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suyo era blanco y se llamaba Yiyo.<br />

Con la herencia de los abuelos, se fueron a vivir al sector de San Vicente, y<br />

después de salir como Bachiller en Ciencias del Instituto Barú, se fue a estudiar a la<br />

UNACHI Administración Pública tres años. No concluyó la carrera. La situación<br />

no era buena y había la necesidad de trabajar en empresa privada. Así que se vinculó<br />

como vendedora de Industrial Arrocera de Chiriquí, y allí se quedó por la nada<br />

despreciable poca cantidad de 30 años, al lado de su propietario Lucho Quintero.<br />

Con ese largo recorrido como ejecutiva de ventas, con un carrera profesional<br />

casi concluida, y con horizontes distintos a su tradición de familia, siempre hizo muy<br />

bien sus labores, se destacó en las ventas, y descolló como mujer emprendedora,<br />

porque a la par, jamás olvidó lo que tanto amaba: el mundo de la agricultura y la<br />

ganadería. De manera que su desempeño era doble.<br />

Tuvo a su hijo José, y ante la realidad evidente de que a ninguno de sus<br />

hermanos o hermanas les gustó la actividad en el <strong>camp</strong>o, a la muerte de su padre,<br />

asumió el liderazgo, dividió tierras y se quedó con su madre para desafiar el destino<br />

de pequeña ganadera y velar por sus familiares. “De mi madre aprendí el trabajo<br />

doméstico. Lo que no me gustaba era tocar las tetas de las vacas porque sentía que<br />

olían feo”.<br />

Compraron equipo para mejorar la producción de leche, tomó cursos en el<br />

Instituto Nacional de Recusos Humanos, INADEH, relacionados con las técnicas<br />

de ordeño, alimentación de pastos, mejoramiento de la raza, genética, entre otros.<br />

Mientras trabajaba en la empresa seguía su labor de ganadería, siempre con su<br />

madre. Eran inseparables y cómplices en este reto de salir a la otra orilla. Hace un<br />

año falleció su madre. Ya no tienen ovejas ni cabras. Pero está ahí con su pequeño<br />

hato, produciendo una parte para la ceba y otra al ordeño. Venden a la cooperativa<br />

de San Vicente y producen leche grado B.<br />

Su hijo José es ahora también un punto de apoyo importante. Está estudiando<br />

en la universidad, cultiva legumbres en Volcán, tiene su esposa Ana Patricia Quiel, a<br />

su lado, y a su yegua peruana trotadora.<br />

Acompaña a su madre en las labores propias de la finca Los Mendoza, que es<br />

donde realmente viven todos, a la orilla de la vía a Volcán. La dicha para Ana Gloria,<br />

es ver a los nietos Daniel, Antonio y Alberto, rondar junto a ella el área de pastoreo<br />

de las vacas, enseñarles los trucos del ordeño, montarlos en una vaca o en un caballo,<br />

para que pierdan el miedo a los animales. Y enseñarles a alimentarlos, o a jugar con<br />

ellos.<br />

En el interior de la casa está la tía Carlota, señora de 90 años de edad, de alma<br />

joven y vibrante, que un día se acercó a que le concedieran un espacio de tierra en<br />

arriendo para vivir solamente y la adoptaron para siempre. Le dicen la tía Carlota.<br />

Ana Gloria no posee riquezas materiales, y no le sobran recursos, pero es<br />

propietaria de una fuerza poderosa en el alma que la hace vibrar de alegría, apenas<br />

despuntan las mañanas y así empezar cada día. La tía Carlota la observa, los nietos<br />

duermen, y José y Patricia, se ponen a su lado para compartir las tareas. Siempre<br />

queda en el aire la silueta de una sonrisa agradecida de abuela y pequeña productora.

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