COMUNIDADES En Tibaná, Boyacá ANTE EMERGENCIA SANITARIA POR PORCÍCOLAS, CORPOCHIVOR SIN SOLUCIONES Los cerca de 9 mil habitantes de Tibaná (Boyacá) desde hace más de una década no se despiertan con el canto del gallo, sino con los chillidos de los más de 25 mil cerdos de las granjas ubicadas en las veredas Cirama, Altos de Tibaná y Chigüatá. Por Redacción Catorce6 32 Abril - junio 2019 Martín Nope se desplaza en su camioneta Toyota color azul por las vías veredales del municipio y va señalando las granjas de cerdos: “ahí esta nuestra desgracia”, repite y golpea la puerta del vehículo y suelta una frase que teme pueda suceder en un futuro cercano: “prácticamente nos va tocar venderles porque no encontramos una solución”. Se baja del vehículo, frunce el ceño, mira con rabia las porquerizas, se quita el sombrero y lo sacude de un lado a otro frente a su nariz. “Nos aburren (José Arístides Sarmiento, propietarios de la cocheras) con el olor todos los días”. Según el señor Nope, la vereda Chigüatá es casi toda de la familia Sarmiento, pues la mayoría de antiguos propietarios vendieron sus pequeñas fincas, aburridos y agotados, lo mismo que están padeciendo sus vecinos en la vereda San Fernando porque todo el mundo sabe la problemática, pero “nadie quiere meter la mano para darle una solución”. El nivel de estrés de las familias vecinas a las “marraneras” es alto y lo que más les indigna es iniciar desde muy temprano, todos los días con dolor de cabeza, trasnochados y malgeniados. “Que más dormir si ya no se puede”, juega con su perro Vacu el señor Nope. “Por favor que nos dejen la vida en paz, no nos maten lentamente” Postrado en una cama, Delio Valderrama, se siente encarcelado en su propia casa, tiene dificultades para respirar y atribuye su enfermedad a los olores fétidos de las cocheras. El adulto mayor de 78 años de edad tose todo el tiempo, vive fatigado, por lo cual los médicos le dicen debe permanecer conectado a una válvula de oxígeno. Don Delio se limpia sus ojos lagrimosos y dice: “el olor de los marranos es demasiado, esa gente no hace caso, son inhumanos. Le digo a ella (su mujer Chiquinquirá Moreno) por favor díganles que nos dejen la vida en paz y no nos maten lentamente”. Se acomoda con dificultad en su cama, se muerde los labios resecos, el señor Valderrama narra sus buenos tiempos cuando los padres de Chiquinquirá le dieron la finca como herencia y felices cambiaron de vida, pensando que todo sería mejor. “Nos asoleábamos y caminábamos por ahí, nada de olores”. Cuando no es la brisa de estiércol de marrano, es el olor a amoniaco que rosean en las cocheras, el señor Delio no sabe para qué pero le hace doler la nariz, los labios se le resecan, la garganta y los ojos le arden. Chiquinquirá mira a su esposo con ternura y le aclara que el amoniaco es supuestamente para controlar los malos olores. “Parece que una persona pasara con una manguera y nos rociaran porque el olor fue terrible el lunes”. De las visitas de la Secretaría de Salud de Boyacá, la señora Moreno, no comprende por qué en vez de verificar las granjas porcinas, revisan los baños, cocina y habitaciones de su vivienda. “El asunto es de las marraneras, ellos tienen que ir al epicentro de donde están los problemas”.
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