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14 Laura Kieswetter de Sierra Médico ganadera con temple de amazona La doctora Laura Kiesweter Vargas, es asociada de Cooleche y una de sus más prominentes personajes. Está hecha de ataduras culturales diversas y fusionadas en las lides del amor de los años viejos y en las trashumancias de hombres y mujeres de otros temples. Es médico veterinaria, madre y empresaria ganadera. Historia de vida. Por: Jorge Iván Mora │ Fotografía: Manuel Montilla De esos temperamentos revueltos y asentados en los filos grises de las tierras altas, en las planicies boscosas de Puerto Armuelles, o en los caminos de rieles que una vez hubo en Progreso, corregimiento del distrito de Barú, surgieron los Kiesweter Rubio, dos ramas sorprendentes, porque dos hermanos Kiesweter casaron con dos hermanas Rubio. A la rama de Emilio y Margarita pertenece Laura. Y a la rama de Olmedo y Aurelia, le cupieron cinco hijos que son mayores. Y en el orden descdente, del tronco de Emilio y Margarita, las féminas coparon los encargos de la cigüeña: Thania, y Margoth, que hoy viven en los Estados Unidos, Esthery Sandra, afincadas en Volcán, Diana y Emilio, radicados en David y Elsie, residente en Ciudad de Panamá. Laura viene a ser la séptima de los hijos, de ocho que son, todos nacidos en Puerto Armuelles:. Antes de 1903 sus bisabuelos llegaron de Alemania a Nueva Jersey, Estados Unidos. Pero su abuelo Robert Conrad Kieseweter vino a trabajar en el Canal de Panamá. Lo hizo con el ferrocarril, y llegó a Chiriquí, por los predios de Alanje, donde conoció a la abuela María González. Los pasos de Robert Conrad están estampados como huellas en moldes de bronce que la autoridad canalera preserva en su memoria, junto a la de otros expedicionarios y trabajadores. Los abuelos pues se radicaron en Progreso y fundaron la finca bananera Madre Vieja. Su abuela falleció muy joven en Nueva Orleans en 1968. De modo que Emilio, el padre de Laura, creció en estas tierras, y solo tuvo tiempo de ir a estudiar Agricultura a Honduras a la legendaria Escuela Agrícola Panamericana
15 ó Universidad Zamorano. Pero no terminó sus estudios porque se casó con su Margarita Rubio Vargas, quien estudió en Panamá School y se graduó como secretaria bilingüe. Durante 22 años Emilio trabajó para la Chiriquí Land Company y cuando lo nombraron gerente, precisamente en Honduras, prefirió renunciar. La señora Margarita decidió volverse finquera para apoyar a su marido. Trabajaba con cafetales. Traía en sus ancestros suramericanos el conocimiento del café. En 1968 decidieron en una sociedad familiar con el tío, sembrar arroz. Luego compraban fincas en Volcán y también importaron vacas. Luego el tío le vendió su parte a papá Emilio. La infancia de Laura es Madre Vieja. Allí se montaba sobre los toros, paseaba a caballo, aprendía los trucos de los enlazadores curtidos de la vecindad, asistía a los ordeños, madrugaba para asistir a la Escuela Americana en Puerto Armuelles, no importa si los caminos eran de fango. Con una linterna alumbraba sus pasos y los de sus hermanas y en un punto cardinal preciso se reunían con los Franceschi para llegar hasta la escuela. En verano el viaje en la carriola era de 45 minutos. En invierno, vadeando los atascaderos podían tomarse hora y media de tiempo. A veces dormían en las casas de los maestros en el puerto ante la imposibilidad de volver a casa en las tardes lluviosas. Así ocurrió durante dos años, que para Laura son inolvidables. Cuando Emilo se retiró a los negocios de fincas con su hermano, también estaba articulando con Margarita la manera de educar a sus hijos. La experiencia en Madre Vieja estaba colmada de razones amorosas y arraigos profundos. La molestia era el viaje diario a la escuela de sus hijos. Entonces Laura tenía 11 años y ya había sido dueña de un toro brahman comprado a los Motta y había puesto al trote su primer caballo pinto cuando tenía cerca de cinco años. Así llegaron a David donde residía la abuela, y a Laura la matricularon en el colegio Nuestra Señora de los Ángeles. Luego ingresó al colegio de los hermanos Maristas. Por esos años ya quería ser veterinaria, al grado que hubo un momento en que pobló su casa con 17 gatos. “Mi papá era loco por los animales”. Un nuevo paisaje seduce a los Kiesweter Rubio, ahora con los pies puestos en las tierras altas de la región chiricana. Ya no eran los pantanos contiguos de Madre Vieja sino los bosques selváticos del pueblo de Volcán y la aparición repentina de chimpancés, el reposo casi majestuoso de los gallitos de monte, esa rareza de pájaros inofensivos con cabeza de gallo y traje de verde mango, y la contemplación poética de bandadas migratorias de patos del norte fisgoneando sobre las lagunas de los arrozales. La actividad económica a la cabeza de papá Emilio y mamá Margarita variaba según el lugar. En el sector de San Isidro se apoyaron en tecnología para impulsar hatos de lechería, en otras fincas sembraron cebollas, papa, zanahoria, y así iban probando suerte. La vocación de agricultor de Emilio Kieseweter era innegable. Era su fuerte. Pero su hija Laura, aun niña o adolescente, se inclinaba más por la ganadería. De modo que muy temprano se fue a Texas a estudiar Pre Veterinaria. Fueron días duros. Empezó a experimentar esas sensaciones dolorosas asociadas al desarraigo y motivadas por el cambio cultural. Volcán no es Texas, aunque en ambos entornos vivan entre vaqueros. Regresó a las tierras altas de Chiriquí y enseguida partió al DF de México. Septiembre de 1979. Llegó a la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, para hacerse médico veterinaria. Resistió. Se adaptó. Aprendió de los
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