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señalarme el reloj y luego apuntándome<br />
con el dedo índice, nuevamente, en clara<br />
señal de “tú no”.<br />
La tercera fue la vencida. Fui a eso de<br />
las 7 de la noche y, aunque tenía miedo de<br />
que me reconociera, pude entrar y me<br />
acomodé en una mesa con mantel azul. Al<br />
fondo del aparador, un montón de revistas<br />
Taiwan Today (quizá por eso le molestaba<br />
que insistan en llamarle chino) y de<br />
fondo varios adornos y alegorías que en<br />
mi ignorancia yo también diría que eran<br />
chinas y que caracterizaban la mayoría de<br />
las chifas que conocía hasta ese entonces.<br />
Se acercó a la mesa con seriedad glaciar y<br />
me miró, creo, con achinados ojos de sospecha.<br />
Pensé que me iba a decir “tú<br />
arruina picaporte, no chao mei para ti,<br />
¡ fuera!”, pero no, sólo me lanzó un menú<br />
viejísimo y forrado en cuerina café. Pedí<br />
arroz con curri y pollo picado con<br />
brócoli, tal como me recomendaron.<br />
Intenté hacer el pedido mencionando el<br />
nombre del plato junto con una risita<br />
cojuda, pero con mirada monolítica me<br />
dijo “¡N ú m e l o ! ”. Así que me ahorré el aire<br />
risueño y le di el número de orden en el<br />
menú. Luego trajo los cubiertos que<br />
también lanzó desde unos quince centímetros<br />
por encima de la mesa y minutos<br />
después también me dejó torpemente un<br />
glorioso plato de arroz con curri y pollo<br />
picado con brócoli. Soy fan del arroz sueltito<br />
porque me parece imposible hacerlo<br />
en la altura. Y este era un arroz sueltito,<br />
cada grano se sentía en la boca con los<br />
cebollines y el huevo revuelto que se confundían<br />
con un leve toque de sabor a jengibre.<br />
El pollo picado en trozos medianos<br />
sazonado con una deliciosa salsa de curri<br />
traía un sabor y olor tan penetrantes que<br />
hasta el brócoli sabía a gloria con la combinación.<br />
Mientras comía comprendí por<br />
qué valía la pena hacerse mandar a la<br />
mierda por un “súbdito extranjero”,<br />
como dicen en el telepolicial. También<br />
pedí una limonada, pero no me dio bola o<br />
no me entendió.<br />
Entonces recordé que varios amigos<br />
habían hecho una apuesta que tenía un<br />
apetitoso y sustancial premio en efectivo:<br />
A ver quién lograba que el chino renegón le<br />
diera factura. Lo intenté, oh Dios, como lo<br />
intenté. Y era cierto eso de que ni bien<br />
pagabas la cuenta y le pedías factura, el<br />
chino renegón cambiaba de color, se<br />
ponía rojo, luego aguantaba la respiración<br />
y se ponía medio azul, luego decía<br />
mil veces algo como “no” en menos de<br />
cinco segundos y luego golpeaba el aparador,<br />
de donde sacaba un letrerito de<br />
cartulina que decía “reser vado”y lo<br />
tiraba en la mesa donde vanamente<br />
intentabas explicar que necesitabas contribuir<br />
al país con tus impuestos. ¡Nada!<br />
Ese letrero en la mesa y el chino señalándote<br />
la puerta significaban el fin de la<br />
peculiar experiencia gastroneurótica y<br />
significaba también que la apuesta<br />
seguía sin ganador, cosa que se quedó así,<br />
hasta que el mencionado señor recogió<br />
todas sus cosas y, después de más de<br />
treinta años, un día de esos se marchó.<br />
FOTO PIXABAY<br />
DOMINGO 27 DE ENERO 04|19<br />
www. p a g i n a s i e te. b o<br />
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