Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
La culpa la tiene Dostoyevsky<br />
Veo en las noticias de las 9 que es el 25 aniversario de los Goonies y recuerdo que<br />
todo el mundo dice que no tuve infancia. Sólo porque no vi esa película de niña, y<br />
cuando intenté (me obligaron) verla de mayor, me dormí sin remedio. No creo que no<br />
tuviera infancia, el problema es que la abandoné demasiado pronto. La culpa fue de<br />
Dostoyevsky.<br />
Recuerdo la sensación de desamparo que sufría cuando empecé a leer sus novelas a<br />
los 12 años (porque ya nadie se preocupaba de proporcionarme "El barco de vapor",<br />
sé que fue a los 12 porque sólo tuve un libro rojo): historias de personas sin familia,<br />
con escasos amigos, que trabajaban cuando podían y por regla general nadie les<br />
esperaba en casa: quizá algún día, por un encuentro fortuito, establecían contacto con<br />
alguien, muy pocas veces tenían parejas o hijos, y sus relaciones siempre daban la<br />
sensación de resquebrajarse sin remedio. Estaban siempre enfermos. Comían, cuando<br />
podían, sopa de col con vodka. La vida era gris. Como cualquier adolescente, nunca<br />
me lleve demasiado bien con mi familia, pero cuando aparcaba al príncipe Mishkin<br />
en la estantería, y me dirigía a la cocina, tenía siempre un plato de comida en la mesa<br />
(o en su defecto un filete en la nevera).<br />
Me horroriza que la sensación de soledad descrita en aquellos libros sea real, y que el<br />
hacerse adulto consista en esto: estar condenado a sobrevivir, trabajando cuando se<br />
pueda y donde se pueda, y que lo único que nos espere a la hora de la cena sea una<br />
sopa de tomate y una cerveza. Una vida gris, en la que el contacto humano se reduzca<br />
a mirar al suelo del metro, y saber que todos los demás también miran al suelo. Una<br />
vida para arrastrar crisis e infelicidad, y menos mal que no es epilepsia y ludopatía<br />
como el pobre Fiodor.<br />
Y sin embargo soy afortunada, porque no estoy sola. Aunque ahora viva sola la<br />
mayor parte del tiempo, soy infinitamente afortunada de tener otra mitad (o, mejor,<br />
otro entero). Y porque trabajo en lo que he elegido. Sólo me falta saber si lo que he<br />
elegido es lo que quiero. O aprender de Sonia a aceptar la vida. Lástima que yo sea<br />
más como Raskólnikov, y hasta que no mato a la vieja, no soy capaz de ello.