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El sonido del tren subterráneo que se<br />
oyó sin previo aviso desde el alcantarillado<br />
la exaltó nuevamente, tornando su rumbo<br />
hacia un callejón. La cabeza de Isabel aun<br />
daba vueltas, sudor corría por la palma de<br />
sus manos y la obsesión de aquel mensaje<br />
idéntico al que recibieron sus padres no la<br />
dejaba caminar bien. En el camino, un mendigo<br />
extendió su brazo, pero Isabel no le oyó,<br />
sino que continuó caminando hasta que una<br />
sombra frente a ella le hizo cesar su marcha<br />
desorbitada. Era aquel mozo del restaurante,<br />
quien le había entregado su fortuna en la<br />
ahora tan aborrecida galleta. Isabel gritó y<br />
corrió de regreso, el mendigo le hizo tropezar<br />
por no haberle dado dinero antes. La joven se<br />
puso de pie, volteó y vio que el mozo la seguía<br />
y le gritaba algún mensaje, pero Isabel no<br />
entendía ya que las emociones no le dejaban<br />
ver bien ni oír lo que el chico le decía. La joven<br />
volvió a la marcha, hasta la esquina donde el<br />
perro se le lanzó haciéndola correr aún más<br />
rápido y cruzar la avenida. La aflicción que<br />
sintió en aquel momento no le permitió si<br />
quiera atisbar el vehículo que en una fracción<br />
de segundos lanzó a Isabel por los aires,<br />
dejándola cubierta en sangre. Isabel yació<br />
en la avenida, el restaurante adornó el rostro<br />
de la chica con luces de color rojo y amarillo.<br />
El desconocido se aproximó a Isabel, junto al<br />
perro que le movía la cola, sólo buscaba con<br />
quien jugar. Finalmente el joven le dijo que<br />
solo necesitaba decirle que él era su hermano.<br />
Su padre había conocido a su madre en China,<br />
así que él había estado buscándola hasta<br />
que finalmente la encontró; dijo llorando y<br />
mirando la sangre de su hermana por sus<br />
brazos.<br />
Isabel únicamente cerró los ojos, le dijo<br />
que todo estaría bien y que no dejara que la<br />
fortuna guiara su vida, solo que disfrutara del<br />
día a día y forjase su propio destino.<br />
Por: Loreto Gárate, Chile.<br />
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