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The Endless Summer

Reportaje sobre el documental de surf "The Endless Summer"

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Aquel<br />

verano<br />

sin fin<br />

Robert August, Mike Hynson y<br />

Bruce Brown, en el aeropuerto<br />

de Los Ángeles en noviembre<br />

de 1962, a punto de emprender<br />

su viaje hacia lo desconocido.<br />

Fotografías Bruce Brown Films y Keith Maynard Eshelman (Surf Classics)<br />

por David Moreu<br />

Un billete de avión repleto de escalas, tablas para facturar y una cámara de cine.<br />

Así nació <strong>The</strong> endless summer, el documental que cambió el surf para siempre.<br />

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1964, ése fue el año. Un grupo de rubicundos californianos<br />

apareció por las costas de Senegal y Ghana para cabalgar<br />

las olas del Atlántico con unas extrañas tablas de madera.<br />

Formaban parte de <strong>The</strong> endless summer, una película de surf<br />

que cambiaría para siempre la iconografía de este deporte.<br />

Su director, Bruce Brown, descubrió que salía más barato dar<br />

la vuelta al mundo, haciendo escalas, que comprar un billete<br />

directo desde Suráfrica; así que decidió perseguir el verano<br />

eterno a lo largo del planeta. Esquire consiguió encontrarle y<br />

rememorar junto a él la intrahistoria de esta obra de culto.<br />

La historia moderna del surf siempre<br />

se ha relacionado con la figura<br />

del surfista aventurero y su búsqueda<br />

incansable de la ola perfecta.<br />

Sin embargo, el origen de este mito<br />

de la cultura pop no es nuevo, sino<br />

que se remonta a finales de los<br />

años cincuenta. Fue entonces cuando los<br />

documentales de surf se convirtieron –con<br />

su mezcla sugerente de viajes por carretera,<br />

paisajes exóticos y un inconfundible espíritu<br />

rebelde– en todo un fenómeno. Desmadradas<br />

proyecciones en cines de barrio donde<br />

cientos de aficionados se congregaban ansiosos<br />

para ver a sus ídolos deslizarse sobre<br />

olas gigantes a ritmo de rock ’n’ roll.<br />

Visto en perspectiva, aquellas películas<br />

nunca destacaron por su originalidad (todas<br />

partían de una premisa argumental muy parecida),<br />

pero todo eso cambió el día que se estrenó<br />

de <strong>The</strong> endless summer, en 1964, la historia<br />

real de Robert August<br />

y Mike Hynson, dos surfistas<br />

que perseguían, de forma<br />

utópica, disfrutar de un<br />

verano sin fin alrededor de<br />

todo el mundo.<br />

El director de la película<br />

era un joven de San Francisco<br />

llamado Bruce Brown, que se había labrado<br />

una merecida reputación de cineasta<br />

independiente con sus cinco documentales<br />

anteriores. Su reto era realizar una obra<br />

más ambiciosa que trascendiera el mundo<br />

del surf. La idea era rodar en California y<br />

Hawai (los destinos más populares entre los<br />

aficionados a este deporte) y después viajar<br />

a Suráfrica para descubrir sus playas remotas.<br />

“Simplemente queríamos viajar con la<br />

esperanza de encontrar buenas olas y poder<br />

rodar algunas escenas”, comenta a Esquire el<br />

legendario director. “Pero en aquellos días<br />

no había predicciones meteorológicas, así<br />

que todo era cuestión de suerte”.<br />

Los planes de rodaje cambiaron por completo<br />

cuando la agencia de viajes informó a<br />

Brown de que le resultaba más económico<br />

regresar a California dando la vuelta al mundo<br />

–con varias escalas– que comprando un<br />

billete de regreso directo desde Suráfrica.<br />

El director de <strong>The</strong> endless<br />

summer, Bruce Brown,<br />

monta una primitiva cámara<br />

estanca en la tabla de surf<br />

Robert August en la orilla<br />

de alguna playa exótica.<br />

En la página siguiente,<br />

fotograma original utilizado<br />

para la promoción de<br />

la película.<br />

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Así fue como el cineasta decidió invertir<br />

todos sus ahorros en una película que narrara<br />

aquel viaje fascinante y demostrara que se<br />

podía vivir un verano sin fin si se disponía del<br />

tiempo y de los recursos suficientes. “Realmente,<br />

todo fue improvisado”, afirma sonriendo.<br />

“Compramos los billetes y vimos que<br />

las conexiones entre vuelo y vuelo nos daban<br />

mucho margen de tiempo libre, así que pudimos<br />

pasar dos o tres días rodando en varios<br />

lugares increíbles antes de retomar el<br />

viaje hacia el siguiente destino”.<br />

La aventura comenzó en California en<br />

noviembre de 1962. De allí volaron a África<br />

y, sin pretenderlo, Robert August y Mike<br />

Hynson se convirtieron en los primeros surfistas<br />

en coger las olas vírgenes de Senegal,<br />

Ghana y Nigeria. Los nativos los tomaron<br />

por extraterrestres y los recibieron como<br />

verdaderos héroes. Incluso hubo chicos que<br />

se interesaron por el surf y les pidieron sus<br />

tablas para intentar practicarlo.<br />

Los protagonistas de la mítica cinta y el<br />

director –en pleno road trip por Suráfrica–,<br />

posan así de sonrientes junto a un grupo<br />

de surfistas locales.<br />

Siguiendo el plan establecido, llegaron<br />

a Suráfrica y pasaron unos días en Ciudad<br />

del Cabo (hoy en plena efervescencia futbolera)<br />

haciendo surf con los aficionados locales.<br />

Después, decidieron hacer autostop<br />

para ir a Durban, donde tenían que coger el<br />

siguiente vuelo, pero se llevaron una gran<br />

sorpresa al pasar por Cabo Saint Francis,<br />

donde se escondía lo que siempre habían<br />

soñado. “En ningún sitio encontrábamos<br />

nada tan bueno como lo que habíamos dejado<br />

en California o Hawai”, recuerda el director.<br />

“Pero en Saint Francis nos topamos<br />

con esa ola perfecta que nadie había surfeado<br />

antes”.<br />

Aprovechando aquella parada fortuita,<br />

rodaron la escena más memorable de la película,<br />

con los dos protagonistas cabalgando<br />

una ola interminable y cristalina como<br />

si el mañana fuera un simple espejismo en<br />

el horizonte. Aunque Bruce Brown no estaba<br />

convencido de que aquel descubrimiento<br />

resultara lo suficientemente espectacularcuando<br />

el documental se proyectara en los<br />

cines. “Conseguí rodar muchos buenos planos,<br />

pero enseguida me di cuenta de que necesitaba<br />

hacer algo más para dar dramatismo<br />

a la secuencia”, comenta. “Al lado de la<br />

playa había unas dunas increíbles y les dije<br />

a los chicos que rodáramos algunos planos<br />

allí. Al principio no querían hacerlo, porque<br />

estaban cansados, pero logré convencerlos”.<br />

En el montaje final, esta escena improvisada,<br />

que precede a la sesión de surf,<br />

muestra a los protagonistas como si fuesen<br />

exploradores del desierto (estilo Lawrence<br />

de Arabia), andando bajo el sol asfixiante<br />

con sus pesados longboards, hasta que divisan<br />

el mar y descubren su preciada ola. “Mis<br />

películas contienen muchas más cosas que<br />

escenas de surf, por eso creo que han llegado<br />

a tanta gente”, comenta Bruce Brown orgulloso.<br />

“Si todo lo que muestras son olas y<br />

más olas, la gente se aburre”.<br />

Después de aquella escena, más propia<br />

de un vodevil, los tres aventureros volaron<br />

a Australia y emprendieron una ruta de cientos<br />

de kilómetros por carretera en busca de<br />

las mejores playas del país. Evidentemente,<br />

esperaban encontrar buenas olas, pero todos<br />

los surfistas locales les daban una palmada<br />

en la espalda y les decían: “Os lo perdisteis,<br />

deberíais haber estado aquí ayer”. Una<br />

frase recurrente que se convirtió en uno de<br />

los lemas de la película. A pesar de su mala<br />

suerte, Robert August y Mike Hynson tuvieron<br />

tiempo de jugar con los canguros, de<br />

perseguir a chicas en bikini en la mítica playa<br />

de Bells Beach y de conocer a Nat Young,<br />

quien se proclamaría campeón del mundo<br />

de surf unos años más tarde.<br />

El viaje siguió su curso hacia Nueva Zelanda,<br />

un país que les sorprendió por tener<br />

más ovejas que habitantes. Pasaron las Navidades<br />

entre olas pequeñas y barbacoas en<br />

la montaña, puesto que en las antípodas era<br />

pleno verano. Después volaron a Tahití y<br />

recorrieron la isla entera en busca de buen<br />

surf, pero no encontraron nada destacable<br />

más allá de un paisaje de ensueño. Tres meses<br />

después de haber emprendido su aventura,<br />

los protagonistas llegaron a Hawaii y<br />

se reencontraron con las olas gigantes de<br />

Waimea y Pipeline. Las playas estaban llenas<br />

de gente, el sol brillaba en el cielo y ellos<br />

habían regresado sanos y salvos, pero el director<br />

aprovechó ese momento para rodar<br />

varias escenas de wipe out (las espectaculares<br />

caídas de surfistas en medio de las olas).<br />

Era el final perfecto para un viaje único y lleno<br />

de contratiempos, aunque Robert August<br />

y Mike Hynson ya añoraban todo lo que habían<br />

dejado atrás<br />

Sin tiempo que perder, Brown se encerró<br />

en su casa de Dana Point (California) y empezó<br />

a montar el documental en una pequeña<br />

moviola de 16mm. A medida que abría las<br />

latas de celuloide que había mandado a revelar,<br />

iba descubriendo fragmentos de una<br />

aventura que entonces ya se perfilaba como<br />

legendaria. Asímismo, se puso a escribir<br />

la narración que acompañaría a la película<br />

en las proyecciones que tenía previstas<br />

para los meses de verano. Sin embargo, aún<br />

le faltaba un detalle esencial: la banda sonora.<br />

El destino se cruzó de nuevo en su camino<br />

cuando, una tarde, el líder del grupo <strong>The</strong><br />

Sandals se presentó por sorpresa en su casa.<br />

“Eran estudiantes del San Clemente High<br />

School y me dijeron que harían la música de<br />

mi próxima película sin cobrar nada”, rememora<br />

Brown. “Les animé a que lo intentaran,<br />

sin darle demasiada importancia. Al<br />

cabo de dos semanas volvieron con algunas<br />

canciones y me sorprendieron”.<br />

Una de ellas resultó ser el tema musical<br />

perfecto para el documental, aunque el éxito<br />

o el fracaso de aquellas película dependía, en<br />

gran parte, de su promoción. Pósteres colgados<br />

en las cabinas telefónicas o en escaparates<br />

de las tiendas se convirtieron en el<br />

mejor reclamo. El famoso cartel de <strong>The</strong> endless<br />

summer fue obra de John Van Hamersveld,<br />

un estudiante de diseño que entonces<br />

colaboraba con algunas revistas de surf<br />

y que no imaginaba la vorágine que se generaría<br />

con aquella pequeña película.<br />

El estreno oficial de la película tuvo<br />

lugar en el verano de 1964, en el Santa Monica<br />

Civic Auditorium. Las localidades se<br />

agotaron durante siete noches consecutivas.<br />

Un éxito sin precedentes para un documental<br />

de surf, narrado en directo por su<br />

propio director y rodado al margen de los<br />

estudios de Hollywood. “El entusiasmo del<br />

público fue increíble”, comenta Brown con<br />

una sonrisa en la cara. “Aún recuerdo que,<br />

al terminar la primera proyección, el auditorio<br />

se quedó totalmente en silencio. Me<br />

puse muy nervioso, pensé que no les había<br />

gustado. Al cabo de unos segundos, todos<br />

empezaron a chillar y a aplaudir. ‘¡Gracias<br />

a Dios!’, suspiré”.<br />

Durante un año y medio, Brown viajó a lo<br />

largo de la costa californiana y de Hawai en<br />

su furgoneta, proyectando la película ante<br />

audiencias multitudinarias y reescribiendo<br />

la narración sobre la marcha para ajustar los<br />

gags. A pesar de su gran aceptación, las distribuidoras<br />

de cine no prestaron atención<br />

a aquel título de culto, pues creían que sólo<br />

podía interesar a los surfistas. Bruce Brown<br />

y su socio tuvieron entonces una idea descabellada.<br />

Organizaron una proyección en<br />

Wichita (Kansas), la ciudad de los EE UU<br />

más alejada de cualquier playa. Querían ver<br />

cómo reaccionaría un público que jamás había<br />

practicado el surf. El evento coincidió<br />

además con la llegada del invierno y de la<br />

nieve. A pesar de todo, la gente acudió en<br />

masa durante dos semanas seguidas y batieron<br />

el récord de asistencia del cine (que<br />

hasta ese momento ostentaba My fair lady).<br />

“Quisimos demostrar que podía ser un éxito<br />

en todas partes y lo logramos”, comenta<br />

el director. “Colgamos el cartel de completo<br />

durante dos semanas, pero seguimos sin llamar<br />

la atención de los distribuidores”.<br />

Convencido del potencial de su cinta,<br />

Brown siguió con su empeño personal.<br />

Pasó la película a 35mm., alquiló el Kips<br />

Bay <strong>The</strong>atre de Manhattan, en pleno Nueva<br />

York, y logró estrenarla. Sorprendentemente,<br />

aguantó un año en cartel y recibió<br />

críticas entusiastas. “Resulta que las<br />

distribuidoras de cine no se encontraban<br />

en Hollywood, sino en Nueva York”, comenta<br />

Brown. “Estrenamos la película por<br />

nuestra cuenta y riesgo. Nadie había hecho<br />

una cosa así antes y eso nos dio mucha publicidad”.<br />

Time Magazine calificó a Bruce<br />

Brown como “el Bergman del surf” y <strong>The</strong><br />

New York Post catalogó aquel extraño documental<br />

como una obra especial: “Todos<br />

aquellos que no vean su belleza y su emoción<br />

es que no tienen ojos”.<br />

Además, los tiempos estaban cambiando.<br />

La segunda mitad de los sesenta trajo consigo<br />

los hippies, la contracultura y las protestas<br />

contra la Guerra de Vietnam. Los jóvenes<br />

norteamericanos deseaban huir de las<br />

responsabilidades, escuchar música y pasar<br />

un buen rato. Era el momento perfecto<br />

para estrenar un título tan colorista y vital<br />

como <strong>The</strong> endless summer (aunque no formara<br />

parte de aquel ambiente psicodélico).<br />

Ahora sí, las llamadas de las grandes<br />

distribuidoras de cine no se hicieron esperar.<br />

Sin embargo, todas ellas querían modificar<br />

el documental para que se ajustara<br />

a una fórmula más comercial. “Decían que<br />

no les gustaba el póster o que querían que<br />

aparecieran más chicas”, comenta Brown.<br />

“No estábamos dispuestos a ceder pero, al<br />

final, encontramos un distribuidor que nos<br />

apoyó tal cómo nosotros queríamos”.<br />

<strong>The</strong> endless summerse estrenó internacionalmente<br />

en 1966 y cautivó a una generación<br />

entera de surfistas. También llegó<br />

al público masivo gracias al giro romántico<br />

que dio a este deporte. Para muchos, este<br />

documental marcó el final de un era utópica<br />

e irrepetible, aunque para otros fue una<br />

ventana abierta a una realidad fascinante<br />

que despertó en muchos jóvenes las ganas<br />

de viajar en busca de nuevas experiencias.<br />

Seguramente, éste es el gran mérito de una<br />

película que costó tan sólo 50.000 dólares<br />

y acabó recaudando más de 30 millones en<br />

todo el mundo.<br />

El resto forma parte de la leyenda. <br />

<br />

<strong>The</strong> Cramps, “Surfin’ bird”<br />

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