era el boom <strong>del</strong> surf y miles de adolescentes descubrieron el misticismo de las olas. En 1968, Tom Wolfe retrató la vida de un pintoresco grupo de surfistas de La Jolla (San Diego) en su libro La banda de la casa de la bomba y los presentaba como unos nómadas holgazanes: “Los surfistas van de casa a la playa y, si necesitan un lugar donde estar, bueno, alguien alquila un <strong>garaje</strong> por veinte pavos al mes y todo el mundo se mete allí”. Aunque si algo sabían hacer aquellos jóvenes era divertirse y Wolfe no dudó en tomar nota de todo lo que veía. “Una noche hubo una fiesta toga en un <strong>garaje</strong>, y todo el mundo se puso sábanas como si fueran togas”. Mientras tanto, en la televisión daban una vieja película en blanco y negro, pero ellos “se dedicaron a poner discos de los Rolling Stones y había que ver a la protagonista abriendo su boquita de pitiminí mientras la voz de Mick Jagger bramaba I can’t get no satisfaction”. Pero, en aquellos días, el surf no se vivía únicamente en las playas, sino que también asaltó las pantallas de cine con decenas de documentales y sus directores empezaron a crear pósters para promocionarlos. “Al principio los hacía yo mismo en el <strong>garaje</strong> de mi casa”, recuerda Bruce Brown, el legendario director de The endless summer. “Después los colgábamos en las tiendas de surf, en las cabinas telefónicas y en cualquier otro sitio frecuentado por surfistas. Era la única manera de llenar las salas de ≠ 1923 Hollywood, California. Walt Disney monta su primer taller de filmación en el <strong>garaje</strong> de su tío. ≠ 1967 Torquay, Australia. Doug Warbrick (abajo) y Brian Singer comienzan a fabricar tablas de surf en este trastero. Un orgulloso Brian Singer (dcha.), posa con una de las primeras tablas fabricadas por Rip Curl. 166 e s q u i r e a b r i l 2 0 1 0 a b r i l 2 0 1 0 e s q u i r e 167