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camp

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colores mayas, se congració con los mitos populares, asimiló los matices del<br />

lenguaje enriquecido de modismos y mexicanismos, probó con gusto el mexcal<br />

y aprendió a preparar suculentos platillos inspirados en la cultura maicera<br />

ancestral de los aztecas.<br />

En medio de la variedad y la agitación de la capital mexicana, tan poblada<br />

como vital, y tan distante de los sonidos del viento y de la oscuridad gélida y<br />

ensoñadora del pueblo de Volcán, Laura Kiesweter Rubio, se enamoró. Y ocurrió<br />

sin el alarde artificioso de una chica de mundo cosmopolita. Ella era desde<br />

antes una mujer resuelta, criada en las bravuras del <strong>camp</strong>o pero educada, más<br />

a punto de graduarse como médico veterinario, donde no solamente atendía las<br />

exigencias académicas, sino que también había perfeccionado su universo de<br />

políglota.<br />

En su relación con el mundo siempre estuvo acostumbrada al trato afectuoso<br />

con los animales y al trato social con hombres y mujeres de <strong>camp</strong>o, cuyas formas<br />

sencillas generalmente carecen de protocolos urbanos.<br />

Tenía el norte de su destino puesto en la salud de los animales, en los estudios<br />

enjundiosos de los laboratorios de veterinaria, en el aprendizaje directo como<br />

asistente del doctor Jorge Ávila Garcia, autoridad en genética animal y con quien<br />

practicaba el palpamiento y los métodos de inseminación animal, y con todo esto<br />

encima, seguía atada de modo irremediable a las melancolías que revolotean en<br />

los dejos del alma con la puesta del sol, con un gesto parecido al pasado, o con el<br />

peso insomne de una madrugada de brumas imprecisas. La fotografía olorosa<br />

de los paisajes de los pueblos de Puerto Armuelles, Progreso y Volcán, viajó<br />

inexorablemente con ella, siempre estuvo ahí, por encima del cielo grande de<br />

cenizas.<br />

Se graduó con la tesis “Evaluación de Diferentes Métodos para la Colección<br />

de Embriones de Rata de Laboratorio”. Ella se basó en el conocimiento de que<br />

los embriones de ratas son muy parecidos a los de bovino y mucho más baratos.<br />

Fue aplaudida. Adaptó un filtro diésel para embriones de ganado bovino.<br />

Su aporte consistió en que el sistema facilitó filtrar, lavar, aspirar y clasificar los<br />

embriones. Hicieron un grupo de morfología de embriones. Ella y un biólogo<br />

realizaban las transferencias. Se graduó en 1986, vino a Panamá y regresó de<br />

nuevo a México.<br />

Después obtuvo una Maestría con la tesis “Análisis Contable y Financiero de<br />

una Empresa de Bovinos Productores de Carne en Tecámac, México”.<br />

Su esposo, el doctor José Alejandro Sierra, se graduó, igual que ella, como<br />

Médico Veterinario Zootecnista con Maestría en Producción Animal. No es<br />

difícil adivinar que el encanto amoroso de ambos surgió en las aulas y entre<br />

transferencias genéticas y tubos de ensayo de los laboratorios.<br />

La pareja trabajó en distintos lugares de la capital mexicana y cuando<br />

Alejandro quedó sin empleo, tomaron la decisión de venir a Panamá. Era el<br />

regreso de Laura a la región de sus amores, casada, y con planes de trabajo al<br />

lado de sus padres y de su pareja. Y también la reinvención de días felices como<br />

aquellos paseos que doña Margarita organizaba de un momento a otro, con toda<br />

la familia, casi siempre hacia las tres de la tarde en épocas de vacaciones. “Vamos<br />

pál río”, decía y se llevaba su olla grande para preparar macarronadas.<br />

Esa ansiedad hizo que el viaje de regreso por tierra de los esposos Sierra<br />

Kiesweter, cruzando toda Centroamérica, solo durara tres días y medio. Era 1991.<br />

La actividad ya en casa desde un comienzo fue de mucha dinámica. Con su<br />

hermano menor y el esposo consiguieron fincas, algunas de hasta 50 hectáreas<br />

para meter ganado y terneros de ceba. Ella asesoraba acá y allá y consiguió trabajo<br />

por cuatro años como Médico Veterinario Supervisor de Control de Alimentos y<br />

Vigilancia Veterinaria (CAVV). Se dedicó otro año como promotora veterinaria<br />

en El Rancherito, almacén distribuidor de medicinas veterinarias y agrícolas con<br />

servicios de asesorías a productores.<br />

También estuvo durante 15 años al frente del programa promovido por la<br />

USAID sobre el Gusano Barrenador. Fue supervisora para la Zona Occidental,<br />

y en esa tarea viajó por todo el país y asistió a muchos encuentros, seminarios y<br />

conferencias por América Latina y los Estados Unidos.<br />

Con la muerte de su padre en 2010, el modus operandi cambió. Ella asumió<br />

roles directos de administración de la finca, por designación unánime, y eso<br />

hizo que también cambiaran las rutinas. Su esposo Alejandro, se consagró a<br />

todo el tema de reproducción, amén de sus altos conocimientos como médico<br />

veterinario zootecnista y especialista en genética animal.<br />

En 2012 adquirieron una casa, Santa Clara, colindante de su finca, que había<br />

pertenecido a una familia de origen suizo. Y allí se estableció con sus hijos José<br />

Alejandro y Daniel Iván, nacidos en 1993 y 1995, y que hoy ya son profesionales<br />

vinculados a distintas actividades empresariales en Europa y Panamá.<br />

Al lado de la casa se quedó doña Margarita, atenta a que todo ocurra dentro<br />

de sus cánones de sabiduría y experiencia. Y eso sí, que no alteren su dicha de<br />

ver siempre pastando su ganado Holstein. No admite otro. “No me cambien mis<br />

vacas”, dice desde su pedestal de matrona.<br />

“Mi mami toda la vida me apoyó”, relata Laura y mira de este lado de la<br />

finca hacia más allá de la carretera central, porque en esa pequeña altillanura de<br />

más allá vive Margarita, leyendo o sembrando, o cuidando los embriones que<br />

mandan de este lado del hato. O contando historias. “Mi mamá es mi norte.<br />

Me enseñó a poner una transfusión a una vaca. Fue la que estuvo al frente de la<br />

lechería y aprendí muchísimo de ella”.<br />

A Laura le satisface toda actividad que emprende y por donde pasa va<br />

dejando una estela de buenas prácticas profesionales, y a no dudarlo, de liderazgo.<br />

Ha pertenecido a directivas de gremios como Aprogalpa y es miembro de<br />

Cooleche, en donde también ha ocupado distintos cargos durante los últimos años<br />

y es reconocida como una de las asociadas de más alta estima y respetabilidad. Ha<br />

sido juez de <strong>camp</strong>eonatos y eventos de lazo, porque de montar caballos sí que sabe.<br />

Ha sido jueza de ganado de leche y traductora en asuntos puntuales.<br />

Es ganadera, médico y una moderna y señora amazona. Ama a su yegua<br />

Indy, una cuarto de milla que un atardecer se fue trotando hacia la parte alta de la<br />

finca El Resplandor, como si quisiera cruzar a la otra finca llamada La Propuesta.<br />

Entonces, briosa y arrogante, se empinó sobre las piernas traseras para estampar<br />

en el cielo una hermosa silueta de hembra azabache. A los alrededores pastaban<br />

las vacas que a esa hora salen al descanso, y Laura y Alejandro, apenas asientieron<br />

con la mirada el fulgor de este súbito espectáculo. En el horizonte el volcán Barú,<br />

absorto en el sueño profundo. Fue la despedida de un día en la vida de Laura<br />

Kiesweter, genuina emprendedora, ganadera, médico y líder siempre.

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