Revista Central 65

Cuando Sandra González habla de su labor diaria como
directora general del colegio IDRA, sus palabras y su
voz trasmiten su compromiso y la pasión que siente por
la educación. “La pasión de educar para mí es buscar en
el otro qué necesita, qué tiene para darte y ahí ver qué
tenés vos para ofrecerle”, considera en diálogo con
CENTRAL.
“Aunque parezca una frase hecha, la educación es un
gesto de amor. El amor por lo que uno hace, el cariño y
fundamentalmente el respeto por el alumno y tratar de
desarrollar todo su potencial”, arma. Y bajo esa
premisa, todos los días recorre los pasillos y las aulas
del colegio.
Forma parte de la institución desde sus inicios. Primero
como maestra, luego en el rol de directora de nivel
inicial, después como coordinadora de nivel superior y
ahora en la dirección general. En todos estos años supo
motorizar la expansión y crecimiento del colegio, que
nació como jardín de infantes y hoy cuenta con más
niveles de enseñanza (inicial, primaria, secundaria y
superior). IDRA brinda trabajo a 400 personas y
continúa su misión educativa expandiéndose por fuera
de las aulas con propuestas culturales y artísticas
abiertas a la comunidad.
-
centes
debemos
asumir la
responsabilidad
de
desarrollar
la creatividad
de los
chicos...”
EDUCAR CON PASIÓN
¿Cómo nació tu pasión por la educación?
Es una pasión que está en el ADN de mi familia. Mis
padres eran docentes; mi hermana, Laura, es profesora
de música y fue quien dio vida a la orientación artística
que nos caracteriza, siempre generando proyectos
innovadores. Cuando era chica me gustaba jugar todo el
día a la maestra. Mis padres me enviaron a hacer un test
vocacional con las dudas de si era una cuestión del
ambiente en el que crecía, pero era lo que me gustaba.
Soy maestra de grado, profesora de educación inicial y
maestra de música. Después de mi formación hice la
especialización en distintas universidades para dirigir
la empresa. Pero si hoy me volvieran a preguntar "¿qué
te gustaría ser?", diría: maestra.
Hoy en la escuela trabaja la tercera generación de tu
familia, porque tus hijas heredaron la vocación. ¿Qué
te genera esto?
Es súper emocionante. Mi padre, que era lósofo, nos
educó con un criterio de libertad. Yo intenté hacer lo
mismo y creo que me salió. Mis hijas eligieron
libremente las carreras que hicieron y las tres son
docentes. Luego de hacer sus propios caminos, en otras
ciudades, cuando regresaron se sumaron al proyecto de
la familia. También tengo una sobrina que está
trabajando en IDRA. Me da ese calorcito en el alma de la
continuidad de un proyecto, que no está en manos de la
familia fundadora, sino de un maravilloso equipo de
trabajo, que es mi mayor orgullo. Que haya una
continuidad familiar es tranquilizador, así como saber
que, después de tanto esfuerzo, los hijos pueden
continuar un proyecto con tanto amor y pasión.
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