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dijo: “A la verdad tú me eres un esposo de sangre. Por poco te pierdo por la muerte;<br />
ahora estás convaleciente. Yo te he arrancado de las garras de la muerte. Eres mi esposo<br />
por segunda vez, y esta vez por medio de la sangre de mi hijo”. Sin duda, éste es un<br />
lenguaje jactancioso, de amargura, no de un corazón contrito. Y no sirvió esto para<br />
restaurar las relaciones entre los dos.<br />
Leemos que al final ella y sus dos hijos regresaron a Madián y que Moisés se dirigió<br />
a Egipto solo.<br />
Es verdad que más tarde Jetro le devolvió la esposa y los hijos (Éxodo 18). Es<br />
también verdad que Moisés, que había pasado a ser el líder de Israel, ni repudió ni<br />
rechazó a la mujer con la que se había casado en un acto poco juicioso. Para él el<br />
matrimonio era una unión demasiado sagrada. Después de esto, sin embargo, ya no se<br />
nos habla más de Séfora ni de sus hijos. Ninguno de ellos recibió una legación de<br />
riquezas espirituales. Sus personas pasan sin comentario en la historia del pueblo judío.<br />
María, la hermana de Moisés, también había caído en pecado. Pero ésta ha retenido<br />
su valor para nosotros como representante de la fe. Séfora carece de este atractivo. Las<br />
Escrituras nos la presentan como una mujer no salva, que se opuso a su marido, y por<br />
ello rebajó el nivel de la familia al lugar en que ella estaba.<br />
Preguntas sugeridas para estudio y discusión:<br />
1. ¿Por qué tomó Moisés a Séfora por esposa?<br />
2. ¿Acarreó este matrimonio una bendición a los hijos de Moisés?<br />
3. ¿Podemos concluir que Séfora era un ejemplo de fe?<br />
Sifra y Púa<br />
“Y por haber las parteras temido a Dios, Él prosperó sus familias” (Éxodo 1:21).<br />
Léase: Éxodo 1:15-22.<br />
Sifra y Púa eran dos mujeres de carácter. Sin duda, eran personas vigorosas, de<br />
mediana edad. El libro de Éxodo nos dice que estaban a la cabeza de las de su profesión<br />
entre los israelitas. Es indudable que había muchas otras, pero ellas eran las<br />
superintendentes. Su cargo había sido designado por el gobierno egipcio, pues vemos<br />
que Faraón les daba órdenes, como si se tratara de funcionarios oficiales.<br />
La orden que les dio aquí era terrible: que al dar a luz las mujeres judías, si el hijo era<br />
varón tenían que matarlo. La orden de Faraón las puso en una grave dificultad moral. A<br />
quien tenían que obedecer al Rey de reyes, el Dios de sus padres, o al rey de Egipto.<br />
Sabían bien que no podía desobedecer a Dios, y estas dos mujeres “temían a Dios y<br />
no hicieron lo que se les mandó”. Faraón las interrogó. Las dos mujeres se refugiaron en<br />
una mentira.<br />
Sin duda, la mentira era un pecado. Pero Dios sabía también que había surgido como<br />
solución a una crisis, insoluble para ellas de otro modo. El Señor premió a estas dos<br />
mujeres porque habían preferido obedecer a Dios antes que a Faraón. Las bendijo e hizo<br />
aumentar sus propias familias.<br />
Sifra y Púa arriesgaron sus propias vidas para salvar las de los niños judíos. Y, con<br />
qué pena lo digo, hay madres cristianas que para evitar la vergüenza y la tribulación han<br />
sido ocasión de la muerte de sus propios hijos. Es algo vergonzoso. Nos referimos al<br />
hecho de que cuando se ha concebido un niño hay quien aplica medios para detener su<br />
crecimiento y para eliminarlo. ¿Cómo puede una madre hacer esto con su propio hijo,<br />
cuando Sifra y Púa arriesgaron sus vidas para salvar los hijos ajenos? Esta práctica es lo<br />
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